Agencias de seguridad, avanzada de Washington en AL: Nadelmann
Jim Cason y David Brooks, corresponsales, Washington, 7 de julio La guerra contra las drogas ofrece una nueva justificación para la presencia estadunidense en América, pero en vez de hacerlo con militares, ahora ésta se da más a través de las agencias de seguridad pública --entre ellas la DEA y el FBI--, al interpretar el asunto como un ''problema interno'' y de seguridad ``nacional e internacional'', afirma el analista Ethan Nadelmann.
"En cierta forma, para Estados Unidos la guerra contra la droga internacional se ha convertido en una nueva forma de hegemonía realizada de forma barata", estima el doctor Nadelmann, uno de los críticos más prominentes de la política internacional antinarcóticos y figura que provocó un intenso debate nacional sobre la legalización de las drogas ilícitas.
"Ya no es posible, por razones financieras entre otras, ser el policía mundial con soldados militares en la forma tradicional, ya no hay la misma necesidad ni el apoyo nacional. Pero en cierta manera, cuando existe algo como la guerra contra las drogas, tiene una justificación para realizar una iniciativa combinada policiacomilitar".
Nadelmann, director del Centro Lindesmith, con sede en Nueva York y establecido con el apoyo del multimillonario George Soros, dice que existe una dinámica en donde "amenazas tradicionalmente internas se están definiendo cada vez más en términos de seguridad nacional" y menciona drogas, inmigración y medio ambiente. "Del otro lado, se está incrementando el manejo de problemas internacionales, problemas de seguridad, con fuerzas no militares, en otras palabras: el FBI, la DEA y otras agencias policiacas, en el exterior", y señala como ejemplo el combate al terrorismo.
Nadelmann, autor del libro Cops Across Borders (Policías a través de las fronteras), resume: "Entonces uno tiene este proceso combinado: la transformación de problemas internos en asuntos de seguridad nacional y la nacionalización o internacionalización de amenazas internacionales a la seguridad".
Añade que todo esto resulta, en términos comparativos, bastante barato para Estados Unidos. "Las policías no cuestan tanto, y las operaciones militares especializadas no son gran cosa en términos de gastos, y el lado de inteligencia tampoco es mucho; no es igual a mantener 200 mil tropas en Europa. Al mismo tiempo, puede tener gran impacto".
Pero entonces ¿cuál es el papel de los militares? Nadelmann señala que se ha erosionado el apoyo público para cualquier intervención militar de gran escala, y con la desaparición de la "amenaza soviética", se ha desvanecido la justificación para mantener una presencia militar permanente a nivel global. Explica que durante casi diez años, los militares han comenzado a examinar cuáles son las próximas amenazas que enfrentará Estados Unidos y se ha identificado al ``terrorismo'' y las drogas, entre otras fuerzas no convencionales. En este contexto es que comienza a surgir el nuevo papel de los militares.
Pero Nadelmann señala que esto tiene sus límites, y que el propio ``zar'' de la política antinarcóticos, Barry McCaffrey, como ex general de cuatro estrellas, "sabe bien que los militares no pueden detener el flujo de la droga a este país; sabe que de vez en cuando uno puede dar un gran golpe, que se puede sacar a un actor principal, pero también es suficientemente inteligente como para saber que eso, a fin de cuentas, no va a cambiar gran cosa".
Sin grandes cambios
Para Nadelmann, la presencia de McCaffrey no ha significado hasta el momento un gran cambio en la política antinarcóticos estadunidense, más allá de darle un perfil más público. El analista señala además que es un año electoral, y por el momento, el papel de McCaffrey es proyectar el mensaje de que la administración Clinton está comprometida con la lucha antinarcóticos. "Pero hay muy poca ventaja política para generar algo nuevo", señala Nadelmann.
"McCaffrey llega y lo único bueno de ello es que no hace las cosas más tontas imaginables: habla de que la droga es un cáncer, habla de tratamiento y de que enviar a más gente a la cárcel no es una solución total, es una versión semidecente de la retórica de la guerra contra la droga. Y porque es un general de cuatro estrellas y tiene gran credibilidad, puede hacer todo esto sin ser golpeado por los republicanos". Por lo tanto, su línea no ha cambiado sustantivamente respecto del mensaje de su antecesor, Lee Brown; es solo que McCaffrey tiene más credibilidad.
Su papel en términos generales, dice Nadelmann, es presentarse ante el foro público haciendo declaraciones, manteniendo un alto perfil, pero a fin de cuentas, y en esta coyuntura, con un propósito político de consumo interno durante este año electoral. El puesto de McCaffrey, más que nada, está diseñado para la retórica política en torno al tema y poco más.
Y mientras los presupuestos para la guerra contra la droga continúan elevándose, todos están contentos, y nadie estudia en serio el costobeneficio de la estrategia. Nadelmann toma como ejemplo varios estudios que han demostrado el fracaso de los esfuerzos de interdicción, pero aún así, se le dedican más recursos.
Nadelmann critica el diseño de la estrategia antinarcóticos, ya que "nadie, nadie se responsabiliza de la degradación que resulta de la presencia de la droga en Estados Unidos". Todos miden el éxito o fracaso en términos de determinados golpes contra los capos de algún país, o la reducción del uso de droga en este país, pero esos criterios no toman en cuenta la realidad del asunto.
"El asunto real es el monto acumulativo de muertes, enfermedad, crimen y fondos gastados como resultado de la droga; pero nadie antepone este criterio como el más importante".
La clave es observar las contradicciones. Nadelmann destaca que entre 1979 y 1992 hubo una notable reduccion del número de casos de violación de las leyes antidroga en este país, pero el costo social de este aparente éxito fue enorme: "más sida relacionado con el uso de droga, más muertes por droga, un incremento de encarcelados por droga en los últimos diez años, pero todos estos no parecen ser criterios significativos", señala Nadelmann.
Así, en vez de enfrentar el problema por los costos sociales de la droga, y el impacto de su presencia aquí, las medidas de esta guerra antidroga tienen otros fines: demostrar políticamente que Clinton está comprometido en la batalla y medir avances mediante algunos logros particulares que, a fin de cuentas, no reconocen las raíces profundas del problema y su costo en este país, comenta el analista.
Por otro lado, afirma que una multitud de agencias gubernamentales "tienen un interés en todo esto, y todas están buscando mantener su papel y, con algunas excepciones, ampliarlo. Entonces, ahora mismo, el FBI desarrollan una presencia global, de forma similar a lo que la DEA logró antes". La guerra contra la droga --y al parecer su continuación-- tiene el apoyo de varios interesados dentro del propio gobierno, no todos políticamente preparados para profundizar su análisis del conflicto fundamental en esta batalla, sugiere Nadelmann.