La Jornada Semanal, 14 de julio de 1996
(Ésta es una entrevista a una sola voz.
La sola voz de Ramón Márquez C., autor del libro Medallistas Olímpicos Mexicanos, periodista, editor de la sección de Deportes del diario El Universal.
Voz que dice, a manera de preámbulo:
Las medallas olímpicas ganadas por mexicanos representan grandes historias detrás de la Historia. Historias que, en parte, nos cuenta hoy. Sólo su voz se escucha. El reportero no hace sino anotar.)
El coronel desobediente
Historias dramáticas, como la de Humberto Mariles y su grupo de jinetes, todos militares, que compitieron en los Juegos Olímpicos de Londres 1948, en desacato a una orden presidencial. Abandonaron subrepticiamente el país, y fueron perseguidos, pero en su camino hacia el Viejo Continente conquistaron el torneo Cóndor, en Toronto, y ya en Europa sorprendieron al mundo de la equitación con inesperadas victorias en los más prestigiados concursos preolímipicos: el Concorso Ippico Internazionale, el Pietro Didi, el Villa Borghese, el Capitolio, el de Montecattini y el Vincitori, todos ellos en Italia; en Suiza, triunfos en Lucerna y Zurich... Fueron recibidos por el papa Pío XII y disminuyó la ira presidencial... Súbitamente, Miguel Alemán sufrió un ataque de amnesia cuando se enteró de que el equipo había conquistado las medallas de oro y de plata, individuales, y la de oro por equipos, en el Premio de Las Naciones, además de la de bronce en la prueba llamada de los Tres Días. Ningún otro deportista mexicano ha igualado la hazaña de Mariles: nadie ha ganado dos medallas olímpicas de oro. La furia del Presidente se trocó en una obsequiosa sonrisa.
Habían sido 12 años -el paréntesis olímpico, entre Berlín 1936 y Londres 1948, abierto por la segunda guerra mundial, que canceló los Juegos de 1940 y 1944- de ardua preparación para el equipo ecuestre, capitaneado por el teniente coronel Humberto Mariles. El apoyo y la protección que le brindaron los presidentes Lázaro Cárdenas y Manuel Avila Camacho despertó los celos e hizo nacer el rencor en muchos militares, que influyeron en el ánimo de Miguel Alemán, que ocupaba ya la silla presidencial. En la oficina de Los Pinos se produjo esta escena:
-Sabe usted, teniente coronel, que se cancela el viaje a los Juegos Olímpicos -dijo Alemán a Mariles.
-¿Puedo saber por qué? -preguntó Mariles, sobreponiéndose al estupor.
-No pueden ganar -respondió lacónico el Presidente-. No pueden ganar con estas carretas de caballos, con ese tuerto -se refirió así, despectivamente, a Arete, el alazán tostado que era el orgullo de Mariles.
Esa misma noche, Mariles se reunió con los integrantes de su equipo: los capitanes Rubén Uriza, Raúl Campero, Alberto Valdés, Joaquín Solano Chagoya y Víctor Manuel Saucedo Carrillo. Les informó de la orden presidencial y les dijo que, sin embargo, él estaba dispuesto a hacer el viaje. ¿Quién correría el riesgo con él? ¡Todos! Y se fueron.
De la deshonra eterna sólo les libraría el triunfo eterno.
Aventuras de Arete
Doce años antes, el equipo nacional de basquetbol había conquistado la medalla de bronce en la Olimpiada de Berlín. Originalmente, la precaria situación económica redujo la nómina de los basquetbolistas, y uno de ellos, el potosino José Pamplona, viajó gracias a la generosidad de su paisano Saturnino Cedillo, entonces ministro de Agricultura, quien sufragó sus gastos.
Tres años más tarde, Cedillo encabezó el último levantamiento militar contra el presidente Cárdenas. El 11 de enero de 1939, durante una batalla en La Biznaga, Jalisco, Cedillo fue muerto por las fuerzas federales, cuyo líder era el general Miguel Enríquez Guzmán, primer dueño oficial de Arete, aquel alazán tostado y tuerto que era el orgullo de Mariles.
