El gobierno, neoliberal por convicción y autoritario por necesidad, está vendiendo todo; ya vendió los bancos, las aerovías, los teléfonos que eran patrimonio de todos los mexicanos, y ahora prepara la venta de los ferrocarriles y la petroquímica que ellos llaman secundaria, pero que no es sino partes segregadas artificialmente de Petróleos Mexicanos.
El entusiasmo mercantilista ha ido descendiendo desde la altas esferas del poder hasta la burocracia inferior, y ahora en todas las oficinas públicas se quiere vender algo; en la colonia Condesa, en la Hipódromo Condesa, ya están a la ``venta'' las banquetas, mismas que se apresuran a ``comprar'' los dueños de restaurantes, bares, taquerías y otros negocios de comida y bebida.
Como todo mundo sabe, en las amplias banquetas de estas colonias se han colocado, ya desde hace algún tiempo, mesas y sillas cuando el tiempo lo permite, para que algunos clientes disfruten tanto de los alimentos que les venden como de cierta agradable sensación de libertad y gusto que da el estar en la calle.
Pero de ese discreto abuso, a ciencia y paciencia de quienes debieran evitarlo, y según la voz pública a cambio de dinero, los dueños de los negocios a quienes se les dio la mano se tomaron el pie y pusieron maceteros para delimitar sus zonas, postes de diversos materiales, gruesas cortinas, objetos para apartar el estacionamiento y literalmente se adueñaron de lo que debiera ser de todos: las calles, bienes de uso común por antonomasia.
Seguramente piensan que en la época de la globalización y el libre mercado, si ellos pagaron por las banquetas, pueden usarlas.
Pero están equivocados; la ley está en su contra y también las agrupaciones vecinales que se oponen a las concertaciones entre burocracia delegacional y dueños de figones.
El Código Civil, ley olvidada por las autoridades delegacionales, distingue entre bienes que están en el comercio, que pueden ser objeto de apropiación individual, y bienes que por su propia naturaleza o por disposición de la ley, están excluidos de la apropiación individual.
Entre estos últimos están los llamados bienes de uso común, entre ellos las calles, que son inalienables e imprescriptibles y que pueden ser aprovechados por todos. El Código establece, también, que quienes estorban el aprovechamiento de los bienes de uso común quedarán sujetos a las penas correspondientes, a pagar los daños y a la pérdida de las obras que hubieren ejecutado.
En especial, los bienes destinados a un servicio público, como las calles, están bajo estas reglas protectoras.
Para hacer que se cumpla la ley los vecinos han tenido que organizarse, dedicando algo de su tiempo a suplir lo que los funcionarios públicos tan bien pagados (recuérdense los aguinaldos) debieran hacer y no hacen; en su lucha contra el abuso, lo mismo emplean las reuniones en las calles que sus propios órganos de difusión, como la revista mensual Duende de los parques y otras que están obligando a funcionarios y a comerciantes, al menos, a oír la voz de los vecinos y a tomarlos en cuenta al modificar la zona. Los vecinos hoy, como los maestros en otros casos, los locatarios de los mercados, los simples ciudadanos, están dando muestras de que ya no es tan fácil pasar por encima de ellos. La batalla de las banquetas es una muestra más de democracia participativa.