MIRADAS Consuelo Cuevas Cardona
El mensajero

Galileo Galilei esperaba con ansiedad la llegada de un amigo. Tenía años de estar encerrado en su casa, donde la Santa Inquisición lo vigilaba estrechamente. Día y noche había guardias que revisaban a todo aquel que lo visitaba para impedir que saliera algún escrito del sabio.

Gracias al telescopio que construyó, Galileo había descubierto, con todo tipo de pruebas, que Copérnico y Giordano Bruno habían tenido razón: la Tierra no es el centro del universo como lo dice la Biblia, sino que gira alrededor del Sol. La Santa Inquisición le prohibió que enseñara estas y otras ideas acerca del Sistema Solar; pero Galileo publicó un libro en el que las describe con claridad, y no sólo eso, en el que utiliza el italiano la lengua del pueblo y no el latín, para que todos pudieran entenderlo. Después de eso fue juzgado, obligado a abjurar de lo dicho y encerrado en un calabozo, de donde lo sacaron para ser recluido en su propia casa. Para entonces Galileo contaba con más de 70 años de vida y con una energía tal, que se valió de mil artimañas para seguir difundiendo sus ideas.

Después de un buen rato de esperar a su amigo, Galileo lo vio entrar:

--¡Bernardo!, ¡por fin!, ¡bienvenido!

--Los guardias son terribles, ¿eh, Galileo? Casi me desnudan para revisarme. ¿Terminaste el manuscrito?

--Sí, me urge que se publique. Estoy perdiendo la vista rápidamente, así que ya tengo poco tiempo para escribir.

--Sabes que, si eso ocurre, cuentas conmigo para ayudarte. Simplemente me dictarías.

--¿Tú crees que esta gente lo permitiría?

--Veríamos la forma de hacerlo.

--Te lo agradezco, Bernardo. Pero ahora que todavía puedo, quiero apresurarme a sacar todas las ideas que aún bullen en mi mente.

--¿De qué trata lo que me llevaré hoy?

--Del sonido. Hay aquí algunas leyes matemáticas básicas del tono y la armonía. Espero que les sirva, entre otros, a los músicos.

--Le servirá a mucha gente, eso te lo aseguro. ¿Cómo voy a sacarlo?

--¿Qué te revisaron al entrar?

--Sólo la capa y las botas.

--Bien, pues, desnúdate. Vamos a pegar sobre tu cuerpo los pliegos de papel. Ya tengo preparada una pasta hecha con harina y agua.

--¿No se maltratarán?

--Dejé margen suficiente para pegar las orillas. Ya sabes a quién debes entregarlos, ¿verdad?

--Sí. Para cuando la Santa Inquisición se dé cuenta, el texto estará publicado en varios países de Europa.

--Espero que así sea.

--¿No tienes miedo, Galileo?

--¿Por qué?, ¿qué más me pueden hacer?

--Recuerda que a Giordano Bruno lo quemaron.

--Lo que no pueden quemar son las ideas, Bernardo. Afortunadamente éstas seguirán surgiendo en la mente de los hombres, lo quiera la Inquisición o no. Y, con toda humildad, creo que mis escritos ayudarán a eso.

--Tienes razón, Galileo, como siempre, tienes razón.