Jean Meyer
Orden y libertad

En su famosa obra de teatro El jardín de los cerezos, Chéjov hace decir lo siguiente al viejo doméstico Firs: ``Cuando nosotros los campesinos fuimos liberados de la servidumbre, yo me negué, no quise la emancipación y me quedé con mis amos (un tiempo). Me acuerdo, todo el mundo era feliz antes, y de qué?, por favor, ni ellos mismos lo sabían.

''LOPAJIN: Qué bien! Seguro que eran felices en aquel tiempo, por lo menos les daban chicotazos.

''FIRS (que no escucha): Claro, los campesinos tenían amos, los amos tenían campesinos, mientras que ahora es el desorden no se entiende nada''.

La mayoría de los rusos que votaron para el candidato comunista Zyuganov tienen más de 60 años como Firs; son jubilados que han visto su pensión ridiculizada por la inflación o no pagada durante meses; que no han podido adaptarse al cambio sísmico que representan los diez últimos años. Sienten lo mismo que el viejo Firs, el antiguo siervo que no recibió con agrado la libertad. Todos tenemos esa tendencia, ese miedo frente a la libertad como ``desorden'', como ``caos''. Vale más una opresión segura, estable que las incertidumbres, las angustias, las tensiones de la democracia. Por eso no faltaron los que en España recordaban la limpieza de las calles de Madrid en tiempo de Franco, los que en Chile extrañan a Pinochet, los que en México añoran los viejos tiempos, cuando ni el PAN ni el PRD podían arrebatarle una sola diputación al omnipresente, todopoderoso PRI.

El mismo miedo profundo explica las simpatías de la ciudadania para los ``jóvenes oficiales'', en todos los países del mundo, sean ``tenientes'' portugueses o brasileños, sean coroneles franceses (en tiempo de la guerra de Argelia), sean generales rusos como Alexander Liebed (46 años) o como nuestros encargados de la seguridad en la ciudad de México. Sin malicia, tenemos tendencia a ver en la milicia los protectores que nos darán el orden tan querido, tan valioso, tan escaso. Olvidamos el costo eventual, olvidamos que la milicia pierde su incorruptibilidad negativa cuando se aleja de su función: la defensa nacional; porque cae en las mismas tentaciones que los civiles, tan pronto como sale del cuartel o de la trinchera. El peligro es que se vuelva corrupta, o pretoriana, o las dos cosas.

En su famoso cuento de ``El gran inquisidor'', Dostoievski dice (en boca del mismo): ``Son tres, únicamente tres las fuerzas que permiten vencer y cautivar la conciencia de los pobres amotinados y eso para su bien propio: el milagro, el misterio, la autoridad''. Esas tres fuerzas tienen poco que ver con la democracia y la libertad. La libertad no puede ni prometer ni realizar milagros; las dictaduras, sí. La democracia no tiene derecho a disimularse en el misterio; en cuanto a su autoridad, es limitada en el tiempo y por las instituciones. Por lo mismo la democracia es gris (sin milagro ni misterio) y poco eficiente: no puede, ni debe ``barrer'', ``liquidar'', ``acabar'' con los ``malos'', que suelen ser malos, pero, bajo la dictadura, el número y la variedad de los ``malos'' tienen la peligrosa tendencia a multiplicarse.

Por eso, si se puede, si se debe entender al viejo Firs, vale más tomar el riesgo de las angustias de la libertad, de la democracia. Volviendo a Rusia, Zyuganov dijo en mayo que ``nosotros los neobolcheviques no cometeremos los errores de nuestros predecesores''. De acuerdo, le contestó Vassili Axionov, el novelista, qué significa eso? Qué ustedes no disolverán el Congreso? Lenin disolvió a la fuerza el Congreso, el mismo día de su apertura, en 1918. O qué arrestarán en seguida a todos los diputados no comunistas? Stalin dijo alguna vez que había cometido un error al parar sus ejércitos en la ribera del río Oder. No cometer el mismo error sería llegar hasta el Atlántico? Axionov termina diciendo que ``el Partido Comunista nunca cometió errores, sólo crímenes''.