Dos riesgos fundamentales conectados e interactuantes se asomaron desde un principio en el controvertido proceso electoral interno del PRD: la división, por inconformidades derivadas del laxo sistema escogido para la emisión de los votos, y la intromisión gubernamental, ya fuere para favorecer a alguno de los tres candidatos a presidir nacionalmente al perredismo, o bien para plantar elementos de desaseo que desembocaran justamente en el punto de la división interna.
En ese sentido, el trabajo periodístico elaborado principalmente por Rosa Icela Rodríguez (Heberto Castillo se abstuvo de dar una entrevista directa, y prefirió enviar respuestas por escrito al cuestionario también común para Amalia García y Andrés Manuel López Obrador), y publicado por La Jornada justamente el domingo comicial, permite abrigar la esperanza de que el PRD haya entrado, por la fuerza de los hechos, y ante la gravedad de las amenazas externas, a un proceso de madurez y estabilidad que le ayuden a mostrarse como una fuerza política responsable en su fuero interno y atractiva como opción electoral.
Bastaría con revisar las respuestas dadas al cuestionario elaborado por Rosa Icela para suponer, con fundamento razonable, que a pesar de los incidentes y circunstancias controversiales inherentes a todo proceso electoral, Amalia, Heberto y Andrés Manuel han asumido a plenitud el compromiso de salvaguardar a su partido de toda tentación escisionista o propicia para maniobras externas.
Dijo Amalia que en caso de que hubiera ``cosas que impugnar'' lo haría ``por las instancias legales, con la mayor responsabilidad, siempre poniendo en el centro que esta elección sea una elección que fortalezca al PRD''.
Heberto, por su parte, estableció que no impugnará el proceso, y aunque abre un camino sesgado al puntualizar que ``personalmente'' no lo hará, agrega que no quiere lastimar ``de manera alguna'' a su partido, y que dejando ``a la conciencia'' de quienes actuaran mal el haberlo hecho, aceptará ``los resultados que las instituciones del partido acuerden''. Las respuestas de Andrés Manuel fueron breves y directas: no impugnará los comicios porque no quiere dañar al PRD.
Ciertamente las declaraciones hechas por los tres candidatos no cancelan ni conjuran las posibilidades de la controversia y la inconformidad, pues estas características son inherentes a un proceso como el que comentamos, que es novedoso, pleno de pasión, y susceptible de errores y debilidades humanas, pero las palabras de los tres contendientes alientan la esperanza de que contra los pronósticos que hablaban de desgarramientos y rupturas, el PRD logre dar a nivel nacional un ejemplo de encauzamiento institucional de sus diferencias internas y, al mismo tiempo, abone el camino para que en el lapso que falta para las elecciones federales de 1997 logre asentarse como la opción que destrabe la maquinaria bipartidista en curso y combata eficientemente la tendencia derechizante que la crisis nacional podría imprimir al ánimo de los futuros votantes.
Queda por verse otro de los puntos ríspidos del proceso perredista, el relacionado con la presunta intromisión gubernamental, ya fuera para beneficiar con votos inducidos a alguna planilla, o para crear condiciones de desconfianza y enfrentamiento entre los candidatos. En principio, las declaraciones periodísticas hablan de un frente común para impedir cualquier injerencia. En este particular conviene recordar que la audaz apertura del perredismo para facilitar el voto virtualmente a todo ciudadano interesado en hacerlo es, al mismo tiempo, una terrible invitación a los sectores duros del oficialismo para provocar traspiés y enconos en el perredismo. Nada más grato para los enemigos del PRD que propiciar hechos en los que este partido aparezca a los ojos de todos como un partido invadido por los peores vicios del PRI, practicante de fraudes electorales internos y de prácticas censurables como el acarreo, el clientelismo y demás prácticas priístas.
Difícil como es todo paso innovador, y mucho más en un campo minado como el de la democratización de la vida interna de los partidos, las elecciones del PRD podrían hoy colocarle frente a su propio espejo, para ver sus debilidades y fortalezas, para conocerse mejor, para corregir errores y consolidar virtudes pero, sobre todo, para ofrecer a los mexicanos todos una opción partidista y política que frene la voracidad de la derecha, convencida como está de la inminencia de su gradual pero indetenible acceso al poder, y que empuje a la pasividad oficialista hacia posiciones en las que no se convierta en un lastre en la transición democrática inaplazable.