Arnoldo Kraus
México injusto

La distorsión de la realidad puede ser una forma de afrontar la vida. Puede, incluso, modificar los números, otorgándoles no su auténtico valor, sino aquel que mejor se acople a la necesidad política del momento: escasa inflación equivale a menos hambre. En ese contexto, las deformaciones adquieren incluso características psicóticas: lo que sucede en la calle o en el campo es equivocado o exagerado. Todo parece indicar que en el México contemporáneo, la política, los políticos, siguen observando a través de caleidoscopios altamente deformantes. Preocupados por las vestimentas, por la apariencia externa, por las deudas, y por los impagables compromisos económicos, siguen desdeñando a sus habitantes. Me es inevitable establecer un parangón: importa poco que el enfermo padezca anemia, lo ciclópeo es saber la causa de ésta y los daños que produce.

Inscritos en el Tercer Mundo, no por desprecio de los poderosos, sino por la herencia de fraudes y corrupción, hemos creído, e incluso nos hemos regodeado equivocadamente, al pensar que el trecho entre nuestros indicadores de salud, miseria, empleo, etcétera, son superiores a otras naciones más depauperizadas. Recientemente, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola advirtió que el nivel de pobreza en México es similar al de algunos países africanos. De acuerdo a los expertos, la pobreza extrema se ha incrementado la mayoría de las veces por políticas sociales y económicas inadecuadas. Sigue siendo muy largo el trecho entre Ciudad Nezahualcóyotl y Africa?De las aberraciones anteriores, diversas notas periodísticas dan fe: en el valle de Chalco se incrementó 30 por ciento la desnutrición infantil; en las comunidades rurales de los estados de San Luis Potosí, Zacatecas y Coahuila el 97.3 por ciento de los habitantes está por abajo de los niveles mínimos de subsistencia, mientras que en la Tarahumara, la muerte a destiempo es la norma. Fenecer extemporáneamente no es cosa fácil: se requiere de la amnesia persistente de quienes detentan el poder. Otros datos no menos inquietantes demuestran que las dos terceras partes de los mexicanos en edad y condición de trabajar 25 millones de personas están obligados a sobrevivir por medio de actividades informales. Huelga decir que los servicios de salud y seguridad social para la inmensa mayoría de desempleados o subempleados, o no existen o son de mala calidad. Imposible enumerar otros equívocos de la cotidianidad mexicana: la lista es (casi) inacabable.

Cómo contextualizar a nuestra nación ante esos datos? Cómo olvidar los discursos del sexenio pasado? Es el Estado responsable por sus ciudadanos?

Reconozco, y lo aclaro, que mis ideas tienen el sesgo de disminuir la posibilidad de la discusión; desde mi perspectiva, los únicos responsables de la terrible incertidumbre e inseguridad actuales son los gobiernos posrevolucionarios. Agrego que soy devoto de la idea de que la clase política dominante debería ser responsable por el bienestar de sus habitantes. Bienestar en las sociedades modernas implica empleo, seguridad social, escuela, libertad, servicios de salud, vivienda, y ausencia de impunidad y corrupción. El filósofo Avishai Margalit (The Decent Society, Harvard University Press) lo expresa mejor: ``en una sociedad como la nuestra (se refiere a las occidentales) la capacidad para hacer una vida digna es fundamental para la autoestima del individuo; el gobierno que falla en ofrecer empleos adecuados es culpable al permitir que algunos de sus ciudadanos sufran humillaciones innecesarias''. En nuestro medio, las vejaciones continuas y repetidas, hacen que el concepto de humillación cualquier conducta o condición que constituya una razón sólida para que un ser humano considere que su dignidad ha sido perjudicada sea insuficiente.

En los últimos meses, el universo de las mayorías en México está dominado por una única certidumbre, por una sola idea, que por repetitiva puede parecer obsesión: la de la supervivencia. Esta sensación, por exagerado que parezca, se limita a vivir el día, la semana. Un mes, un año, son tiempos demasiado largos. Si las reflexiones acerca de la macroeconomía o de las nauseabundas pugnas entre Televisa y Televisión Azteca se llevasen a cabo entre las familias que sobreviven con menos de un salario mínimo, quizá rescataríamos lo que parecen ser las últimas oportunidades antes de que la ruptura social nos alcance. Nuestros gobiernos no han asegurado futuro a sus habitantes. Lo harán?