En San Quintín, 4 mil niños jornaleros: Unicef
Andrea Becerril, enviada, y Jorge A. Cornejo, corresponsal /III, San Quintín, BC Martina Serafín tiene apenas siete años. Tiembla de frío porque se acaba de bañar casi a la intemperie. Son ya las seis de la tarde y el polvo del valle azota su cuerpo, apenas cubierto con harapos.Toca una y otra vez las manos de los reporteros y comenta algo con sorpresa en su cantarina lengua mixteca. ``Quiere decir que están muy suaves'', traduce su padre, mientras la pequeña sigue repitiendo la frase.
Los brazos y manos de la niña están ennegrecidos, cuarteados, llenos de ronchas y raspones, ásperos por las más de 12 horas que trabaja al día: siete cosechando jitomate en el Rancho Santa Anita y las demás recogiendo varas y leña para el fogón familiar o tallando ropa sobre piedras.
En el campamento Santa Anita, valle de San Quintín,
los niños y las niñas colaboran con sus padres en las
duras labores del campo. Foto: Víctor Mendiola
Según datos del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), al igual que Martina unos cuatro mil niños indígenas trabajan en los campos agrícolas de este Valle.
Son niños jornaleros expuestos a enfermedades de la piel, respiratorias y gastrointestinales, al efecto de pesticidas y fertilizantes, a una desnutrición más aguda que la que padecen en sus lugares de origen y a cargas de trabajo superiores a su resistencia.
Sobreviven desarraigados de sus pueblos, sin poder asistir a la escuela y con unas cuantas horas para descansar, pues la vida en San Quintín comienza muy temprano para los niños jornaleros y sus padres: entre tres y media y cuatro de la madrugada, cuando las mujeres prenden el fogón para hacer tortillas y hervir los frijoles que serán su alimento ese día.
Entre cinco y media y seis de la mañana, según la distancia a que se encuentren del campo, camiones y camionetas de volteo recogen a las familias indígenas para trasladarlas a los campos. Media hora antes de que empiece la jornada ya están comiendo los tacos que llevaron, acompañados con café, agua o refresco. El frío aún es intenso, pero las siguientes horas, que deberán pasar pegados a los surcos, serán de un calor agobiante.
Un estudio realizado por el Unicef y la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso) revela que uno de cada cinco trabajadores en el Valle de San Quintín es un niño de entre ocho y 14 años de edad, aunque es frecuente el empleo de infantes de cinco y seis años.
Erick, uno de los siete hijos de Santiago Cervantes, tiene nueve años y con ésta son tres las temporadas que ha trabajado en San Quintín.
En el rancho Magaña el niño recoge jitomate, junto con sus padres y hermanos. Su estatura es tan corta que tiene que agacharse poco para desprender el fruto de los matorrales, y a veces lo hace sentado.
Nunca ha asistido a la escuela; su padre tampoco. No sabe leer y su única expectativa es llenar unas 33 cubetas o botes de jitomate en su jornada de siete horas, para que el ``apuntador'' no lo regañe.
Con un pañuelo rojo Erick se cubre parte de la cabeza. Una gorra encima completa el rudimentario atuendo para protegerse del sol. Espera que den las 12 para ver si su madre le compra ``una soda''. Aunque él gana 35 pesos diarios, igual que los mayores, nunca ha visto ese dinero. Sus padres lo cobran y con él compran la comida para todos.
Santiago Cervantes mira al niño llenar el balde y supervisa que sus demás hijos hagan lo mismo. A manera de disculpa, dice: ``La paga no rinde. Hay que trabajar''.Gabriel Munguía, propietario del rancho, comenta que son los mismos jornaleros los que le exigen emplear a los niños como condición para laborar.
``Antes no había problema. Nosotros contratábamos por igual a mayores y menores como parte de un entendimiento entre ellos y nosotros, pero ahora en la radio indígena les meten ideas raras en la cabeza'', comenta.
Se refiere a los cursos de capacitación laboral y legal que el Instituto Nacional Indigenista (INI) imparte a través de su emisora XEQIN, La Voz del Valle. Los productores locales se oponen a la labor de la emisora y muchos quieren que suspenda sus transmisiones, en las que se habla de los derechos de los indígenas.
Los dueños de los ranchos agrícolas no quieren que se hable de la violación de los derechos humanos de los niños ni de la legislación laboral que prohíbe el trabajo infantil. Aquí se les obliga a realizar tareas que implican un gran desgaste físico y mental, las que, además, realizan sin alimentación adecuada, comenta el abogado Adán Pérez, del INI.
