La Jornada 9 de julio de 1996

``Racismo soterrado'' en la justicia chabochi

Blanche Petrich, enviada /III y última, Norogachi, Chihuahua De cinco tiros fue abatido el rarámuri José Cruz Gardea, presidente seccional de Norogachi, municipio de Guachochi, el 2 de junio, cuando intentaba hacer valer su autoridad de funcionario y mediar en un pleito ajeno, entre dos grupos de mestizos que se enfrentaron a golpes y botellazos después de un baile.

Por ser un caso ``mixto'' --entre indígenas y no indígenas-- pasó a manos de la justicia chabochi y aunque todo el pueblo fue testigo de la alevosía del asesinato, en la cabecera municipal el juez sigue maniobrando para atenuar la culpa del homicida, Pilar García Pérez, quien no ha sido sentenciado aún, argumentando ``defensa propia''.


Religiosas y rarámuris en la celebración del yúmari, una
ceremonia cuyo propósito es reordenar los elementos del
cosmos.
Foto: Víctor Mendiola

En la región tarahumara rara vez un juzgado falla a favor de un indígena. Quizá por esto Carlos Vallejo, jesuita avecindado en una ranchería rarámuri cerca de Norogachi, opina con conocimiento de causa que el sistema judicial de estos indios, plenamente vigente entre ellos, funciona mejor que el mexicano.

En la capital estatal, la subprocuradora de Justicia Dora Alicia Rodríguez, panista, dio su veredicto sobre el caso: ``Las agresiones y homicidios ocurren dentro de la misma raza; son resultado de las tesguinadas'' (ocasiones ceremoniales en las que se bebe este fresco fermentado de maíz).

La declaración de la funcionaria provocó una carta al gobernador Francisco Barrio, suscrita por 19 jesuitas, desde el superior provincial de la Compañía de Jesús hasta los párrocos de las misiones que mantiene la orden en la región tarahumara: en el caso de los Gardea, sostienen los religiosos --se refieren, además de Cruz, a un primo y a un sobrino asesinados también por mestizos en circunstancias nunca aclaradas--, ``se manifiesta un racismo soterrado que puede ser muy explosivo y parece haber una revancha étnica aunque sea inconsciente''.

Sucede que en el fragor de la borrachera, la pistola de Pilar García fue descargada, no sólo en el cuerpo de Cruz, sino sobre una singular historia familiar.

Los Gardea

En 1989 fue electo por primera vez en la historia una autoridad tarahumara dentro del sistema político mexicano: 95 por ciento de los electores de Norogachi votaron por Juan Gardea como presidente seccional. Lo primero que hizo fue acudir con los señores ancianos en busca de consejo. Después reglamentó que los asuntos puramente rarámuris se turnaran al siríame y los asuntos mestizos y los ``mixtos'' fueran atendidos en el ``sistema mexicano''.

Juan gobernó para todos y fue tan popular su gestión que tres años después la población, mayoría mestiza, eligió a su hermano Marciano. Y tres años más tarde a José Cruz, el menor de los Gardea. Entre sus proyectos estaba desarrollar una escuela que no le desgastara los valores al indio; donde no le quitaran la costumbre a los niños, donde se oyera la palabra del anciano, el sabio, el que sabe. Pero sólo pudo gobernar cuatro meses.

Ahora, con su muerte, la presidencia seccional puede quedar nuevamente en manos de los mestizos, aunque sean minoría. ``Son ignorantes, los mestizos. No se dan cuenta cuántos problemas les resuelven los indios'', dice el padre Vallejo.

Los muchachos Gardea, 12 originalmente, vistieron tagora, (taparrabo), collera y huarache de tres hoyos, la indumentaria del tarahumara más tradicional, hasta la adolescencia. Aprendieron el español ya adultos. Tuvieron un abuelo mestizo --que de chamaco se perdió en la sierra y fue adoptado por una familia rarámuri-- y una abuela ``cuarterona'', pero la que determinó su cultura fue su madre india, Encarnación.

En 1979 hubo un intento del comisariado ejidal de expulsar a 700 indios del ejido de Norogachi, integrado además por una mayoría mestiza. ``Cosas de la reforma agraria; decían que no llenábamos los requisitos para ser ejidatarios. Los rarámuris no acostumbramos la papelería'', explica Juan. Los Gardea encabezaron la primera marcha indígena a la capital del estado. Los rarámuris tampoco acostumbran ese tipo de movilizaciones. El éxito del plantón los animó. ``Los rarámuris nunca aspiraron a un cargo de elección. El día que lo decidieron ganaron'', aporta Carlos Vallejo.

Juan Gardea fue delegado de la Tarahumara al Foro Indígena convocado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en San Cristóbal de las Casas.

