Carlos Bonfil
El secreto de Mary Reilly

En México se conoce muy poco, o muy mal, la brillante trayectoria del realizador británico Stephen Frears. La mayoría de la gente retiene su título más exitoso, Las relaciones peligrosas (Dangerous liaisons, 88), o el más espectacular, Héroe accidental (Hero, 93). En el Canal 22 se estrenó hace no mucho tiempo, My beautiful laundrette (85), con Daniel Day-Lewis; películas de juventud, como Gumshoe (71) o The hit (84) son casi inconseguibles, aunque la segunda haya pasado (inadvertida) por televisión. Pero hay tres cintas que sería preciso recuperar en alguna hipotética retrospectiva de este director: las estupendas Prick up your ears (87), con Gary Oldman, Sammy and Rosie get laid (87) y The grifters (92), según la novela de Jim Thompson, Los timadores. Otra cinta interesante, basada en la novela del irlandés Roddy Doyle, es The snapper (El mocoso, 94). Así, de nueve películas de un cineasta muy brillante, en México conocemos sólo dos, o tres, si añadimos la más reciente, El secreto de Mary Reilly (Mary Reilly, 96).

Con un guión de Christopher Hampton (Las relaciones peligrosas), inspirado en Mary Reilly, la novela de Valerie Martin publicada en 1990, Frears reelabora el relato clásico de R.L. Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde (1886), para proponer una relectura muy sobria del cine de horror, en el extremo opuesto de las fantasías barrocas del Drácula de Coppola y del Frankenstein de Kenneth Branagh. Originalmente, el proyecto debía realizarlo Tim Burton, y al declinar éste la invitación, Frears acometió con gusto la empresa. Imaginó entonces que la célebre historia, objeto de numerosas adaptaciones fílmicas (entre las más populares: Fredric March como Jekyll/Hyde en 1931, y Spencer Tracy en 1941, dirigidos por Mamoulian y Fleming, respectivamente), sería narrada desde el punto de vista de Mary Reilly (Julia Roberts), una sirvienta del Dr. Jekyll (John Malkovich). Una sirvienta con aspiraciones culturales (en la novela de Martin es escritora y lleva un diario), negación inesperada de las jerarquías y tradiciones victorianas. Una sirvienta voyeur, escrutadora, de pasividad engañosa. El desempeño de Julia Roberts es notable: consigue con mucha soltura superar o manejar inteligentemente lo inverosímil de la situación doméstica: la súbita intimidad que se establece entre ella y su amo, como si en esta fábula de la represión sexual no hubiese necesidad de delimitar rangos sociales.

Desde un inicio se plantea la fascinación del Dr. Jekyll por los detalles sórdidos de la carne (las cicatrices de Mary); después, la sirvienta soportará con enorme turbación el ver desollar viva a una águila frente a sus ojos. Seguirá una escena en un mercado, con botines que esquivan ríos de sangre animal, y luego las faenas en un anfiteatro médico, el destazamiento de un cuerpo y la recolección de las vísceras; en un burdel regenteado por una Mrs. Farraday soberbia (Glenn Close) se habrá cometido ya un crimen monstruoso. Mary Reilly recordará con horror una infancia de tortura mental y abuso físico por parte de su padre (Michael Gambon). Jekyll, el amo, atisbará buñuelianamente el secreto de su doncella favorita.

En repetidas ocasiones, y de manera no del todo elegante, el director recurre a flash-backs efectistas para sugerir simbolismos tan obvios como la sustitución del padre perverso por una figura tutelar bienhechora (Jekyll), y el retorno de la figura odiada en la persona de Hyde. Varias escenas sugieren asimismo un erotismo liberado de tabúes, muy al margen de las convenciones de la época, pero la cinta no asume cabalmente los riesgos de una desmistificación más vigorosa. Domesticada y pulcra, la película se complace en estilizar comportamientos que imagina perversos. Como Jekyll, Malkovich languidece sus maneras y dulcifica su voz para reiniciar los rituales seductores de Valmont en Relaciones peligrosas; como Mr. Hyde, ensaya un estilo de actuación tan azaroso como el de De Niro en Cabo de miedo, de Martin Scorsese. El tema fascinante del doble y el de la lucha entre el bien y el mal se banalizan y pierden fuerza por las afectaciones y grandilocuencias de un John Malkovich superestrella. El punto de vista bien puede ser el de Mary Reilly, como suya es la narración y la presencia más sugerente, pero el protagonismo de Malkovich frustra parte de la originalidad de la empresa, y su eficacia. Stephen Frears dice haber rechazado las fórmulas tradicionales del cine de horror y preferido el suspenso y el análisis psicológico; según sus propias palabras, al filmar Mary Reilly sólo tuvo un modelo en mente, la película Rebecca, de Alfred Hitchcock. En su actriz tuvo algo cercano a Joan Fontaine, aunque nada en su actor que remotamente recordara a Laurence Olivier. La meticulosa ambientación histórica, con muy buena fotografía de Philippe Rousselot, la música de George Fenton, el guión de Christopher Hampton, la sorpresa de Julia Roberts, el talento de Stephen Frears, poderoso en sus mismos altibajos, son todas razones suficientes para apreciar El secreto de Mary Reilly.