Campeones del vértigo
Concatenaciones sin fin: apartado de sus compañeros en aquellas barracas londinenses que fungieron como Villa Olímpica, Mariles compartió su habitación con un joven clavadista de 19 años, llamado Joaquín Capilla. ¿Cómo hubiera podido imaginar que, junto a las del grupo ecuestre, ese chiquillo de frágil apariencia cuyo afilado rostro palidecía por el dolor de un desgarre en el costado derecho, daría a México otra medalla en aquella justa? Ambos estaban destinados a convertirse en los máximos deportistas de nuestra historia. Joaquín ganó la medalla de bronce en plataforma de 10 metros, y en Londres inició su impresionante camino a la inmortalidad deportiva: medalla de plata, también en plataforma, en Melbourne '52, donde compitió con una fractura en la mano izquierda, y medalla de oro en plataforma y de bronce en trampolín en Helsinki '56, a pesar de una severa lesión en la columna vertebral.
Asombrosas concatenaciones:
El estallido de la Revolución Mexicana había hecho emigrar a don Alberto Capilla, dueño de varias minas de oro de plata en Taxco. Se refugió en Madrid, donde su hijo, también Alberto, se enamoró de Carmita Pérez, de enormes ojos negros y lustroso cabello azabache. Cada semana, viajaba hasta Burgos para llevarle serenata y caminar por las estrechas callejuelas empedradas hasta llegar a las orillas del río Arlazón. Casaron en 1925, en la capital española. En París, nació su primogénito: Alberto. El 23 de diciembre de 1928, ya en México, nació su segundo hijo. Lo bautizaron como Joaquín.
Pero no sería Joaquín Capilla el único clavadista mexicano de ascendencia española que ganara una medalla olímpica. En 1936, como el siroco, viento seco y quemante que vuela desde el Sahara y cuya lengua de fuego cruza el Mediterráneo hasta incendiar las costas ibéricas, partió desde Marruecos el general Francisco Franco para llevar a España el aliento mortal de la lucha armada. Ha estallado la guerra civil española, y Juan Botella Asensi, ex ministro de Justicia, proclama la defensa de la República. A la lucha se une su hijo, Claudio Botella Pastor, quien cambia las aulas de Arquitectura y de Ciencias Exactas por las trincheras. Allí, mientras la peste de la guerra se extiende por todo el país, de esa tierra sacudida por el fuego, la muerte y la desolación, brotan las raíces de esa extraña flor llamada amor. Claudio cae rendido ante los encantos de la enfermera Gloria Medina, con quien contrae nupcias en esa ciudad de Madrid a punto de capitular. Ya las fuerzas franquistas coquistaron la capital. Ya el presidente mexicano Lázaro Cárdenas abre las puertas del asilo. Claudio y Gloria, que han emigrado hacia París, deciden trepar a bordo del Sinaia y a finales de 1939 el buque atraca en el puerto de Veracruz.
El 4 de julio de 1941 nace el tercer hijo de ese matrimonio. Se llama Juan. Diecinueve años más tarde, ofrecerá a México la única medalla en los Juegos Olímpicos de Roma: la de bronce en clavados desde el trampolín.
Deudas, caballos agotados, gases venenosos
Historias que arrancan sonrisas y, también, evocadoras historias de dolor.
En un arcón de madera guarda Francisco Cabañas -primer medallista olímpico mexicano: plata en el torneo boxístico de Los Ángeles 1928, categoría peso mosca- un vale por 300 pesos que jamás le fueron reintegrados, "...como depósito de sus comidas a bordo y en la Villa Olímpica, entendiendo que él pagará el pasaje de ida y vuelta a Los Ángeles". Lo firma el legendario general Tirso Hernández, presidente del Comité Olímpico Mexicano... De hecho, la histórica presea debe todo a una una función de boxeo en la arena Nacional para recolectar fondos -120 pesos-, y a los ahorros -380 pesos- de su madre, viuda que vivía de las ganancias que obtenía en una tiendita llamada La Brisa: sólo así pudo Cabañas hacer el viaje.