Sólo excepcionalmente el niño jornalero es objeto de alguna consideración especial respecto a sus cuotas o cargas de trabajo. Una de ellas es permitirle laborar media jornada, con el pago, por supuesto, de medio salario, señala el estudio del Unicef y la Sedeso.
Lo cotidiano para los menores los siete días de la semana es ``cosechar 33 botes de tomate, 40 de chile o 34 de pepino, sembrar siete surcos de fresa o llenar 18 cajas de esa fruta, o desbrozar, tirar alambre, hilar o desyerbar durante ocho horas diarias, más algún tiempo extra, en ocasiones con sólo una hora de descanso para el lonche''.
Trabajar de manera ardua durante diez horas y media al día, sin incluir los tiempos del traslado, reclama todas las energías del niño jornalero, desnutrido desde sus primeros años.
La investigación incluye una encuesta realizada en 1992 entre 210 niños jornaleros. De éstos, 115 dijeron provenir de la Mixteca oaxaqueña, donde la mitad de la población infantil presenta desnutrición de primer y segundo grados.
En San Quintín, su dieta básica es frijol y tortillas, acompañados muy ocasionalmente con algo de carne. Además, muchos niños no prueban alimento antes de empezar la jornada y consumen ``sodas'' y comida chatarra que les llevan hasta los campos vendedores ambulantes o que adquieren en las tiendas establecidas cerca de los campamentos.
En una zona en donde no hay agua potable y defecar al aire libre es común, donde los trabajadores están expuestos al efecto de los agroquímicos, a temperatura extremas y polvaredas continuas, los riesgos para la salud son numerosos, precisa en la investigación, coordinada por Lourdes Sánchez, del Programa de Jornaleros Agrícolas; la diputada Carlota Botey y el doctor Jorge Mejía, del Unicef.En el valle de San Quintín no existe la infraestructura hospitalaria necesaria para atender a una población de 75 mil 580 residentes y cerca de 15 mil migrantes. Hay sólo una clínica del IMSS, un centro de la Secretaría de Salud y el Hospital del Buen Pastor, este último administrado por religiosos, donde se atiende principalmente a los indígenas estacionales.
En lo que va del año, diez niños han muerto a causa de enfermedades gastrointestinales en la colonia Vicente Guerrero, uno de los asentamientos conformados por indígenas hace varios años. José Rojas, secretario de Acción Sindical de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) en el estado, dijo que los principales problemas sanitarios en la zona se deben a la contaminación del agua.
``Las organizaciones indígenas mandamos hacer un estudio y encontramos que en el agua que llega a San Vicente hay más de 50 mil microorganismos coliformes; por eso nuestros hijos enferman y se mueren'', dice Rojas.
qLas estadísticas de la clínica del IMSS ubicada en la colonia Lázaro Cárdenas dan cuenta de que los niños menores de seis años padecen diarrea, parasitosis, disentería, bronquitis y otras afecciones respiratorias agudas, además de desnutrición. Los jornaleros de siete a 15 años, además de los males mencionados, sufren con frecuencia dolores musculares, de cabeza y enfermedades de la piel.
Los niños encuestados por el Unicef declararon padecer síntomas relacionados con el uso de agroquímicos, como ardor en los ojos, mareos, resequedad, granos en la piel y hemorragia nasal, ya que se fumiga en presencia de los jornaleros y éstos permanecen en los surcos fumigados a la hora de la comida.
Como en San Quintín no hay guarderías, las mujeres jornaleras migrantes se llevan a sus hijos, aun recién nacidos, a los campos. Ahí, mientras laboran, tienen a los bebés dentro de huacales, también expuestos al sol, al polvo y al efecto de los agroquímicos.
Para las mujeres jornaleras la vida tampoco es fácil. Paula Hernández, originaria de Tlapa, Guerrero, comenta que a las cuatro de la tarde, cuando termina su jornada, le duelen ``la cintura y todos los huesos'', pero aún debe llegar al campamento a hacer la comida, echar tortillas, moler el chile, lavar la ropa y bañar a sus tres hijos, todo antes de que oscurezca. Luego, dormir lo más temprano posible para levantarse a las cuatro de la mañana.
''Qué te gusta de San Quintín?''``Nada'', es la respuesta de la mayoría de los niños jornaleros encuestados por el Unicef y la Sedeso. Uno de cada cuatro menores entrevistados expresó añoranza por su tierra natal, los ríos, arboles, flores, animales y milpas que no existen en esta parte desértica de Baja California.
San Quintín es un valle seco, brumoso, con un aire dulzón, característico de los agroquímicos, que en ocasiones produce comezón en la nariz y del que hasta ahora se desconoce su grado de contaminación.