Olga Harmony
De Shaw a Figueroa

La pregunta que se hacen muchos teatristas de diferentes generaciones acerca del producto más adecuado para el público mexicano en este momento --sin perder su propia línea estética-- tiene respuesta si se observa la cartelera. Una nueva compañía (Ateneo Producciones S.C.) y un nuevo y muy dotado director resucitan al viejo y olvidado Bernard Shaw y demuestran que el placer de la ironía y de la inteligencia es algo vigente. Con una buena traducción debida a Cristina del Castillo y la hábil adaptación de Oscar J. Altamirano, que lo mismo juega con los prólogos originales que elimina las parrafadas con que el dramaturgo fustiga los vicios ingleses, la escenificación de El hombre del destino y Transgresión son --vuelven a ser-- una pura delicia.

En la primera, la crítica al guerrero conquistador sigue siendo, por desgracia, todavía vigente; la segunda sin duda causaría uno de esos escándalos que regocijaban tanto a Shaw y todavía entraña una revisión de la pareja conyugal y lo que socialmente puede ser aceptado. Ambas cuentan con buenas escenografías de Carlos G. Mijares --mejor la segunda que la primera--, la iluminación de Xótchil González, poco eficaz en El hombre... y bastante apta para Transgresión, así como con la excelente música original de Santiago Ojeda; el vestuario de Carlos Roces muy digno de lo que se le conoce. Pero, sobre todo, está el buen trazo escénico de Lorenzo Mijares, ágil e intencionado y el buen desempeño del reparto. Karina Gidi y Emma Dib, en verdad encantadoras en los dos papeles que les corresponden a cada una. Miguel Flores, el actor más veterano del elenco, tan bien como siempre y Luis Artagnan, el excelente actor joven, dejando cada vez más un falso ``brandonismo'' que lo podría haber conducido a las sobreactuaciones. Yo no conocía a Oscar Altamirano, quien constituye una sorpresa por su capacidad de comediante. Es un placer ver a la inteligencia ponerse al servicio de la inteligencia.

La naciente compañía cuenta con apoyos, pero requiere de muchos otros para continuar su proyecto. Admiradores de George Bernard Shaw y sabedores de lo poco conocido que es ya por el público, un medio de allegarse fondos ha sido convocar a conferencias de paga que cuatro indisputables personalidades ofrecen acerca del dramaturgo. Lo que habla de la seriedad con que encaran su trabajo.

Si con Shaw encontramos la ingeniosa crítica a la intimidad conyugal, otros teatristas desean referirse a la situación política de nuestro país y en nuestra época, sin caer en el desagradable panfletismo. Un buen medio es el de utilizar, así sea como un eco, la técnica brechtiana en textos de otras décadas que puedan decir algo en nuestro presente. Tal es el caso de la directora Anna Gómez --de la que entiendo, sin asegurarlo, que es española; de cualquier modo, es el primer trabajo que le conocemos-- con el monólogo de Max Aub De algún tiempo a esta parte; la directora fractura en secuencias (secuenciar escribe ella en ese español al uso, en que todo se convierte en infinitivo verbal), a base de oscuros, el texto con la expresa finalidad de que lo narrado ya no sea las historia de Emma, sino que logre universalidad. A mi ver, el recurso es inútil como inútil son las proyecciones de apoyo, por dos razones. La primera, que la historia de esta burguesa vienesa de origen judío en los tiempos del nazismo, con un hijo muerto en cárcel republicana española y un marido asesinado por el fascismo, que poco a poco ha ido tomando conciencia política, puede ser la de muchas mujeres en todo el mundo, en México inclusive.

La otra razón es que la capacidad de Paloma Woolrich para dar tonos y matices hace inútil cualquier apoyo externo, así sea el de la escenografía disgregada (me imagino que para acentuar la disgregación del discurso) de Mónica Kubil. El puente tendido entre el final del monólogo y un poema del sub Marcos es suficiente.

Más directo, tampoco panfletario, Víctor Hugo Rascón Banda presenta el caso de Aguas Blancas a base de monólogos de tres personajes en Por los caminos del sur. La difícil escenificación encontró en José Caballero un director muy imaginativo, que da realce al texto --dramatización de lo posible en una situación real, más que teatro testimonial-- con la aparición muda del obsequioso ayudante del gobernador, o el guarura inicial, o detalles como el gobernador al final, ante su escritorio convertido ya en altar de muertos y el mordisco que da al pan de muerto antes de decir su último cínico parlamento. Excelente la transición de la conferencia de prensa que Figueroa da al inicio, entre proyección en pantalla y actuación en la escena; en cambio, en el estreno hubo fallas en el video. Las escenografías plástica (?) de José de Santiago y sonora (???) de Rodolfo Sánchez Alvarado, así como el vestuario (por la prohibición de utilizar uniformes del ejército) de María Ros, apoyan el montaje. Sería criticable esa fotografía presidencial que quiere tomar rasgos de muchos ex presidentes, pero que se identifica, en silueta, con Salinas de Gortari.

Caballero contamina los finales de los monólogos del joven Hilario y el Anima de Aguas Blancas con la presencia ominosa del gobernador, invisible para ambos, pero que produce ligera reacción en Hilario. Cuenta con tres actores de diferente trayectoria pero los tres de gran solvencia, Guillermo Gil como el gobernador, Silverio Palacios como el Anima y Roberto Peralta como Hilario.