Las elecciones de dirigentes perredistas contribuirán, con sus definiciones, a clarificar el inquieto y nebuloso espacio público del país. Por vez primera en la historia de los partidos políticos en México, una agrupación de esa naturaleza corre los riesgos inherentes a una contienda abierta que termina en el voto directo de sus militantes. No es poca cosa y el hecho quedará registrado como una marca de la dilatada transición democrática. Obligó, de salida, a la adopción de posturas que marcarán la estrategia de acción partidista pero también se identificó, con el rigor que los mismos bandos establecen, a las distintas corrientes que se mueven y cohabitan en su interior. El escrutinio del auditorio ha sido profundo y detallado. Sus dirigentes tuvieron, en estas semanas de campaña, la oportunidad de ser observados con la cercanía suficiente como para sopesar defectos, límites y cualidades. Los compromisos adquiridos frente a sus votantes obligará a coherencias que no son comunes en la vida pública nacional y su observancia será una exigencia derivada.
La disputa centró la disyuntiva entre un partido que pretende fincarse en la movilización permanente para arribar al poder, y la opción que privilegia la contienda electoral como filtro discriminador de base. La primera será una línea a seguir por el ganador y la segunda quedará relegada a los entretelones interiores. Los mismos perfiles de los postulantes se fueron dibujando con la nitidez suficiente como para que, al menos las capas más informadas de la ciudadanía, puedan formarse una idea exacta de quiénes son, que plantean y dónde están sus apoyos.
Los arriesgues fueron y son sustanciales. Mucho se especuló sobre la posibilidad y hasta inminencia de rupturas. El contundente triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) parece que aliviará en mucho tal peligro pero el nivel de participación, alrededor de un 30 por ciento del padrón de perredistas, vuelve a dar amplio margen para que las oposiciones y sospechas encuentren base numérica suficiente y puedan continuar. Nadie podrá disputar la validez de la elección. Tampoco el mensaje de las preferencias puesto que éstas fueron bien diferenciadas por las cantidades: 76 por ciento para AMLO, 14 por ciento para Heberto y 9 por ciento Amalia.
Con el proceso electoral que ensayó, el PRD se asienta como un partido que tiene una militancia probada y en casi todo el país, aunque sus desbalances regionales salieron también a relucir para darle a Tabasco un peso desproporcionado. Con la sola votación de ese estado AMLO bien pudiera haber sido electo por abrumadora mayoría. La edad y la procedencia del ya reconocido presidente electo del PRD son características sobresalientes dignas de ser destacadas. La edad porque significa un cambio generacional que lleva, a la dirigencia del partido, figuras nuevas de reemplazo a los rostros conocidos de la pareja fundadora (CCS y PML). En cuanto a la segunda, su procedencia regional, AMLO da un brinco desde los límites de su experiencia partidaria concentrada en el movimiento tabasqueño y arriba a la sede capitalina donde deberá introducir aires de medidas humanas y visiones cercanas a la difícil realidad de un país multifacético. El centro y sus figuras fueron derrotados por la periferia en este primer acercamiento democratizador. Esto no sólo es aplicable al PRD sino extendible, por comparables diferencias, a los demás partidos que cuentan: PRI y PAN.
A partir de ahora, el PRD tendrá que trabajar arduamente para contrarrestar la imagen formada, con razón y sin ella, de tener un dirigente más que intransigente que llevará a su partido a múltiples confrontaciones, sobre todo con el gobierno. AMLO debe asumir que tal especie existe, que a muchos aterra y que puede ser un lastre futuro. Una cosa es defender lo propio y justo, y otro asunto es el fundamentalismo de las causas que imponen condiciones a la esencia misma de la política: la negociación. Al lado de las credenciales del PAN como un partido con legitimidad probada en la elección de sus dirigentes, el PRD se planta con toda dignidad como un contendiente de respeto. La arena pública se deslinda entre estos dos partidos y un PRI que continúa en su intentona de controlar los contenidos y formas de su vertical y cerrada vida interna. Los efectos del triunfo de AMLO y las características de sus electores van a tener rápidas repercusiones en la Reforma pendiente. Ojalá no la retrasen y sí la empujen para bien de todos.