En esa misma Olimpiada, el tirador Gustavo Huet también conquistó plata para México -tiro con rifle de pequeño calibre .22 cuerpo a tierra-. Sus rivales habían sido miembros de la élite estadunidense y europea, vestían de frac y competían con las manos enguantadas en blanca piel. Les asombraba aquel joven moreno, no sólo porque acompañaba su comida con café y no con vino y porque dormía siesta después de comer, sino porque empuñaba una vieja carabina, toda una reliquia al lado de las modernas armas de competencia. "¿Cómo es posible que venga a competir con un rifle para cazar pajaritos?", se preguntaban... El hombre de las ropas modestas y la piel oscura terminó empatado con el sueco Bertil Ronnmark en primer lugar: 294 aciertos. Fueron a ronda de desempate. Ronnmark hizo buenos sus 25 disparos. Huet falló el último...
Nuevo cambio de escenario. Es el partido por la medalla de bronce en el torneo de polo de Berlín 1936. México va arriba por 16-0, pero se cansan los caballos nacionales y quedan estáticos en el campo de juego. No hay reservas para esos reemplazos de que disfrutan todas las otras escuadras; Hungría, que aprovecha las circunstancias, logra dos metas. Entonces sucede lo impensando: los jinetes mexicanos se apean de sus cabalgaduras, las jalan por la cola, y para defenderse del tenaz acoso húngaro se alinean ante su meta. El propio Führer y Hermann Wilhelm Goering -as de la aviación germana, cercano colaborador del caudillo en el gobierno del III Reich- sonríen ante la divertida escena. El telón cae instantes después. México gana 16-2 y se lleva el bronce...
Tiempo de lágrimas. Los Ángeles '84: llora Raúl González en la recta final que le asegura la medalla de oro en marcha de 50 kilómetros. ¿Llora de felicidad? No. Al menos, no del todo. Porque mientras se acerca a la meta recuerda a su madre diciéndole a su padre, que agonizaba: "Yo sé que Él puede... Bendecirme a mí." Don Heriberto González murió ocho semanas antes de aquella Olimpiada.
La muerte rondó también a los andarines Daniel Bautista y Ernesto Canto -ambos medallistas de oro en 20 kilómetros: el primero en Montreal '76, el segundo en Los Ángeles '84- cuando, en 1980, entrenaban a las orillas del lago Titicaca. En aquellas noches gélidas, era indispensable el uso del calentador de gas. Pero una noche, cuando Daniel y Ernesto dormían ya, el calentador se apagó y el gas continuó saliendo. Entonces, coma cada noche, el entrenador Jerzy Hausleber entró a su habitación para saludarlos, sintió el fétido aliento de la muerte y rápidamente abrió puertas y ventanas. Voló la muerte por los aires hacia otros rumbos...
(Vuelan las anécdotas en la entrevista a una sola voz. Imposible reproducirlas todas. Son 37 las medallas olímpicas ganadas por mexicanos. ¿Cuántas historias detrás de la Historia?)
Es cosa de verlo así: a partir del 19 de julio, estarán a la
disposición de millones de espectadores en todo el mundo cerca de tres
mil millones de bytes con información sobre el desarrollo de
las competencias deportivas de los Juegos de la XXVI Olimpiada de era
moderna. Con semejante cantidad de códigos se podría publicar un
diario por los próximos 30 mil años.
Con la dirección `htpp://www.atlanta.olympic.org/. los fanáticos del internet podrán tener en sus computadoras personales 4 mil páginas, 45 videos y 5 mil fotografías para estar lo más cerca posible del "Olimpimania" de Atlanta. Los creadores del sistema Info '96 fueron los ingenieros de la IBM, una de las diez marcas patrocinadoras del Comité Olímpico Internacional, quienes se auxiliaron de 2,500 personas de todo el mundo y, por supuesto, de unos 40 millones de dólares, para realizar el más grande proyecto electrónico de la historia de la computación.
También IBM ha dispuesto 7 mil computadoras personales para satisfacer las necesidades informativas de las 130 mil personas de la familia olímpica. En menos de cinco décimas de segundo, en las pantallas de la PCs de los 15 mil periodistas, de los miembros del comité organizador, de los funcionarios del COI, de los directores técnicos de las federaciones internacionales y otros personajes del minimundo olímpico, aparecerán actualizados los nombres, las cifras, los récords mundiales y olímpicos, las biografías (de más de 20 mil atletas), las distancias, los tiempos, las condiciones meteorológicas, la velocidad del viento y alguna que otra monería de lo que sucede, sucedió y sucederá en las 16 jornadas de competencia.
La cosa no queda allí: además del centro general de información, cada uno de los 26 deportes oficiales tendrá su propio centro independiente. En total, 1,800 terminales en red serán utilizadas dentro de las sedes olímpicas.
