La cara que cada quien da al mundo cambia continuamente. Oscila con el humor de los días, con lo que se hace al adornarla, al pintarla y repintarla, al rasurarla, al golpearla. Cambia con la enfermedad, el amor, la edad, los éxitos y los fracasos, la tristeza, el éxtasis. Algunos se esfuerzan porque cambie lo menos posible en las cambiantes circunstancias y otros, por el contrario, se preocupan en exagerar las diversidades.
Es la imagen que de sí construye cada persona: autorretrato en carne propia que se bosqueja en los sueños y se lleva al barro tan pronto abrir los ojos por la mañana. Se oyen lejanamente ruidos, comienza a ocupar el cuerpo su lugar en el espacio y el entorno todo se va tridimensionando. Un estirón y un bostezo cuando hay tiempo, un brinco apresurado si es tarde: el viaje al excusado elabora los primeros trazos del dibujo matutino, luego acaso una lavada de cara y frente al espejo un peine. Al salir a la calle uno se ve como se hizo.
Puede darse un paso más y hacer indeleble la lectura de las facciones propias en el lienzo, la placa fotográfica, la página de un libro, el archivo digital, el bronce, el escenario. El ejercicio no es un acto de vanidad o malabarismo exhibicionista, aunque a menudo estos rasgos predominan. Lejos de eso el autorretrato, que exige concentración y seriedad extremas, es un trabajo de búsqueda.
Detribal entre todas las posibles combinaciones de gestos, irrepetibles en sus detalles aunque éstos sean habituales, se inventa una, la más íntima que es a la vez, como la pluralidad de una nariz cualquiera, la más compartida.
Así como lleva las presunciones, los brillos y la fuerza, el autorretrato sostiene también todos los complejos, las vergüenzas, las torpezas, las debilidades, las faenas y las fealdades del alma, las más abstractas enfermedades, los miedos y, si las hay, las esperanzas.
Cuando uno mismo se retrata los deseos más ocultos y las dulces perversiones de la especie se delatan.
Declaraciones oficiales, los distintos periódicos, la televisión, la radio, la más vana conversación: nerviosos autorretratos cotidianos del país México cuando quiere verse, con ojos desvelados y la nariz mormada, en el espejo matutino de la historia patria.
(Come frutas y verduras.)