Néstor de Buen
La Sedena me da pena

Los viajes sí ilustran, aunque lleguen también a despistar. En mi regreso de Cancún, obviamente por tierra, aprendí algunas cosillas a propósito de las nuevas mañas de los señores soldados, constituidos en fiscalizadores exigentes de lo que a cada uno se le ocurre transportar en sus vehículos y, eso sí, invocadores de una legalidad sospechosa.

Si en el viaje de ida nos tocaron ocho retenes, en el de vuelta, no sé si por efectos de las lluvias, aumentaron a doce. Soldados de infantería, cuatro o cinco por retén, probablemente cabos si la cinta aislada que no de aislar no representa hoy otra cosa, con casco, un fusil ametrallador en bandolera, sin oficiales a la vista y un hermoso cartelón bilinge, dicho sea por lo bilinge con ciertas reservas (militari (sic) check point) en el que el texto hacía referencia a que sus actos estaban respaldados por la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos.

Hubo de todo, desde la pregunta amable, que no lo parece cuando la respalda tan mortífero agregado ametralladoril, a propósito del origen y destino del viaje; a veces de la profesión o actividad de los sospechosos viajeros y la de cajón: qué traen ahí?Por regla general asomaban su cascada cabeza por la parte de atrás de la Suburban, examinaban no sé si con emoción o sospecha los refrigeradores y su contenido; ponían cara extraña ante las bolsas con los palos de golf y si a alguno se le ocurría, que le ocurrió a casi todos, elevar las miras y encontrar encima del techo una hermosa caja de algún metal que no podría identificar, con amarres científicos para fijar su estabilidad, la pregunta obvia era sobre su contenido. La respuesta, invariable: equipaje. Ninguno puso en duda la veracidad de la contestación, quizá por la flojera natural que les daba la idea de subirse, desamarrar, convencerse de la verdad de lo dicho y volver a amarrar (porque yo no estaba dispuesto a ayudarlos en nada). Por ello la cajota viajó sin ofensas.

En donde las cosas se pusieron, digamos, incómodas, fue en un retén me parece que antes de subir las cumbres de Acutzingo, en el que con cierta brusquedad nos exigieron a los cuatro que nos bajáramos de la camioneta para examinarla por dentro.

Yo venía dormidito y sin zapatos, bien extendido en un asiento con el grato auxilio de una almohada y desperté por el pequeño escándalo de la exigencia militar. Con sequedad y cierto mal humor le dije que no me bajaba. El soldado insistió y, con clara intención de fregar, se puso a abrir mi portafolio, lleno de peligrosos textos y abrió cuantas bolsas tiene. No faltó el incidente chistoso cuando encontró mi llavero personal bastante lleno de llaves, como es natural y lo abrió, seguramente con la esperanza de encontrar tro una bazuka. Cuando me pidió que me bajara le dije que me quedaba a bordo para ver lo que hacía con mis bienes personales. No fuera a haber un cambio indeseado de poseedor. Hubo otras preguntas, la consabida mirada al techo y al final, no de muy buen modo pero tampoco en forma majadera, nos dieron el pase.

Ahí el tema me empezó a caer gordo. Porque de algo le tiene que servir a uno haber leído el Art. 16 constitucional y aquella frase inolvidable de que ``Nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento''. Ciertamente por ninguna parte apareció el famoso mandamiento pero sí las molestias.

Es claro que con lección bien aprendida, los jóvenes soldados invocaban la Ley de las armas y explosivos y fue hasta hoy que pude saciar mi impertinente curiosidad para ver si en ella o en su Reglamento se establece algo así como el derecho a violar el 16 constitucional. Afortunadamente nada hay que lo diga, lo que pone de manifiesto que el susodicho cartelito y la cantinela de cuenta no son otra cosa que lo que el vulgo llama ``engaña p. ...'' En otras palabras, que la Sedena tiene poca imaginación y nos cree a mexicanos y gringos turistas idiotas naturales. Qué opinará la Embajada de Estados Unidos, siempre tan preocupada, con razón, de la situación de sus ciudadanos?Por otra parte, volví a leer el 129 constitucional que sólo faculta a las autoridades militares, en tiempo de paz (no ha habido declaración de guerra, supongo) a ejercer funciones que tengan que ver con la disciplina militar, y es claro que no es el caso. Ni tampoco vivimos en la situación de emergencia, con suspensión de garantías, a que se refiere el 29 de la Constitución.

Razones de Estado, tenemos. Como en los mejores tiempos de los desbarajustes laborales. Lo que quiere decir que los señores militares o no conocen la Constitución, lo que no me atrevo a suponer en serio, o han decidido hacer con ella uso indebido nada difícil de imaginar. Que es, exactamente, lo que están haciendo.

Si la invasión militar en el DF fue parte de un plan general (o de un general en plan) y estos retenes, ya tradicionales, su expresión campirana, retiro todo lo que dije hace unas semanas sobre las buenas conductas mililtares y no me queda más que pensar que estamos sometidos, sin ninguna justificación, a un régimen militar que invalida las garantías individuales. Sin olvidar que el C. Secretario de la Defensa Nacional no es más que un secretario de Despacho, lo que quiere decir, un empleado removible del Presidente y el que está obligado a rendir cuenta de sus actos ante el Congreso de la Unión. Sería bueno que se le exigiera.

Me temo que el viejo y tan nombrado Estado de derecho ha tropezado, de nuevo, con la hermosa piedra de la arbitrariedad oficial.