La inversión podría acarrearle a IBM el dominio del mercado de computadoras en todo el planeta: tómese en cuenta que la publicidad que generan unos Juegos Olímpicos no podría igualar ningún otro acontecimiento mundial: cerca de 3 mil millones de espectadores presenciaran los primeros juegos de la posguerra fría.
El Comité Organizador de los Juegos del Centenario ha creado también la Red Olímpica, una complejo telefónico especialmente diseñado para el servicio de los clientes olímpicos. Los periodistas que cubrirán la actividad de los Juegos, podrán mandar la información a sus medios de comunicación usando cualquiera de estos métodos: la tarjeta AT&T, el pase de llamadas prepagadas, el servicio de País Directo, y la tarjeta Visa para entrar en la red de AT&T.
Visa es otro de los patrocionadores que ha tratado de dominar el mercado internacional, invirtiendo unas cuantas decenas de millones en los últimos Juegos Olímpicos del siglo XX. La multinacional de las tarjetas de crédito ha pagado 40 millones de dólares por la venta mundial exclusiva, por teléfono, de los boletos para las ceremonias de inauguración y de clausura y, desde luego, para las competencias deportivas. El contrato significa, para Visa, la mejor inversión en publicidad y la más efectiva campaña para el dominio del mercado en todo el mundo. No hace mucho tiempo, Visa divulgó algunos mensajes críticos contra su rival: "Los Juegos Olímpicos, el único sitio en el mundo donde no se aceptan tarjetas American Express." Para calcular el éxito económico que representa ser cliente olímpico, hay que tomar en cuenta que Visa pagó en 1988 casi 16 millones de dólares por patrocinar los Juegos de Seúl.
Pero nadie ha sido tan generoso con los Juegos de Atlanta como Cocacola, por la simple razón de que son sus juegos y de que es su ciudad. Hasta ahora, esta empresa ha invertido más de 40 millones de dólares en la realización de los juegos. Pero el proyecto comercial de Cocacola no tiene un horizonte tan limitado como un simple patrocinio: la compañía ha construido, además, la Ciudad Olímpica, en donde espera que pongan sus pies entre 800 mil y un millón de espectadores. El parque de diversiones ofrecerá conciertos en vivo y juegos en realidad virtual con estrellas mundiales del atletismo. Las ganancias que la ambiciosa idea traerá a las cuentas del refresco de la ola se calculan en 20 millones de dólares, tan sólo por la venta de productos Coke durante el evento. En LOS Angeles '84 Made In América, Peter Uberroth, presidente del comité organizador de aquellos juegos, describe la importancia de Cocacola para el éxito comercial de la justa: "Puesto que Coca Cola y Pepsi figuraban en el primer lugar de la lista [de patrocionadores], me pareció lógico empezar por allí nuestro programa de exclusividad. El licitador que ganara, tendría su marca como única bebida oficial sin alcohol de los juegos, la única que se vendería en los estadios olímpicos, y la única que podría utilizar los anillos olímpicos junto con otros temas y logotipos de Los Angeles '84. No tuve demasiada suerte con el presidente de la Cocacola, quien ni siquiera me devolvió las llamadas. Hablé con Don Kendall, el presidente de la Pepsi, y resultó que los Juegos le interesaban; en seguida, me envió a uno de sus principales ejecutivos para realizar algunas paláticas antes de cerrar la oferta." En cuanto el presidente de la Cocacola supo lo de Pepsi, la actitud fue distinta: "Pepsi envió su propuesta por correo y a través del telégrafo; los ejecutivos de Cocacola me llevaron su oferta personalmente. En ese momento, procuré mitigar mi emoción; al llegar a la parte final del documento me encontré con la cantidad: ¡12 millones 600 mil dólares! Los ceros me saltaban a los ojos como si estuvieran vivos." Para la realización de los Juegos de Seúl, en la primavera de 1988, Cocacola transformó aquella cantidad en ¡30 millones!
Pero los Juegos Olímpicos no serían el acontecimiento universal más leído, más visto y más escuchado por los habitantes de este cada vez más pequeño planeta, sin el impulso de la televisión. Es cosa de sacar un lápiz y ponerse a hacer números.
