Desde el mes de junio de 1994 era un secreto a voces que en varias regiones del país se habían detectado grupos armados ``subversivos''. Pongo entre comillas ``subversivos'' porque la palabra indicaba que no eran grupos ligados con el narcotráfico o el abigeato; eran subversivos por su naturaleza política. Las regiones se localizaban en Guerrero, en Oaxaca, en cierta zona de la Huasteca e incluso en Chihuahua. En ese momento, la persistencia del EZLN en Chiapas parecía presagiar una oleada de levantamientos similares en otras partes del país. La aparición del EZLN acaso era sólo la punta de un iceberg de descontento social en el país. Y así fue. Así es. Tenemos que acostumbrarnos a verlo así.
Como bien lo sabe Inteligencia Militar, los movimientos subversivos o guerrilleros (para usar un término más representativo) en México han sido casi constantes desde 1965. Pero estos movimientos urbanos y rurales no se mencionan en la historia oficial, aunque son parte del iceberg. No basta la perspectiva policiaca para frenarlos o entenderlos, sobre todo en las zonas rurales. Porque una es la dinámica ideológica que cohesiona a ciertos miembros de esos grupos y otra la dinámica de la aceptación, encubrimiento o incorporación social que esos movimientos alcanzan. Quizás la primera dinámica sea explicable desde una perspectiva policiaca; la segunda no, la segunda nos exige entender realidades sociales, conflictos sociales, injusticias sociales. La primera dinámica podría quizás frenarse o desarticularse con la represión; la segunda, en cambio, sólo se frena o se resuelve con cambios políticos.
La aparición del grupo autodenominado Ejército Popular Revolucionario está propiciando muchas conjeturas. Pero las conjeturas son poco útiles, sobre todo ahora. Más que conjeturas, reconsideremos mejor los rumbos que está tomando el país desde el mismo estado de Guerrero. Por ejemplo, es asombroso que esa sierra, heróica en su resistencia guerrillera desde la Independencia, la ocupación francesa, el zapatismo y la lucha cabañista, no haya sido transformada aún, de manera total y profunda, por una decisión política que la beneficie. A la miseria, al aislamiento, al narcotráfico, se le sigue agregando la represión, la masacre, la burla. No se le ha concedido el desarrollo económico, educativo, carretero, urbanístico, de salud. Por eso, una vez más, Guerrero nos está señalando, nos está advirtiendo que necesitamos un cambio político. Lo está señalando el hambre. Lo está señalando la miseria. Lo está señalando la farsa política alrededor de la masacre de Aguas Blancas.
Las fallas de Seguridad Nacional no pueden reducirse a la lenta o fallida detección militar o policiaca de focos guerrilleros. Debemos resistirnos a pensar que Seguridad Nacional equivale a represión. Nadie en México quiere la violencia armada. Pero hay una violencia previa a la armada, una violencia social que nos resistimos a denunciar, que nos oponemos a que se denuncie y que afecta nuestra Seguridad Nacional. Me refiero a la violencia social que está ejerciendo sobre el país un modelo económico y una conducción política que nos debilita, nos empobrece, nos confronta. Seguridad Nacional no puede subordinarse, como concepto ni como acción pública, a los intereses económicos de un proyecto único; tampoco puede convertirse en un instrumento de control al servicio de un grupo en el poder. No podemos recurrir al ejército para resolver conflictos cuyas causas son sociales. Este es el fondo del iceberg. Necesitamos tomar otras medidas políticas, pero no militares. Necesitamos cambios sustanciales e inmediatos ante la injusticia económica y social que está viviendo el país. Debemos aprender a dialogar a tiempo con aquella parte de México que no está sometida ni maniatada por ningún organismo oficial. Dialogar con todos aquellos movimientos de reclamo agrario, indígena, laboral, cuando todavía no estén orillados por la humillación, la masacre, la exasperación. Después de un vergonzoso e increíble comportamiento político ante la masacre de Aguas Blancas, aún impune, todavía se insiste en culpar de la aparición del Ejército Popular Revolucionario a la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS), organización perseguida, desoída, acosada, masacrada.
El presidente Zedillo debe bajar del optimismo de las gráficas de la macroeconomía y acercarse a aquella parte del país que no puede manipularse ya con los hilos del poder oficial, que no puede acallarse ya con el discurso reprobatorio de un poder cuestionado. Debe oír a ese país que le habla desde Chiapas y Guerrero hasta los mexicanos que mueren día con día a los pies de la frontera que los explota y desprecia.