El mundo como un monte sin dueño

Como en estas fechas es grande la necesidad en la sierra, y grande es también la urgencia de hacer fuerte la costumbre rarámuri, fue menester organizar un yúmari a la medida de las circunstancias: grande, solemne, prolongado. El yúmari es una fiesta central del mundo tarahumara, sin fecha fija y con un propósito amplio: reconciliar los elementos del cosmos que a veces se desordenan. Evidentemente han estado en conflicto en los últimos tiempos.

Ocho comunidades acudieron a la convocatoria del siriáme Bartolo Fierro, gobernador de los tarahumaras de Sisoguichi. Ocho grupos de matachines (danzantes) surcan la plazoleta del pueblo, danzando, como le gusta al padre-madre dios, desde que se pone el sol hasta que amanece. Como son un pueblo que nunca ha sido sometido no acostumbran arrodillarse. En lugar de eso giran.

En medio del revuelo de capas multicolores, sonajas, coronas de espejos y el sonsonete de los violines, los párrocos jesuitas Javier Avila y Jesús Robles, los anfitriones en esta ocasión, aseguran que una congregación tan numerosa de rarámuris no tiene precedentes. Deben saberlo... llevan 25 años en la región.

A un pueblo que tiene como mandato supremo ``no ser bravo'' sólo le queda la cultura como recurso de resistencia y lucha. Y dentro de su cultura, la danza: ``Danzar o morir'', llamó otro jesuita, Pedro de Velasco, a la resistencia a la dominación en la cultura tarahumara.

A la hora del nawásari, el sermón que pronuncian los principales durante las fiestas, se reúnen los ocho gobernadores. Cada uno toma el tésora, bastón de mando, a la hora de dirigirse a los congregados. Dice el siríame Bartolo:

``Débiles no podemos seguir caminando. Necesitamos lluvia para no pasar hambres. El mundo se está descomponiendo. Hay muchos que ven la tierra como puro monte en el que se puede llegar y agarrar sin pedir permiso''.

Así pasa cada uno de los gobernadores al micrófono: falta de lluvias, corte descontrolado de pinos, escasez de alimentos, ruegos a San Juan, ofrendas de música y tesguino a la Madre Tierra. Casi todos son ya viejos. Hay uno muy joven; viene del pueblo de la Gavilana, en la región de Batopilas, hoy copada por la narcosiembra, en el otro extremo de la sierra. Relevo generacional en el gobierno indio; problemas multiplicados.

A la mañana siguiente, cuando termina la danza y empieza propiamente el reventón, con el fresco tesguino a la mano, los siríames dan rienda suelta a su preocupación:

``Nuestros antepasados estaban bien reparados, gordos'', dice el gobernador de Sojáhuachi, Madero Fierro. ``Por el contrario, nosotros estamos tristes (enfermos) y sin fuerzas. ¿Por qué? Porque ya no hay pino, hace falta trabajo, no nació el maíz. Del gobierno mandan ayuda pero no sirve. No es regalar lo que queremos, sino poner a trabajar''.

Quien lo diría... Madero Fierro, un ejidatario pobre como todos los que lo acompañan en torno al barril de tesguino, es corredor, campeón estatal. Su padre Gerardo Madero fue campeón nacional. Sus hijos ya no continuaron la tradición rarámuri (pie que corre, en su traducción al español) porque son ``zapatudos''.

En la conversación sale a relucir la palabra veda forestal. Eso quieren. ``Tenemos que dejar de tumbar los pinitos. De otro modo no va a haber abundancia'', dice Armando Hernández Valois. Es prerrogativa de los ejidos tomar esa decisión. Pero en los ejidos, aun en los mayoritariamente indios, decide el comisariado. Pero si el comisariado es indígena ``lo compran con una troca''. Si es mestizo impone sus ideas. El caso es que la administración del ejido actúa como propietaria del bosque.

El ejido llegó al mundo indígena de afuera como algo extraño. ``Al principio le tuvimos miedo. Después aprendimos a defenderlo''. Y ya que le agarraron el modo a esa forma de tenencia de la tierra, el gobierno les vuelve a cambiar la jugada. Ahora le temen ``a los Inegis'', a la ``Procu Agraria'' y al Procede, máxime que los silenciados (por decir licenciados) ``no llegan ni resuelven''.

--Se atrancan los problemas. Y siguen desapareciendo los pinos de nosotros.

--¿Y por qué no se deciden por una veda forestal?

--Porque no podemos quitar al comisariado...

Otro pregunta:

--¿Qué manda el Presidente?

Otro más:

--¿Quién es el presidente de México ahora?

--Otro responde:

--Zedillo Ponce. Pero si vamos a pedirle justicia legal nos van a decir que somos huevones, que no queremos trabajar.

--La veo muy inútil, la verdad --concluye otro.