Ugo Pipitone
Inconciencia

Voy a disculparme por este comienzo de filosofía casera. Hay veces que la política es instrumento para que un pueblo exprese lo mejor de sí mismo. Y hay otros momentos en que la política expresa lo peor: agresividad, renuncia, prejuicios, o temores irracionales. Según los casos, las circunstancias o la historia. En América (toda, de Canadá a Argentina) estamos pasando por malos momentos. Al sur del río Bravo, los políticos se han convertido en vestales económicas de un mito de desarrollo de gran aceptación mundial. Al norte, específicamente en Estados Unidos, la política se está convirtiendo en una especie de extemporáneo garrote imperialista. En los dos casos lo evidente es la renuncia a la política como ejercicio de construcción de consensos, como propuesta de convivencia mejorada, como proyecto histórico.

Aquello que llama la atención en estos días es la casi increíble irracionalidad que domina la política exterior estadunidense. Antes la Helms-Burton, después la prohibición de ingreso a EU de los funcionarios de una empresa canadiense con vínculos económicos con Cuba, y ahora la cereza sobre el pastel: la cancelación de la visa estadunidense al presidente colombiano Samper.

Los políticos estadunidenses, en el gobierno y fuera de él, parecerían no haber entendido lo esencial. Y lo esencial es que EU necesita consolidar nuevos nexos de cooperación económica (y política) con América Latina. A menos que quiera quedarse solo a enfrentar el reto económico que surge en estos años de la Unión Europea y de un Asia oriental crecientemente integrada y coherente en su presencia competitiva internacional. Por primera vez en su historia, y a consecuencia del nuevo contexto económico mundial, el lugar de EU en el mundo depende críticamente de su capacidad por formar un ``bloque'' americano más integrado y más capaz de cooperación interna.

Y qué hace EU en este contexto? En primer lugar introduce la Helms-Burton, una ley que hasta ahora ha producido el efecto asombroso de unificar en contra de Estados Unidos tanto a sus (esenciales) vecinos hemisféricos como a sus adversarios económicos en el resto del mundo. Desde la Casa Blanca se levanta una bandera imperial que el mundo simplemente no puede aceptar. Y ahora, para descomponer un cuadro ya suficientemente comprometido, los genios de la política exterior estadunidense acaban de decidir la cancelación de la visa al Presidente de uno de los países más estratégicamente importantes de América Latina, Colombia.

Hay alguna lógica en esta política que cuartea amistades internacionales y crea situaciones insostenibles? Lo que sí es muy visible es el residuo fuerte de una arrogancia imperial (de qué otra forma calificarla?) que malinterpreta los signos de la historia y convierte los ``principios'' en coartada por inevitables y humillantes derrotas.

Si una política exterior de esta naturaleza la hubiera hecho Idi Amín en uno de sus delirios de poder habría sido comprensible. Que la haga la principal potencia mundial debe ser objeto de serias preocupaciones. La única posible explicación es que los periodos electorales en EU ya se han convertido en la muestra de lo peor de la política y la cultura política de Estados Unidos. Cuando, como ocurre en ese país en la actualidad, las necesidades políticas de corto plazo están en conflicto con las necesidades nacionales de amplio alcance, todo se vuelve posible. Incluso convertir las visas en instrumento de política internacional.

Como quiera que sea, el problema está ahí. EU necesita de sus vecinos hemisféricos para enfrentar los retos competitivos de las próximas décadas. Y sin embargo, su política parecería dirigirse al fortalecimiento de reacciones de encendido nacionalismo antiyanqui.

Por alguna razón, y descontando la arbitrariedad de cualquier comparación histórica, se me ocurre recordar la ampulosa arrogancia de los emperadores bizantinos en la primera mitad del siglo XV. Bizancio estaba rodeada por el empuje agresivo turco y, no obstante todo, seguía envuelta en una autosuficiencia suicida y en la incapacidad de modificar las relaciones antagónicas con sus vecinos. Naturalmente, cuando Bizancio cayó, no hubo nadie en el mundo dispuesto a levantar un dedo en su defensa.