La Jornada 18 de julio de 1996

``No sé por qué se quejan; en su tierra viven peor'', dicen patrones

Andrea Becerril, enviada, y Jorge A. Cornejo, corresponsal/ II, San Quintín, BC, 17 de julio Como braceros indocumentados en su propia tierra, son tratados miles de indígenas que año con año emigran de Oaxaca, Guerrero y otras entidades pobres del sur del país, para seguir la ruta del norte, hasta llegar a San Quintín con el objetivo de ganar los suficiente para sobrevivir.

Discriminados, tratados igual o peor que los indocumentados al otro lado de la frontera, mixtecas, triquis y zapotecas son confinados a las tareas más pesadas del campo en los ranchos propiedad de unos diez empresarios que, con base en fuertes inversiones y en el empleo de un ejército de mano de obra barata, han logrado que Baja California se coloque en el segundo lugar en la producción hortícola del país, con 150 mil toneladas anuales.Los Rodríguez uno de ellos recientemente secuestrado, los Canelo, los García, los Magaña, considerados los productores más influyentes de San Quintín, han aprovechado la ignoracia de los indígenas, a los que ahora, a raíz de los hechos violentos del pasado día 3, acusan hasta de guerrilleros.


Hijos de trabajadores agrícolas en
Camapa.
Foto: Víctor Mendiola

La protesta por la retención de sus salarios hizo que crecieran aún más las diferencias entre los migrantes y la población mestiza residente en el valle.

Incluso, en ranchos y empacadoras se comenzó a filtrar información que relacionaba a los campesinos con los zapatistas chiapanecos y hasta se les acusaba de guerrilleros.

``Por ningún motivo puede decirse que en San Quintín haya grupos de campesinos armados o encapuchados; ojalá la legítima protesta de los jornaleros de Rancho Santa Anita no se convierta en pretexto para abrir de nuevo la brecha entre los residentes y los migrantes'', comentó el delegado del Instituto Nacional Indigenista (INI) en Baja California, José Ramón Valdés.

Entrevistado en sus oficinas de Ensenada, el funcionario aseguró que el INI ha denunciado ya sobradamente la situación en el Valle de San Quintín y ahora toca a las autoridades laborales asumir su responsabilidad.Sin embargo, pese a que ya hubo inspección de personal de la Dirección de Trabajo y Previsión Social del Gobierno de Baja California, la empresa Santa Anita tiene a sus jornaleros en virtuales ``ciudades perdidas'', cartoneras, como aquí se les llama.

En represalia por la protesta de los trabajadores que exigieron el pago de sus salarios retenidos por dos semanas, el consorcio Santa Anita paró la edificación de galerones de lámina, destinados a 78 familias y 13 jornaleros solteros: 326 indígenas que viven prácticamente a la intemperie, en cuartuchos levantados con plásticos y cartón, entre el polvo, sin letrinas ni agua corriente.

Allí, con decenas de niños casi desnudos, dando carreras entre la tierra arenosa, los campesinos llegados dos semanas antes de poblados de Juxtlahuaca, Oaxaca, y de Tlapa, Guerrero, están prácticamente incomunicados. No hay teléfono cerca y la carretera queda a unos dos kilómetros.

``Nos dijeron que en este año quedaría concluido el campamento con 120 cuartos, 50 letrinas y 25 lavaderos, pero desde que los trabajadores se levantaron el 3 de julio, los carpinteros dejaron de construir, y ahora no sabemos cuándo van a seguir'', señaló Astor Manuel Brawnford'', el Campero, un mestizo originario de Baja Californiam, encargado de llevar agua potable a dos enormes tinacos de fibra de vidrio colocados a un lado del asentamiento.

Brawnford es también el encargado de cuidar las pocas pertenencias de los jornaleros todo el día, cuando que acuden a la pizca del jitomate. ``La situación aquí es muy difícil, apenas hay agua para lo indispensable, los campesinos hacen sus necesidades fisiológicas cerca, por temor de ir al monte'', añade.