Según cálculos del comité organizador de los Juegos de Atlanta, los derechos de transmisión del espectáculo deportivo generarán un ingreso de más de 900 millones de dólares, en forma directa. Pero a esta suma hay que agregarle los otros 500 que producen las marcas deportivas por concepto de publicidad. Según un artículo publicado en The Economist, el precio estimado de un anuncio en televisión (la NBC ha pagado 456 millones por los derechos de 168 horas de transmisión) es, en este verano, de 380 mil dólares. (El negocio es tan lucrativo, que hace unas cuantas semanas las NBC firmó un contrato con el COI por los derechos de los Juegos del 2000, el 2004 y el 2008, por la singular cantidad de 2 billones de dólares.)
Los más de 3 mil millones de espectadores que no harán el viaje a Atlanta para presenciar las hazañas de los grandes atletas, podrán seguir sus pasos por medio de la televisión. A decir de Jean marie Brohm (Sociología política del deporte), "el carácter masivo del espectáculo deportivo proviene de su eminente capacidad para transfigurar simbólicamente, en el marco de la alquimia de los fantasmas colectivos, los dramas de la vida, estableciendo una red de correspondencias entre los dramas deportivos y los acontecimientos sociales e históricos. Por lo tanto, el espectáculo deportivo ofrece una escena institucional, codificada, en la que las masas reconocen, bajo una forma más o menos mítica y estilizada, la acción de los grandes tipos humanos: el bueno, el malo, el astuto, el plácido. El espectáculo deportivo permite [...] ofrecer bajo una forma simple, un sistema de referencia simbólica a todas las identificaciones posibles, a todas las articulaciones míticas entre los campeones, las estrellas y los grandes representantes heroicos de la escena histórica".
Pero el deporte moderno no sería atractivo para la televisión si no incluyera, además de lo que dice Brohm, dos elementos que W. Umminger citó en Des hommes et des récords: el récord y la apuesta: "La apuesta supuso la incitación al récord. También aquí, al igual que en la lucha contra el tiempo, se anuncia la era industrial." El que corre más rápido, el que salta más lejos, el que brinca más alto, el que mete más goles y el que gana más medallas, son algunas de las etiquetas contemporáneas que reflejan la lucha moderna contra el tiempo, la distancia y el espacio: el deporte industrial, el de hoy, no es más que un reflejo claro de la sociedad ideal que persigue hasta el cansancio al tipo de individuo que gana millones de dólares, usa el coche más rápido y puede pagar grandes lujos. "En un mundo -dice Jean Meynaud- donde finalmente todo se determina con dinero y el incentivo de las ganancias sigue siendo el motor de las iniciativas económicas, difícilmente puede concebirse que el deporte escape a la tendencia general."
The Atlanta Journal Constitution calculó, en una edición de febrero de este año, el costo que traería para una familia de cuatro personas el atrevimiento de tomar unas vacaciones de seis días en Atlanta durante la realización de los juegos. Según sus cuentas, los osados pagarían más o menos 5 mil dólares, distribuidos de la siguiente manera: 1,500 de boletos; 2,600 por habitación en un hotel a cien millas de la ciudad, y 900 en comidas. La planeación no incluye gastos de transporte del hotel a la ciudad ni souvenirs.
"El deporte -insiste Brohm- es el espectáculo industrial por excelencia, pues permite que los ciudadanos se encuentren y se reconozcan en las grandes representaciones deportivas, porque ellas les otorgan la imagen misma del funcionamiento dramático, conflictivo, del cuerpo social, especialmente en el campo de los choques y antagonismos masivos."
Todo el mundo, hasta quienes no lo quieran, se encontrarán por ahí con los Juegos Olímpicos de Atlanta, porque como escribió Michael Bouet en Signification du sport: "El espectáculo deportivo focaliza todas las miradas sociales, puesto que representa un espectáculo para todo el mundo, debido a su simplicidad y a su inmediatez. El deporte ofrece un espectáculo que atañe prácticamente a todos. Pequeños y grandes, hombres y mujeres, gente de condición rica o mediocre, de todo se encuentra en las gradas de un estadio. Quienes rechazan los espectáculos que apelan en mayor grado a la inteligencia y a la cultura, prefieren la simplicidad del espectáculo deportivo, su carácter no verbal." Es cosa de verlo así...