Con un título muy parecido a un cuadro de Remedios Varo --al que no se hace la menor referencia durante la escenificación-- y a partir de textos de autores surrealistas y no surrealistas, la actriz y dramaturga Verónica Langer compone una de las obras biográficas más sutiles e inteligentes que se pueda ver en el teatro. Por supuesto que la obra, más que la vida, de la artista de origen catalán se presta a muchísimas lecturas, todas inquietantes, pero la autora elige un entramado de ambas en donde el acento principal se pone en el largo camino hacia la muerte que es la vida y el disfrute, un poco mágico, un tanto azaroso de ésta. Langer juega con tiempos y recuerdos, hace convivir a Remedios en su extrema juventud y su madurez, dando a ambos personajes --Remedios joven y Remedios adulta-- su individualidad justamente separada.
Remedios (Varo) y Leonora (Carrington) son casi brujas, bordadoras del manto celeste al principio y al final, que tienen prohibido dar vida a los seres vivos pero que transgreden la prohibición para acoger a sus amados animales e ir creando poco a poco su propio mundo, so pena del castigo de no poder bordar más, aunque ``lo bailado nadie se los quita''. Este es un referente exacto a la vida de ambas artistas, mujeres transgresoras: puede llegar a la muerte, la cesación de su quehacer, pero la obra, y el humor y el talento, allí quedan. La dramaturga también juega con dos hombres importantes en la vida de Remedios, refundiéndolos en uno solo cuyo nombre desconcierta, Walter Benjamin, en esta que muy bien puede ser una de las bromas a que tan dados eran los surrealistas y que es un poco Benjamín Péret y otro poco Walter Gruen. Se trata, pues, de un engranaje compuesto por piezas que pueden ser signos.
Probablemente el muy interesante texto se hubiera quedado en la mitad de lo que vemos, si no hubiera llegado a las manos de Martín Acosta, quien no sólo dirige sino diseña una escenografía tan sugerente como la obra a la que sirve; la colaboración entre los dos creadores se hace muy patente. Acosta cita elementos de Remedios Varo sin recrear ninguno de sus cuadros. Así, tenemos a Las tejedoras del manto celeste, sólo dos, con los mantos muy bien sugeridos, pero su vestuario es el de otro cuadro, probablemente la adolescente o niña de Invocación. Está el sillón de Presencia inquietante por cuyo respaldo asomará Luis, el hermano de Remedios muerto en las filas franquistas. Está la luna enjaulada de un par de cuadros (que serían Papilla estelar y Cazadora de astros). Están las bicicletas que no son las de Varo, pero en cambio persisten los suelos ajedrezados, las perspectivas, los muros que se abren, y objetos como las cucharas y caracolas, o la ventana oval en un muro.
En este espacio único, inquietante y ambiguo --que recuerda los cuadros de la pintora pero no se reconoce en ninguno-- transcurre este esbozo de biografía que contamina tiempos y espacios. Ya es México, ya es París con la joven que apenas arriba y la mujer que se desenvuelve en los círculos surrealistas escribiendo algún cadáver exquisito del que se guarda memoria, mientras el nazismo que avanza la impele hacia México. Es el espacio de los recuerdos, del amor por Benjamin y Walter y de la amistad refrendada con Leonora Carrington. Es el lugar donde transcurren los incidentes de la vida y la creación y a donde llega la muerte. Es Remedios infinitamente recreada en sus cuadros, habitando en cualquiera --muchos-- de ellos. Si ese era el propósito, queda bellamente cumplido.
El proyecto de Verónica Langer y Martín Acosta se ve apoyado y enriquecido por la música de Héctor González, el vestuario de Adriana Olivera y Jimena Fernández, la iluminación de Matías Gorlero y las maquetas de Carolina Arias y Luisa Cervantes. Cuenta con la presencia de Guillermo Larrea en sus tres diferentes papeles, Guardián-Luis-Oscar (Domínguez), y de Luis Miguel Lombana en esos dos maridos cuyos nombres propios, por una preciosa coincidencia surrealista aquí aprovechada, dan lugar a otro muy posible, Walter Benjamin; está Guillermina Campuzano, que hace una excelente Remedios joven. Pero la gracia mayor del reparto estriba en las dos actrices que encarnan a esas amigas, brujas, artistas, plenas de humor y sabiduría, la propia autora como Remedios, juguetona, tierna e intensa y la excelente actriz joven que todos reconocemos en Mónica Dionne como Leonora a la que presta sus matices y su encanto personal.
Se trata, en suma, de un montaje seductor que hace justicia a la seducción que tiene la obra pictórica de su protagonista. Si bien Martín Acosta tuvo esta vez la limitante de ceñirse a un código iconográfico muy preciso, lo jugó de tal manera que hizo de la limitación libertad y de lo ajeno algo personal.