Francisco Vidargas
Don Federico

Además del proyecto San Francisco (del que hablamos días atrás), otros mexicanos recibieron distinciones la semana antepasada en Barcelona, durante el XIX Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA): el premio Sir Patrick Abercromble fue entregado a Juan Gil Elizondo por el plan de rescate ecológico de Xochimilco y la compañía de pinturas Comex fue reconocida por su labor de difusión de los valores arquitectónicos nacionales, mediante publicaciones como Restauración y remodelación en la arquitectura mexicana (1994) de Ernesto Alva Martínez.

La insignia de honor UIA fue asignada a don Federico Sescosse por su infatigable quehacer por la protección, restauración, rehabilitación y defensa de la ciudad de Zacatecas. Pionero, al lado de Manuel Toussaint, Justino Fernández, Manuel Romero de Terreros, Rafael García Granados y Francisco de la Maza, en el rescate y conservación de monumentos, ha luchado sin tregua contra los ``intereses del bolsillo'' y la tirria de ``insignes'' depredadores del acervo patrimonial.

Los afanes de don Federico han dado muy diversos y fructíferos frutos, desde la concientización directa de los habitantes de Zacatecas para evitar mayores daños en la ciudad, hasta la reconstrucción y restauración de inmuebles como el Colegio de San Luis Gonzaga (Museo Pedro Coronel), el conjunto conventual de San Francisco (Museo Rafael Coronel), la Capilla de Bernardez, y el templo de Santo Domingo con su retablo y sacristía, pasando por la ejecución de las fuentes de los Faroles y de los Conquistadores.

El estado deplorable en que fue encontrado el templo de San Agustín --descubierto casualmente en los años veinte, después de permanecer oculto por más de un siglo entre deleznables construcciones modernas-- no impidió que Sescosse lograra su reconstrucción. No le importó que se encontraran perdidas ``su fachada principal, su torre, su coro y parte de la portada de acceso a una capilla'', así como la ``ornamentación de las pilastras del primer tramo''. Tampoco lo detuvo que sus estatuas estuvieran ``degolladas'' ni los ``rostros de los ángeles y santos'' destruidos ni que sus cinco retablos dorados fueran ``hechos leña'' y ``sustituida la original fachada del convento por otra''. Los lentos trabajos se justificaban porque ``son tantos los bellos elementos que pudieron ser salvados, es tan proporcionado y solemne su espacio, es tan majestuosa su elevación y grato su conjunto exterior, que aún vale la pena venir de cualquier parte para admirarlo''.

Don Federico señala cuatro vertientes que inciden en la salvaguarda de las ciudades monumentales: el control de la publicidad, la invasión de puestos semifijos, la disposición formal, definitiva, de las autoridades y, la más difícil de todas, el control de las nuevas construcciones.

En la ciudad minera, con una legislación patrimonial propia y el reconocimiento de la Unesco por su riqueza arquitectónica, se han conjurado las tentaciones especulativas mediante correctas alternativas de desarrollo urbano, crecientes opciones culturales y empeñosas empresas de rescate monumental. Para lograrlo han sido de gran apoyo los diversos organismos impulsados por Sescosse, como la Junta de Protección y Conservación de Monumentos y Zonas Típicas del Estado de Zacatecas y la Sociedad de Amigos de Zacatecas, AC.

A lo largo del tiempo, como parte de su labor de investigación y estudio del arte mexicano, ha publicado diversos trabajos, entre ellos: Temas Zacatecanos (1985), San Agustín de Zacatecas: vida, muerte y resurrección de un monumento (1986), Las fuentes perdidas e Iconología de la catedral de Zacatecas (1991) y El colegio de Guadalupe de Zacatecas (1993).

Haciendo eco de las palabras de Damián Bayón, quien advertía que ``un poco de justicia'' se haría ``en este mundo cuando se le reconozcan sus incontables y extraordinarios méritos'', don Federico Sescosse ha sido homenajeado y distinguido por instituciones nacionales y extranjeras. Y si bien ya no se le ve recorrer la ciudad con pausado andar, no ha dejado de brindar, sin reservas, su regia calidez a los amigos. Sin lugar a dudas, más caudillos culturales como él necesita México para recobrar y defender, sin concesiones, nuestro patrimonio cultural.