Ugo Pipitone
América Latina a mitad de año

Veamos el escenario económico latinoamericano a mitad de año. Después de la brusca caída de 1995 (que implicó un incremento del PIB regional apenas arriba de medio punto porcentual después del aumento de casi 5 por ciento en 1994), los signos de la primera mitad del año en curso han sido ligeramente positivos, sobre todo para las economías que el año pasado experimentaron los retrocesos más abruptos. Lo que vale sobre todo para Argentina y México, que en el año en curso de conservarse las tendencias registradas en su primera mitad podrían hacer registrar un crecimiento del PIB de 2 y 1 por ciento respectivamente. Para Brasil, Colombia y Chile se espera, en cambio, dado el comportamiento del primer semestre, una flexión marginal de la actividad económica de 1996 respecto al año anterior.

Las cosas no van tan mal, aunque están muy lejos de anunciar un rumbo sostenido de crecimiento con mejora sustantiva de las condiciones de vida de la población regional. No van tan mal las cosas si se piensa en la gravedad del remezón de 1995, que volvió a alejar a los inversionistas internacionales de las principales economías latinoamericanas. Y no van tan mal considerando que 1996 está configurándose como un año de flexión coyuntural de la actividad económica a escala mundial. Afortunadamente las tasas internacionales de interés han registrado en el primer semestre del año una ligera reducción que ha alimentado un flujo relativamente dinámico de inversiones hacia los mercados emergentes de distintas partes del mundo.

Si dejamos de lado los problemas de largo plazo que siguen entorpeciendo el desarrollo regional (bajo nivel de ahorro interno, deuda externa que ya se acerca a los 600 mil millones de dólares, alto desempleo, persistencia de dualismos estructurales crónicos, etcétera), a mediano plazo las dificultades mayores parecerían concentrarse en el inesperado repunte de la inflación en Perú, en el progresivo deterioro del saldo de las cuentas externas en Chile, y en los persistentes problemas de desequilibrio presupuestal en Brasil y (en menor medida) en Argentina. Es este, evidentemente, un escenario poco propicio al desarrollo de políticas públicas proyectadas en los próximos meses hacia un impulso de la actividad económica.

Entre los pocos signos verdaderamente positivos de la evolución económica regional de largo plazo está el peso creciente del comercio intrarregional. Varias economías latinoamericanas parecen moverse hacia mayores relaciones recíprocas, y es con ello que se abren las puertas a una posibilidad que podría revelarse decisiva en las próximas décadas. La posibilidad de convertir a la región en un área dinámicamente integrada y capaz de convertir el crecimiento y la modernización de algunos de sus países en factor de arrastre para los demás.

Y sin embargo, este camino está plagado de dificultades. Con mercados que crecen lentamente y en formas socialmente segmentadas, los mecanismos de contagio regional del desarrollo son aún muy frágiles. Dos cosas preocupan mirando hacia el futuro. En primer lugar el bajo crecimiento regional, y en segundo el hecho de que ahí donde el crecimiento económico es relativamente elevado, los resultados en términos de bienestar social son débiles o, cuando menos, ambiguos.

Usemos como indicador el crecimiento de la producción industrial. Mientras los últimos llegados al crecimiento asiático (China, Indonesia, Malasia, Filipinas, etcétera) siguen creciendo a tasas anuales superiores al 11 por ciento, las principales economías latinoamericanas (excluyendo a Chile) avanzan, cuando bien les va, a tasas inferiores a la mitad de las correspondientes a Asia oriental. Y cuando, como en el caso de Chile, la producción industrial registra avances significativos, los indicadores de distribución del ingreso experimentan serias señales de empeoramiento.

Dónde está el problema? Está en el hecho de que bajo crecimiento o ``mal crecimiento'' no permiten avanzar en un terreno estratégico para el desarrollo de largo plazo: el aumento del ahorro interno. En América Latina, en promedio, la tasa de ahorro oscila alrededor de 18 por ciento del PIB, frente al 33 por ciento promedio de las economías de Asia oriental. En el largo plazo no hay crecimiento sin ahorro y no hay ahorro sin crecimiento. América Latina sigue sin encontrar la forma para desatar este nudo.