Los Hermanos Rincón: 25 años de cantar a los niños
Jorge Anaya Caleidoscopio/ rico en verdad,/ la bola de niños/ de mi ciudad./Unos estudian,/otros chambean,/ unos descansan/ o talonean. Unos mendigan,/venden, bolean/ y con la vida/ se cachetean. Celebración de los celebrantes, homenaje de los homenajeados, la canción sacude el Teatro Tepeyac de hito en hito: los que no se la saben la tararean y todos la marcan con las palmas, porque esta fiesta de Los Rincón es de todos, desde los pequeños que aún no hablan bien, hasta los padres que vienen quizá a recordar el día que los llevaron a su primer concierto. Veintincinco años, dicen ellos jugando con baleros cada vez más grandes, de actuar en teatros, plazas, azoteas, corredores de hospital y uno que otro baldío, de bregar contra el ninguneo del show bussiness comercial y conquistar a especialistas y legos por igual, pero sobre todo, a esos niños que son la razón de ser de sus afanes.
(Para decirlo de plano: en el rico panorama de la música infantil de México, las dos cumbres más altas son Cri Cri y los Hermanos Rincón. Después de Gabilondo Soler, sólo Valentín Rincón ha logrado conducir la canción para niños por tan variados aires y ritmos: del vals al rocanrol, de la danza mixteca a la marcha, del huayno o la milonga a melodías de corte clásico o medieval. Pero Valentín parece no dar mayor importancia a ese despliegue: otros lo hacen, dice, y señala a su amigo Pepe Frank, uno de la Bola de Cuates.) Y es Pepe Frank quien prende la mecha con su Teja la Coneja, pero el que realmente levanta ámpula es Oscar Chávez, cómo lo quiere esta gente y cómo le festeja esas piezas de la lírica infantil mexicana que grabó con los Rincón hace 15 años.
(Se requería alguien como Chávez para apreciar el potencial de aquellos artistas desconocidos y conectarlos con una disquera. En total han grabado ocho discos de acetato, ocho casetes y un CD. Tan vasta producción, sin embargo, es poco conocida para el gran público. En general, la radio y la televisión comerciales han sido indiferentes: la originalidad y talento de Los Rincón son demasiado para quienes la canción infantil significa letras insulsas y tonadas pegajosas pero olvidables a la vuelta de unas semanas. Más visión han tenido en otros lados: en España, por ejemplo, un álbum para niños incluyó media docena de temas de Valentín y Gilda interpretados por artistas como Mocedades y Miguel Bosé, nada menos.) Y viene el recital de los festejados. Al lánguido arrullo de El trompo le sucede La gatita pinta, que en cadencias de samba argentina hilvana la plástica rima de Gilda Rincón, casi un hai-kai: Tigre de bolsillo/ mi blanca gatita/ con su cuello blanco/ y su cola pinta.
(Las letras de Valentín son fáciles, frescas y a veces didácticas. Las de Gilda son, llanamente, poesía pura. No por nada se codean en antologías con trabajos de gente como Octavio Paz o María Elena Walsh. Aquí, una vez más, sólo el Grillito Cantor soportaría el parangón, pero con una diferencia clave: en las metáforas ingenuas y elegantes de Gilda no asoma ni por casualidad un regaño o moraleja; vamos, ni siquiera un ``mensaje''. Algo notable en toda una señora magistrada del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal.) Vienen después Don Pulpo, El columpio y La muñeca enferma. Como juglares, piden en un verso que el público les diga cuál quiere. El teatro atruena con solicitudes, pero de entre el clamor sobresalen El niño robot y aquella con la que empezó todo, La vaquita de Martín. Lástima, el público de la siguiente función se arremolina ya frente a las puertas y uno casi desearía que no hubiesen empleado tanto tiempo en bromas e intermedios, por simpáticos que hayan sido, pero de todos modos, tantas son las canciones y tantos los conocedores, que la mayoría se hubiera quedado sin complacer. En fin, como dice Valentín, será para dentro de otros 25 años.