Teresa del Conde

Cómo trabaja un jurado?

Me refiero aquí a los jurados que dirimen certámenes de artes plásticas en nuestro país. Creo que todavía no existe método que suplante con ventaja al tradicional. Esto es: las instancias organizadoras nominan número impar de especialistas. Se procura que entre ellos estén artistas alternando con críticos de arte o conocedores calificados de lo que se está produciendo en la actualidad, no sólo en México, sino en otras latitudes. Idealmente uno o más de los miembros del jurado es extranjero. Para realizar la selección, primero se verifica una ``limpieza'' descartando aquellas piezas que por ningún motivo serían aptas para exhibirse en sedes culturales o museos. En esta primera acción de desbroce todos los miembros del jurado suelen estar de acuerdo, es la parte más pesada (llega a ser indignante) pero la más sencilla. Hoy día tal fase suele obviarse en algunos certámenes si la convocatoria estipula una preselección realizada a través de diapositivas, impresiones, catálogos, etcétera, de las obras a participar. Tal cosa tiene dos filos: Es imposible darse cuenta cabal de un número considerable de trabajos a partir de fotografías, salvo cuando se trata de cosas en extremo evidentes, como podrían serlo, por ejemplo, los paisajitos a la acuarela que adquieren los turistas en Valle de Bravo o Puerto Vallarta, y aún así... La ventaja es que la preselección realizada de ese modo ahorra un titipuchal de trabajo a los coordinadores del certamen, como también ahorra al posible participante los gastos de envío y embalaje de la obra. Suele suceder que se reciben unos mamotretos enormes, pesadísimos, cuya única característica notable es esa: la dificultad de su manejo.

Lo que define el nivel del salón, su variedad, su función de corte sincrónico es la selección. Un jurado responsable tiene en mente principalmente eso: lograr un conjunto significativo de lo que se está realizando en un momento dado, respetando las bases estipuladas en la convocatoria. El referente es el envío, no lo que uno quisiera que éste contuviera.

Los días 18, 19 y 20 de junio trabajó exhaustivamente el jurado para la VIII versión de la Bienal Tamayo de pintura (que se inaguró el sábado en Oaxaca), en los generosos espacios del ex Convento Máximo de San Pedro y San Pablo. Estuvo integrado por Cristina Gálvez --directora del Museo Tamayo-- y por cuatro personas que a lo largo del tiempo hemos fungido como jurados en varios sitios: el pintor Tomás Parra, el pintor argentino radicado en Francia Antonio Seguí (n. 1934) una de cuyas más notables exposiciones tuvo lugar en el Musée dÕArt Moderne de la Ville de Paris; Raquel Tibol y quien esto escribe. Lo primero que llamó la atención fue la cantidad del envío --936 obras de 394 autores de 22 estados de la República. No se realizó preselección por medio de diapositivas o documentos curriculares, se observaron todos y cada uno de los originales. Al principio parecía imposible reunir las 50 piezas de nivel siquiera decoroso estipuladas en la convocatoria, incluso hubo momentos de franca desesperación. Nos hemos hecho a la idea de que el índice creativo en nuestro país es muy alto. No es cierto: hay crisis planetaria de valores y la hay también en México: repeticiones de dicursos que --sin reciclaje alguno-- sobrevienen una y otra vez, malhechura, improvisación excesiva, incultura plástica notoria (sobre todo en determinados estados de la República y sorpresivamente San Luis Potosí es uno de ellos), incidencia de aquello que mal llamamos ``arte comercial'', digo ``mal llamamos'' (porque todo producto artístico es comercializable), redundancia, trivia. Sobre todo lo que privó fue un altísimo porcentaje de falta de conciencia respecto a lo que puede ser una propuesta pictórica. Y conste que no me refiero ni a propuestas nuevas ni a soluciones originales. Claro que hubo excepciones, finalmente el número de obras candidateadas a participar resultó ser casi el doble de las que de acuerdo a la convocatoria podían seleccionarse. Aquí viene la parte más difícil del trabajo, la que requiere de mayor observación, reflexión, discusión, argumentación por parte del jurado. Tengamos en cuenta que cada miembro de lo que es en realidad un cuerpo colegiado tiene su individualidad, sus gustos y disgustos, por lo tanto, aunque hay hartas coincidencias, el resultado de la elección se realiza por consenso. Es la única forma posible de operar. Ya he expresado en ocasiones anteriores mi desagrado a la forma de calificar con la que opera el multitudinario jurado del Premio MARCO, que pretende ser objetiva y es sólo mecanizada porque allí no se da la indispensable discusión sobre valores estéticos. No digo que la manera tradicional --llamémosle académica-- sea ni con mucho, perfecta. Todos los jurados ofrecen índices falibles, mas si lo que cuenta es la capacidad de compromiso y el desentendimiento de todo lo que no sean las obras en sí, lo usual es que se logre un corte representativo de buen nivel. Esto requiere además independencia --a veces difícil y dolorosa de digerir-- del reconocimiento de autores muy conocidos, que en la presente ocasión en varios casos resultaron omitidos debido probablemente al apresuramiento con que realizaron sus envíos. El público dirá, pero sólo quienes tuvimos acceso a todas las piezas (además del jurado, los museógrafos y curadores que recibieron, desembalaron, trasladaron, mostraron) conocemos el proceso difícil para esta VIII versión.