En 1934 es declarado presidente constitucional el general Lázaro Cárdenas; en esta época postrevolucionaria, previa a la segunda guerra mundial, se hace evidente la vinculación de la educación con los grupos elitistas del país, y el alejamiento persistente de las oportunidades educativas para los trabajadores del campo y la ciudad. El denominador común tenía que ver con las escasas vías de comunicación, la industria y la explotación de los recursos naturales en manos de técnicos extranjeros y el sistema educativo en su conjunto preparando profesionales preferentemente en las carreras liberales y humanísticas ya que las de ingeniería y de tipo técnico eran vistas con conmiseración y quizá hasta con franco desprecio. En este entorno, y bajo un apoyo muy menguado por parte de la Universidad Nacional al proyecto del Estado, y que algunos estiman como una franca oposición, Cárdenas decreta la creación del Instituto Politécnico Nacional (IPN) para propósitos oficiales en 1936 bajo la diligente supervisión, y apasionada entrega del funcionario de la Secretaría de Educación Pública, el ingeniero militar y egregio sinaloense Juan de Dios Bátiz Paredes y cuyos parientes, por cierto, hemos seguido instruyéndonos en el Poli. En la estructuración de la educación técnica, previa a la creación del IPN, participaron mexicanos muy distinguidos como Narciso Bassols y Luis Enrique Erro.
Al nacer el IPN se le incorporaron diversas escuelas con orientación tecnológica ya existentes tanto en el DF como en algunos estados; sus actividades arrancaron con 17 escuelas prevocacionales, cuatro vocacionales y siete profesionales con un total de cerca de 13 mil estudiantes; originalmente la mayoría de sus profesores e instructores provinieron del Colegio Militar, de los egresados de las escuelas incorporadas al IPN y de los refugiados españoles; su novedoso modelo educativo empezó a llamar poderosamente la atención de la sociedad mexicana, y cuya filosofía básica se ha concentrado en el manejo inteligente de los conocimientos teóricos y de los recursos materiales para transformar el medio físico. Después de su fundación, el Instituto atravesó épocas muy difíciles y azarosas; segregación temprana de su sistema de escuelas prevocacionales, resistencia de algunos grupos a que el IPN otorgara títulos profesionales, entre otros. El bajo nivel económico de muchos de sus estudiantes y la poca atención que en sus orígenes se prestó a las materias humanísticas y sociales dieron pie a que los críticos gratuitos insistieran en que los profesionales del Poli estaban indisolublemnte asociados a una baja preparación; los grandes eventos de tipo científico y técnico en que los egresados politécnicos han participado dentro de la sociedad mexicana, y también su inclusión en tareas diarias y continuas, son demostración plena de su capacidad y mística de trabajo. Dentro de este contexto, es pertinente citar que hace 35 años las autoridades del IPN con Eugenio Méndez Docurro al frente y otros visionarios egresados del mismo, se dieron a la tarea de crear el Centro de Investigaciones y de Estudios Avanzados del IPN con modalidades poco conocidas en México para la creación científica y tecnológica y simultaneamente para la formación de personal de alto nivel; centro que ha demostrado su capaciadad productiva. Otra de las tareas en que los politécnicos han participado se asocia a la construcción del sistema educativo tecnológico en todas las regiones del país.
En el terreno de la autocrítica es oportuno reconocer que quizá en las últimas dos décadas, no se hicieron todos los esfuerzos necesarios para crear un mejor ambiente en el ámbito de la investigación científica y técnica, por ello, un número no despreciable de sus mejores hombres y mujeres han emigrado a otras instituciones en búsqueda de horizontes más propicios para su trabajo de investigación; el padrinazgo burocrático y en ocasiones su sometimiento político a los gobiernos en turno no siempre le han permitido cumplir cabalmente su función. Esta es una de las grandes tareas, la de la excelencia, enorme en dimensión pero factible en su realización, que las actuales autoridades del IPN necesitan retomar. Todo parece indicar que ya se le está prestando la atención que merece; existen espacios académicos y científicos que otras instituciones no cubren o lo hacen débilmente, y es ahí donde el IPN puede continuar ejerciendo un liderazgo indiscutible para bien de la tecnología y de la cultura tecnológica del país, como lo ha demostrado en estos fructíferos 60 años.