En uno de los cuartuchos, acostada sobre algunos cartones viejos que no alcanzan a tapar el piso de tierra, Margarita Salvador se repone de un parto reciente. Cuenta apenas 15 años y ya tiene dos hijos. No responde a las preguntas de los visitantes. Sus ojos de niña miran sin curiosidad y sólo mueve una mano para alejar las moscas que rondan la carita morena del recién nacido. ``No habla español'', explica su esposo, un jóven de menos de metro y medio de altura, delgadísimo.

``Es varón y está bien'', comenta. El Campero agrega que a Margarita la atendieron las mujeres mayores en un baño de temascal, una especie de cabañita armada con ramas y varas y con un piso de piedras, las cuales se calientan para lugo verter agua sobre ellas y así conseguir vapor.``Ellos piensan que ese vapor que sale de las piedras calientes los cura de varias enfermedades y calma los dolores de parto'', comenta el campero, quien sirve de traductor.

Margarita sólo podrá reposar unos días. Pronto, con el bebé en brazos, deberá también integrarse a las labores, para completar los ingresos familiares y alimentar al nuevo hijo.En su tierra están 100 veces peor:de qué se quejan, dice un patrónEn San Quintín hay 19 campamentos y 14 colonias, donde viven unos 18 mil indígenas migrantes. No todos son ciudades perdidas, como los de la empresa Santa Anita, aunque en general los lugares carecen de las condiciones mínimas de higiene.Se trata de habitaciones de un solo cuarto, sin luz ni agua, en la mayoría de los casos. El líquido vital se proporciona en tinacos y desde ahí se acarrea a cada casa. El criterio de los empresarios es que los indígenas así están bien. Productor de tomate y pepino que vende a Estados Unidos, Gabriel Munguía, copropietario del consorcio Magaña, comenta que él personalmente ha acudido en varias ocasiones a reclutar mixtecos para que laboren en sus campos.

``No sé por qué se quejan, allá en su tierra viven 100 veces peor que aquí. Nosotros les damos un buen salario y protección'', agrega.

Entrevistado mientras supervisa la recolección de jitomate, agrega que ese trabajo lo pueden realizar muy bien los oaxaqueños ``porque son bajitos y no tienen que agacharse tanto''.

Como todos las productores, los Magaña cuentan con empacadoras de jitomate y pepino. Ahí contratan exclusivamente a muchachas y jóvenes de Sinaloa. ``En el empaque se necesita gente con más higiene, por eso ahí no nos sirven los mixtecos''.

A algunos campamentos no se pudo entrar, como es el caso de los pertenecientes al Consorcio Agrícola Baja California (ABC). En el Valle es un secreto a voces que su propietario, Constantino Canelo, ni siquiera al INI le permite el acceso, ya que en todos sus ranchos tiene guardias blancas, mayordomos armados, los cuales supervisan que los campesinos cumplan con las largas jornadas de trabajo.

Antonio Vivar Cateco, delegado sindical en el rancho Agrícola San Simón, mejor conocido como rancho Los Canelos, reconoció que los mayordomos una especie de capataces están permanentemente armados, ``pero no para hostigar a los mil 200 jornaleros, sino para evitar robos''. Ni siquiera en el rancho Los Pinos, la empresa de los hermanos Rodríguez, poseedora de una flotilla de 50 tráilers para llevar el jitomate a la frontera, hay condiciones de vivienda dignas. Benjamín, Victor y Rafael Rodríguez emplean a 2 mil 500 jornaleros migrantes que habitan en tres campamentos: Las Pulgas, El Pabellón y San Simón de Abajo, unos galerones de metal que producen temperaturas extremas, de acuerdo al clima del Valle, frío intenso de noche y calor sofocante de día.

Algunos ranchos, como La Choya, están tan alejados de la zona urbana que los jornaleros viven allí varios meses sin salir, por la imposibilidad de transportarse hasta la zona urbana del valle. En la actualidad, en este lugar laboran 53 mixtecos, 60 zapotecos, 42 triquis y seis nahuas, quienes ni siquiera hablan el español.

A fines de octubre o principios de noviembre, los 18 mil indígenas migrantes dejan San Quintín y van a Sinaloa, en ocasiones, pasan de allí a Sonora y regresan luego a la temporada agrícola en Baja California, en un círculo vicioso que se prolonga, a veces, hasta por tres años.