En el marco de la profunda crisis del sistema mexicano, las instituciones comienzan a desgastarse y a perder legitimidad. No se trata sólo de las características personales de quienes circunstancialmente ocupan cargos y representaciones, sino de una hendidura más profunda en el cuerpo institucional. Vale decir, una herida honda, cuyas consecuencias ya se están viendo. Una muestra de ese desgaste se da sin duda en la figura presidencial, sometida crecientemente a una implacable crítica, pero tambien en otras instancias ejecutivas como los gobernadores de los estados y en los otros poderes, tanto el legislativo como el judicial en sus niveles estatales y federal.
La semana recién terminada ha sido pródiga en demostraciones de que la citada erosión de las instituciones es un proceso rápido y sin remedio a la vista. Allí quedaron los enredos presidenciales, y de sus voceros oficiosos, para zafarse del peculiar compromiso que se había impuesto el presidente Zedillo al convocar a un debate sobre el rumbo económico del país. Finalmente, el ofrecimiento presidencial quedó en una invitación para discutir ardorosamente cuanto se quisiera, a condición de que la política económica siguiera siendo como es.
Otro caso de duras consecuencias es el de Tabasco, donde la visita del presidente Zedillo al gobernador Roberto Madrazo desató violencia y turbulencias innecesarias. En este terreno asoman con claridad los daños que a la vida institucional generan tanto la insensibilidad política como la falta de respeto a principios jurídicos fundamentales. En efecto, aparte del desgaste terrible de Madrazo, han quedado exhibidas otras porciones del poder público como es el poder legislativo, cuyo principal personaje, el diputado Pedro León Jiménez, ha dejado sin recato alguno su condición de representante de todo un segmento de la población, no sólo de un partido, para ponerse a comprar en 200 pesos las tablas con las cuales un grupo de priístas se enfrentó con perredistas durante los bloqueos carreteros generados por la visita presidencial. Un diputado local que además preside la gran comisión de su Congreso, retando públicamente a Andrés Manuel López Obrador para verse las caras y corroborar cuántos pantalones tiene cada cual.
Y está, desde luego, el caso Guerrero, donde la burla permanente contra los débiles tuvo su más llamativa expresión un año atrás, en Aguas Blancas, donde 17 campesinos fueron masacrados, un gobernador inició su caída, y el Presidente de la República manchó la investidura de la misma Suprema Corte de Justicia de la Nación al solicitarle su intervención y análisis del caso Aguas Blancas, para luego dejar sus precisos juicios en la calidad de simples comentarios sin validez ni coercitividad alguna.
Y allí, en ese Aguas Blancas histórico, ha irrumpido ahora un grupo armado denominado Ejército Revolucionario Popular. Las primeras reacciones han sido de escepticismo y hasta de condena, como en el caso del PRD que, aparte de deslindarse, calificó al EPR como ``grotesca pantomima''. Hay quienes hacen sugestivos juegos verbales con la palabra preocupante para expresar su percepción de que el EPR sería una entidad armada promovida desde instancias del poder público para crear las condiciones que permitan el endurecimiento político y la abierta represión. Otros, sin embargo, sostienen que el origen y los fines del EPR pudieran ser ciertamente los que de manera tan atropellada y confusa hicieron el pasado viernes casi en presencia de Cuauhtémoc Cárdenas. Lo único cierto es que la aparición del nuevo movimiento guerrillero acelera la erosión de las instituciones del Estado a las que exactamente anuncian combatir, y que tanto las fuerzas armadas como las autoridades civiles se enfentan hoy, de nueva cuenta, en estos años, meses, días agitados, al reto de resolver con prudencia y sabiduría las consecuencias de la aparición de un nuevo reto armado.
En ese sentido, es deseable que los segmentos del poder público proclives al autoritarismo y la intolerancia no tomen el control de las situaciones ni ocupen los frecuentes vacíos de poder que se generan. Desgastadas, maltrechas e ineficientes, las instituciones nacionales de poco servirán cuando la miseria y la desesperación busquen soluciones y opciones.