Tercera semana de mayo. Debo ir al Centro Histórico de la ciudad de México, pero me dicen que hay una enorme manifestación de los maestros de todo el país, que protestan por el aumento a sus ingresos concedido por las autoridades hace unos días, anunciado por el Presidente y sus voceros como del 22 por ciento (realmente, 10 por ciento en salario y el resto en prestaciones). Decido no llevar mi coche e irme en taxi, pero como voy en la tarde ya no encuentro ningún problema para llegar a mi destino; desde lejos veo las calles de Argentina y Brasil cerradas por los manifestantes, que se concentran en las vecindades de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Al terminar mis ocupaciones pretendo regresar a mi casa en taxi, pero paso 15 minutos caminando en búsqueda de uno desocupado, que por fin encuentro en la esquina de Madero y Bolívar. Al llegar a mi casa mi esposa me dice que hubo una zacapela en el Centro Histórico, entre ``provocadores'' y las fuerzas públicas, que hay varios heridos y otros desaparecidos.
Para los mexicanos, y en especial para los capitalinos, lo anterior no tiene nada de nuevo: las manifestaciones masivas de protesta en contra del gobierno son cotidianas, los trastornos que causan en el tránsito en el Centro Histórico de la ciudad de México son mayúsculos, los enfrentamientos con violencia con las autoridades nunca faltan, y los resultados de tales movimientos siempre han sido negativos. En el caso reciente que motiva estas líneas, el mismo día de la manifestación de los maestros el titular de la SEP declaró a los medios que el gobierno no podía darles más, y que ya se les estaba dando mucho, pero los maestros solicitan 100 por ciento de aumento al salario, 90 días de aguinaldo y otras prestaciones más.
En este conflicto resulta absurdo preguntarse quién tiene razón, porque no se trata de dos puntos de vista diferentes sobre la economía, sino de dos posturas filosóficas sobre la naturaleza de la sociedad. El gobierno sostiene una política que da prioridad a los aspectos económicos: crecimiento del PIB, reducción de la deuda pública, freno a la inflación, aumento en el número de empleos, ahorro interno, recuperación de la productividad, incremento en las exportaciones, bonanza de la economía. En cambio, los maestros reclaman reconocimiento a su labor educativa y cultural, ingresos conmensurables con la intensidad y la importancia de su función en la sociedad, o por lo menos que estén por encima del nivel de la pobreza extrema. En un programa de radio escucho que la meta de los maestros es alcanzar un ingreso mensual equivalente a 6 salarios mínimos, o sea poco menos de 4 mil pesos al mes. Me parece una aspiración muy modesta, considerando lo que ganan mensualmente otros empleados del gobierno que desempeñan labores de mucha menor importancia para la sociedad, como directores generales, jefes de departamento, jefes de oficina, secretarias, y hasta oficiales de intendencia. Pero creo las manifestaciones timultuarias como la de hoy, con o sin violencia, están condenadas a no alcanzar sus justísimos objetivos porque falta un interlocutor crucial.
Mientras la sociedad mexicana siga viendo la lucha de los maestros por obtener mejores sueldos y más prestaciones como un pleito entre los docentes y el gobierno, seguirá pasando lo que hasta hoy: los maestros harán manifestaciones y las autoridades responderán con violencia y demagogias. Pero es que en este escenario falta un personaje central: la sociedad mexicana. El pleito no es entre maestros y gobierno, sino entre la sociedad y las autoridades.
Si la sociedad reconoce la enorme importancia que tienen la educación y el conocimiento en su futuro, si acepta que la mejor inversión que puede hacer para mejorar las condiciones de vida de cada uno de sus miembros está en mejorar la calidad de la enseñanza que le ofrece a sus jóvenes, y si esto depende en gran parte de que exista un cuerpo de profesores bien remunerados y dotados de los medios necesarios para llevar a cabo una educación óptima, la sociedad se encargará de que así sea. Las manifestaciones ya no las harán los maestros sino toda la sociedad, y por lo tanto serán irresistibles.