Economía y política están hoy en México en un estado precario, para decirlo con cierta elegancia. La estabilidad económica es como la de un submarino que flota debajo de la superficie, los acuerdos para la reforma política no acaban de consolidarse mientras se acercan rápidamente las elecciones de 1997 y la impartición de la justicia no consigue superar la incredulidad de la población. Al mismo tiempo hay una enorme descomposición de la élite del poder en una serie al parecer interminable de areglos turbios, idas y venidas de millones de dólares de muy dudoso origen y aplicación. Los casos de lo que comúnmente suele llamarse ``información privilegiada'' y que marcaron las privatizaciones de las empresas estatales el sexenio pasado, aparece ahora como una verdadera ``selección privilegiada''. Es decir, que prácticamente se escogieron a los dueños de los bancos, cadena televisora y otros negocios en una espléndida muestra de lo que puede ser la modernización del capitalismo mexicano.
Hay quienes se preguntan qué sentido tiene tanto debate sobre la reforma del Estado mientras la corrupción está desatada. La cuestión no es trivial puesto que dicha reforma tendría que sentar, sin duda, las bases mínimas de una nueva forma de convivencia que resane las fracturas del orden social. La credibilidad es, tal vez, el recurso más escaso de esa reforma y los partidos políticos no tienen el poder de convocatoria y de convencimiento sobre una sociedad que trata de encontrar nuevas estructuras de organización y participación.
En la economía, los mercados financieros otra vez dieron muestra de su crónica debilidad. Las tasas de interés se fueron para arriba y están instaladas de nuevo encima del 30 por ciento con lo que se llegó al nivel alcanzado en mayo, en lo que parece una situación de dos pasos para adelante y uno para atrás. Las autoridades monetarias insisten en señalar que están dadas las condiciones de la estabilidad y la reducción de los intereses, condición indispensable para cualquier intento de recuperación productiva en el mercado interno. Pero esta postura choca con lo que se experimenta en los mercados y no se sabe bien cómo es compatible con los constantes anuncios del deterioro de la solvencia de los deudores, de ahí la necesidad de instrumentar los ADEs, el programa de apoyo a deudores del fisco y el próximo programa de apoyo a las carteras vencidas del campo. Todo esto sugiere que las dependencias encargadas del manejo de la economía ponen en práctica la noción aquella que dice que la mejor manera de ocultar la verdad es decirla.
Se sigue esperando que la estabilización de los precios sea la condición en la que se finque una nueva etapa de crecimiento. Pero, a pesar de la disminución de la inflación, el costo del dinero sigue aumentando mientras que continúa la severa restricción del crédito. El comportamiento de estas variables no es compatible con los objetivos manifestados en el programa económico. La recuperación industrial mantiene los signos de alta concentración en ciertas actividades, además de que expresa una situación de comparación estadística con un periodo de gran caída del producto como fue el segundo trimestre de 1995. El mercado interno tendrá que seguir reprimido para sostener la frágil estabilidad financiera que ante la sola expectativa de movimientos en la economía de Estados Unidos muestra una gran volatilidad. No hay, así, condiciones para aumentar el gasto en inversión y planear la actividad productiva.
En México estamos metidos en un conflicto en la conducción de los asuntos públicos que surge de la manera en que se ejercen las funciones administrativas. Frente a la posición del gobierno, en el terreno político, de la justicia y la economía, a la sociedad no le queda más que la opinión, y en ese terreno siempre puede ser descalificada. No existen las instancias de orden social que puedan enfrentar la posición oficial en términos de lo que aquí puede llamarse de conocimiento a conocimiento, en un mismo plano que obligue a una discusión abierta de los problemas nacionales. En cambio, estamos obligados a pensar y, pensar es imaginar y la imaginación nos hace víctimas de extrañas ilusiones.