Rodolfo F. Peña
Andrés Manuel

Dentro de unos cuantos días, por imperativo estatutario, el despacho del presidente del PRD tendrá un nuevo ocupante. Será quien desde hace tiempo se pensaba que podía y aun debía ser, así que no hay sorpresa. Lo que hay en algunos, espero que no muchos, es rabia, una rabia enteramente irracional, o bien un temor fingido y farisaico que van a acabar por creerse. Andrés Manuel López Obrador es un mexicano de excepción. Se ha forjado en las luchas, en las privaciones, en el estudio de la historia y el trasiego de ideas, en el trato incesante con los otros, con la comunidad; es decir, se ha forjado en el riesgo, porque es el destino de quienes se acercan a la política para servir y no para servirse de ella con la mira en las listas de Forbes. Alguien así se ha forjado también en la amistad, o los riesgos se le habrían vuelto siniestros.

Eso de que Andrés Manuel va a ocupar el despacho principal de su partido, es una mera forma de hablar. Seguramente va a ser más fácil encontrarlo en el camino, en los caminos, porque no es hombre de escritorio. Y qué va a andar haciendo en los caminos, vamos a ver? Sus malquerientes dicen, aunque no lo piensen, que va a incitar a la gente para que proteste (cosa que no estaría mal, a condición de que la protesta fuera justa), porque es un dirigente duro y pendenciero. Esto es ridículo y malintencionado, más allá de las apreciaciones de corte sicologista. La disyuntiva protestas o propuestas no ha tenido sentido nunca. La única propuesta sensata de alguien que tiene una bota sobre el cuello consiste en sugerir que se la quiten cuanto antes, y muy probablemente esa sugerencia tomará la forma de forcejeos, pataleos y acaso gemidos roncos, con lo que la propuesta se confundirá con la protesta. Qué habrá de hacer la gente cuando sus más importantes demandas sociales están sencillamente pospuestas?Parece que la profunda crisis de los partidos políticos es un fenómeno que está verificándose a escala mundial. Pero ello no obedece, en todo caso, a procesos ineluctables. Los estudiosos del tema señalan varias causas; entre otras, su conversión en simples aparatos electoreros para la repartición de puestos en el sistema político, su defectuosa trasmisión de los intereses y reclamos de los ciudadanos, su alejamiento de los principios que los validaron en el origen.

Ciertamente, la política es negociación. Pero no es lo mismo negociar asuntos personales o de grupos de asociados, que negociar los intereses y derechos de clases sociales o de segmentos importantes de la sociedad. Como todos los políticos, Andrés Manuel va a negociar (lo ha hecho ya muchas veces); pero lo hará en representación de su base social, por mandato de ésta y en su beneficio, a juzgar por su comportamiento como dirigente social y político en Tabasco. Y buscará equilibrar las fuerzas negociadoras del único modo en que puede hacerlo: apoyándose en la presión que procede de la base.

Por lo demás, esa conducta debiera ser corriente en todos los partidos políticos, registrados o no. Todos ellos tienen el derecho de movilizar a sus militantes y de intervenir en los movimientos sociales espontáneos para traducir políticamente sus contenidos y darles cauce institucional. El problema, cada vez más, es que no se define claramente la voluntad política de actuar por la vía institucional, según el régimen de derecho. Y los problemas sociales, por las causas más diversas, brotan como hongos tóxicos por todas partes. Ni Andrés Manuel ni nadie tiene el poder de andar sembrando vientos a su placer, sólo para sentirse conductor mosaico de pueblos. Pero los vientos están sembrados y la tempestades pueden generalizarse si no hallan expresión política y respuestas proporcionales. Así que quien sostenga que partido político y movilización política son conceptos antagónicos, en realidad ignora lo que es lo uno y lo otro. Andrés Manuel resolvió el aparente antagonismo, porque así fue presentado en la reciente contienda, con su oferta de partido en movimiento, que fue necesaria pero no deja de ser un tanto redundante. Como fuere, el 14 de julio la gente del PRD votó por alguien que se acerque a ella y la escuche cuando susurra o cuando grita, que no prometa sino acompañarla en sus a veces multitudinarias soledades, que no le exija sino la verdad en sus planteamientos.

Aun sin ser perredista, y tal es mi caso, uno debiera alegrarse de que alguien como Andrés Manuel tome la rienda de un partido político nacional como el suyo. No sé si va a poder reorganizarlo, unificarlo, democratizarlo, mejorar su implantación en la sociedad y conducirlo a posiciones de poder; estoy seguro de que va a intentarlo y de que va a apostarse en ello como un condenado a trabajos forzados. Así ha sido él desde que tengo memoria y nada me autoriza a pensar que cambiará. Y hay que disponerse a seguir atenta y críticamente la vida del PRD, porque con toda probabilidad allí van a luchar por abrirse paso los principios, los compromisos sociales más compartibles, las ideas políticas frescas y una nueva moral.