Dentro de la compleja dinámica de sucesión interna del PRD, han aparecido en los últimos días algunas piezas del nuevo rompecabezas de la izquierda mexicana. El proceso interno ha llevado a una recomposición de los grupos y han vuelto a aparecer las viejas pugnas y la posibilidad de nuevas alianzas. Paradójicamente, en este caso lo más importante no son los efectos internos, sino las repercusiones externas para el país, y más en concreto, el impacto sobre la reforma electoral que no termina de aterrizar y sobre el proceso de negociación en Chiapas.
Vayamos a los antecedentes. Desde que el EZLN apareció en la escena nacional, una parte de la militancia perredista tendió sus lazos y sus preocupaciones hacia las montañas del sureste mexicano. Sin embargo, no se puede decir que la relación entre el EZLN y el PRD haya sido una luna de miel; todavía se puede recordar una desafortunada entrevista que realizó Cárdenas como candidato, durante la campaña presidencial de 1994, en la cual Marcos hizo una crítica bastante fuerte a los partidos políticos y en particular al perredismo. La evaluación que se hizo de este acercamiento fue valorado de forma negativa por varios analistas, sobre todo en votos; en cambio, para el lado zapatista no hubo repercusiones negativas. A pesar de todo, una parte significativa del perredismo siguió cercana al zapatismo, lo cual ha servido de manera positiva para establecer un piso civil más sólido en el proceso de pacificación chiapaneco.
El otro vector de este reacomodo interno se formó en torno al Congreso Nacional del PRD, en agosto de 1994, un año después de la elección presidencial y en un momento particularmente complicado de la crisis nacional. En esa ocasión había dos posturas para simplificar la exposición supuestamente encabezadas por Cárdenas y Muñoz Ledo. La primera planteaba una línea de polarización que se conoció como un ``gobierno de salvación nacional'' en donde se incluía la renuncia presidencial; la segunda, que ganó, fue una posición moderada por una ``transición pactada, pacífica y constitucional'' a la democracia, la cual se podría denominar como el consenso de Oaxtepec.
Un año después las cosas se han movido. El zapatismo ha profundizado sus vínculos políticos y ha empezado a construir los peldaños que le permitan transitar de la vía armada y la clandestinidad a la vida pública y al camino de la política. De modo positivo para el país se ha generado un fuerte consenso en torno a las demandas de paz, democracia y justicia; a pesar de las dificultades y obstáculos que se han atravesado en la ruta de la negociación chiapaneca, ha crecido el peso del diálogo y su resonancia social. Tal vez por ello la aparición del nuevo grupo armado en Guerrero cayó en una especie de vacío político.
Dentro de un foro sobre la reforma del Estado se efectuó un acercamiento muy significativo entre una parte del PRD y el EZLN. López Obrador, uno de los candidatos a la dirección nacional perredista y el subcomandante Marcos, sellaron en San Cristóbal de las Casas una alianza política ``fundada en la solidaridad y el respeto mutuo'' (La Jornada, 3/VII/96). Por otra parte, Muñoz Ledo, dirigente nacional, desautorizó el pacto. Unos días antes de salir de viaje, el mismo Muñoz Ledo hizo declaraciones sobre una hipotética entrevista entre Cárdenas y Salinas de Gortari en 1988, con lo cual se marcó de nuevo una vieja división que siempre ha estado presente en ese partido.
Cómo armar el rompecabezas de la izquierda hoy? Además de las expresiones políticas inmediatas y de los antecedentes, una disputa de fondo se ha vuelto a activar. Las dos posiciones de radicales y moderados se han movido; ahora López Obrador, gente muy cercana a Cárdenas y con fuertes posibilidades de ganar la dirección de su partido, denuncia la conspiración que hay en contra de Zedillo, y ya no habla de un ``gobierno de salvación nacional''; Marcos va hacia el PRD y ya no lo mete al saco de críticas de los partidos que hizo en 1994 e inclusive está dispuesto a hacer una alianza política; el actual dirigente perredista, impulsor de la reforma electoral dentro del perredismo, genera una nueva pugna interna con Cárdenas y marca distancia con el zapatismo.
Posiblemente en el fondo se encuentra este problema: la redefinición y ajuste de cuentas entre los dos polos más importantes de la izquierda mexicana, que más que estar agrupados en dos organizaciones, PRD y EZLN, se aglutinan en torno a las distancias sobre el centro izquierda y la izquierda sin centro, es decir, agrupamientos que luchan por fines igualitarios y libertarios con o sin métodos democráticos de por medio. Dependiendo de cómo se asimile la cuestión de los métodos democráticos y de cómo se resuelvan los equilibrios de la sucesión interna perredista, llegaremos a tener una sola organización o una división con un agrupamiento ubicado más en el centro y otro más hacia la izquierda. Dependiendo de cómo se resuelva lo anterior habrá importantes repercusiones en la continente reforma electoral y en la transformación política del zapatismo chiapaneco. Ahí están las piezas del rompecabezas, sólo falta terminar de armarlas.