Al cabo de largos y laboriosos preparativos, el PRD se encuentra hoy en un punto y un momento decisivos de su breve pero importante historial como partido político. No es exagerado calificar la elección interna para la renovación de su liderazgo nacional, como un suceso que puede tener repercusiones significativas en el contexto político general del país.
Son varias las disyuntivas que, según acuciosos analistas, deberán quedar resueltas después de la votación de esta fecha: conducción institucional o caudillismo, partido nacional o coalición de grupos de presión locales, consolidación orgánica o alianza coyuntural de corrientes internas, estrategia integral propositiva o línea táctica de agitación sistemática, unidad firme y definitiva o rivalidades y escisiones latentes. Y en el trasfondo la gran alternativa frente a la sociedad: opción electoral viable y consistente o fuente y resumidero de exabruptos y desahogos antigobiernistas.
Lo deseable para todos aun para los que no somos perredistas es que el resultado de esta elección interna conduzca a la reflexión y no al desbordamiento triunfalista de quien obtenga el apoyo mayoritario de sus correligionarios, para que la secuela de este plausible ensayo plebiscitario sea la cohesión y no el cisma. El PRD tiene mucho que ganar, pero también mucho que perder, si las fuerzas que están detrás de cada uno de los tres candidatos no asimilan la victoria o la derrota, según el caso, con ecuanimidad y plena conciencia de que su partido tiene, a partir de esta fecha, una gran oportunidad de crecer y madurar para bien de la democracia en México; pero que esa oportunidad, si fuese desaprovechada, podría ser la última.
Los tres candidatos, más allá de sus cualidades individuales, participan como representativos de fuerzas claramente delineadas al interior del PRD. Una percepción mezquina de los intereses que gravitan en el microcosmos perredista, ha pretendido caracterizar esta contienda como una reyerta personalizada entre los dos principales personajes que fueron fundadores de este partido.
De ser así, la fractura sería inevitable, cualquiera que fuese el resultado de la votación. Sin embargo, en el PRD militan numerosos mexicanos inteligentes que han dejado muy atrás la inclinación primitiva a fincar la lucha política exclusivamente en el carisma o el talento de hombres providenciales, sin cuya guía nada es posible hacer o tratar de hacer.
Si las expectativas reales de los aspirantes a asumir el liderazgo nacional del PRD dependieran de tener o no tener un padrino y de la mayor o menor influencia de éste sobre la voluntad de los militantes, deberíamos borrar todo lo escrito en este comentario y constreñirnos a declarar que la elección interna de este domingo no será sino una simulación, pues no se estará votando por alguno de los candidatos registrados, sino en favor del imprescindible godfather que prolongaría sus prerrogativas decisorias detrás del tinglado. El PRD seguiría siendo el mismo, pero revolcado.En discursos, declaraciones y entrevistas, los tres candidatos han realizado su mejor esfuerzo por perfilar sus principios políticos y sus objetivos programáticos, en lo concerniente a su partido y respecto del tipo de sociedad que propugnan. Una notable coincidencia es que lo tres preconizan la necesidad de abanderar cambios más o menos profundos en su organización política y, a partir de éstos, en el país. Ninguno de ellos ha dejado espacio para suspicacias, en cuanto a que su intención se reduzca a revestir al PRD con un ropaje que oculte su imagen anterior y le permita ganar adeptos entre la población reluctante a las tácticas de lucha que lo han caracterizado. Si hemos de creer en lo que afirman, no pretenden confeccionar un disfraz, ni siquiera limitarse a mudar de piel, sino promover cambios orgánicos, funcionales y estratégicos de fondo.Las incógnitas son varias. Son los tres igualmente confiables? Llegan a esta encrucijada política sin compromisos? De qué tamaño son los que se vieron obligados a pactar? Hasta qué grado esos compromisos limitarían su libertad de acción? Y finalmente: tendrá el triunfador la fuerza requerida para unificar a su partido y consolidarlo como una opción electoral capaz de contrarrestar la ominosa marejada de la derecha y sus alianzas? Los perredistas tienen la palabra.