El Ejército mexicano, con motivo de la presencia de un muy bien armado y uniformado grupo en el ya famoso vado de Aguas Blancas, se puso en alerta, y del Distrito Federal y de Morelos se enviaron fuerzas consistentes de soldados, vehículos terrestres y aviones, se pusieron retenes y se inició una operación de peinado de la sierra Filo Mayor.
El Ejército hizo lo que tenía que hacer, la alerta roja era necesaria dadas las circunstancias. En efecto, hay ya un movimiento revolucionario en Chiapas, se ha hablado de lugares expuestos a otros movimientos similares en la Huasteca, en Puebla, en el sur de Veracruz. Así, un estallido en la convulsionada montaña guerrerense refugio de rebeldes desde los lejanos tiempos de los Galeana y los Bravo, de Vicente Guerrero y Juan Alvarez, hasta los no tan lejanos de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez podría ser el comienzo de algo mucho mayor e impredecible.
Pero si bien el Ejército, con un motivo real o inventado, se pone en alerta roja, la sociedad no puede sino hacerlo también.
Todos debemos estar en alerta roja, no tanto por las pocas docenas de guerrilleros de las sierras del Sur que aparecieron y desaparecieron, sino más bien por la andanada que en contra del pueblo se da desde diversos frentes.
Uno es el económico; somos un pueblo que, sin metáfora ni hipérbole alguna, vive en la miseria; pero da la casualidad de que este pueblo está dirigido socialmente por una casta de potentados que se pueden codear sin desdoro con los hombres más ricos del mundo. Y no se trata sólo de los enlistados por Forbes, entre los que se encuentran algunos que tienen su riqueza invertida en grandes factorías y negocios que si bien producen más riqueza para ellos, también producen ingresos para grandes ejércitos de obreros y empleados. Pensamos en los parásitos que obtienen de la especulación financiera o del cohecho y la venta de influencias, el dinero que ocultan en cuentas extranjeras, y que son inmensamente ricos sin haber prestado a la sociedad servicio alguno a cambio.
Frente a ellos, propulsores junto con el gobierno del sistema de libre mercado, tenemos que estar en alerta roja. El enemigo a vencer hoy es precisamente el capitalismo liberal, que todo lo sacrifica al altar de las ganancias sin límite y de la codicia.
Y la alerta roja en que debemos ponernos debe ser a pesar de que se nos condene de ingenuos o de mal intencionados. Es hoy más necesaria que nunca la rectoría del Estado para frenar las desigualdades abismales entre potentados y parias, para encauzar el gasto público al apoyo de los más necesitados, y para orientar el uso de la propiedad privada al provecho y beneficio colectivos.
Debemos estar en alerta roja ante la corrupción que, como el personaje del anuncio de un whisky, tiene ya más de 80 años y sigue tan campante. Parece que nada ni nadie la puede detener; se le corta una cabeza y le brotan cinco, y si los políticos del primer cuarto de siglo se conformaban con terminar su carrera con un edificio en Narvarte o en Polanco y un ranchito en su tierra natal, los de hoy dejan eso para sus choferes y ayudantes, y para ellos se reservan las cuentas en Suiza, Caimán y Panamá, castillos en Europa, departamentos en Nueva York y hasta islas privadas.
La alerta roja es también por el endurecimiento policiaco; salen ya por televisión las agresiones de las fuerzas de choque, como si se tratara de noticias inocuas, y las vemos casi sin asombro.
La ciudadanía en general está atemorizada y los partidos de oposición se reblandecen con viajes, altos sueldos, subsidios cuantiosos, negocios y derechos de picaporte.
Si no estamos muy atentos a estos síntomas de un sistema plagado de injusticias, ineficacia y bribonería, no entenderemos lo que pasa en Guerrero, en Chiapas, en el DF ni en el Hidalgo, y bajaremos la guardia ante las violaciones a derechos humanos y ante el incremento de la narcopolítica. Alerta Roja por el EPR, sea lo que sea, pero también alerta roja de la sociedad por todos los signos de arbitrariedad, descomposición social y manejo de la economía para beneficio de unos pocos.