No es necesario remontarse a la guerra del opio, cuando Inglaterra impuso a China, en el siglo pasado, el comercio de esa droga, para ver que la creación de un mercado único mundial va de la mano con la transformación de los vicios en lucrativas mercancías, como antes lo había sido el tráfico de esclavos. El dinero, efectivamente non olet y muy respetados empresarios transforman sin escrúpulos los productos de muerte en base de fortunas que echan a andar otros negocios y aceitan el mecanismo internacional de las finanzas. No hay que olvidar que la guerra de Estados Unidos contra Vietnam fue en parte financiada por la producción de estupefacientes, como lo fueron igualmente los contras en Nicaragua.
En la lucha contra este flagelo, por lo tanto, hay que diferenciar el problema moral del económico y ver detrás de las políticas de combate a las drogas tanto a éste último como a la política, en general, y a la de quienes más pesan en el comercio mundial.
Si el gobierno de Estados Unidos realmente quisiese acabar, en su país, con el problema de la droga, coordinaría sus instrumentos de represión y los haría actuar en el marco de una política general que incluyese, entre otras cosas, el control de los movimientos bancarios y de las fortunas, así como la investigación detallada de los nexos existentes en cada rama de su economía entre las actividades lícitas y las ilegales, poniendo particular atención en el comportamiento de las instituciones que, amparadas en el secreto de Estado, rehúyen toda transparencia y no rinden cuentas a nadie. Como se ha repetido hasta la saciedad, la demanda crea el mercado y ella, es sabido, existe y se extiende sobre todo entre quienes pueden pagar los sueños artificiales. Sin embargo, Washington ha sustituido la guerra fría por la guerra policial contra la droga y ha elaborado una geopolítica nueva que está en manos de sus militares y cuenta con otros militares, esta vez extranjeros, como sostén principal.
La lucha contra la droga encubre así la alianza entre las cúpulas militares estadunidenses y las de los países clientes de Estados Unidos y asume un carácter político. Estados Unidos se arroga hoy el papel de gendarme mundial para unificar, por ejemplo, a los mandos de las fuerzas armadas latinoamericanas muchos de los cuales, como se vio en Perú, en Bolivia, en Colombia, no desdeñan redondear sus sueldos aliándose con los señores de la droga que abastecen el mercado del norte. Además, en este campo, como en otros, quiere imponer su propia justicia, como lo revela el pedido de extradición de los narcotraficantes colombianos, que viola la soberanía de Colombia. En otros tiempos se intervenía en nuestros países ``para acabar con la anarquía y traer la civilización''. Hoy la droga es el argumento central.
Por qué no dedicar en cambio una parte importante de los millones que se destinan a la represión de la droga a una especie de Plan Marshall que permita a los campesinos que la producen dedicarse a actividades económicas legales? Por qué no aliviar la deuda externa y promover el desarrollo en los países productores de droga para ayudar a acabar con ésta?Sobre todo, por qué no combatir realmente contra las causas del desarrollo del narcotráfico en los países ricos y contra el lavado, en ellos, de este dinero sucio ayudando al vecino a sacarse la paja del ojo con la eliminación de la viga propia?