La reciente elección en el PRD, además de haber sido un inusitado procedimiento democrático, contiene un mandato.
Nadie previó el tan alto porcentaje de votos en favor de la planilla de candidatos a consejeros nacionales encabezada por Andrés Manuel López Obrador. Las encuestas se equivocaron una vez más. Pero no se trata de los votos emitidos masivamente en Tabasco, como producto de un apoyo o de un referéndum de la base perredista fuertemente movilizada y en pie de lucha, sino de amplios respaldos en todo el país, en donde el PRD no se encuentra hoy en tensión e, incluso, ahí donde acusa desorganización e inmovilismo político.
Tres cuartas partes de los votos es un claro y fuerte mandato para que las cosas mejoren, para introducir cambios en un preciso sentido político: el PRD debe ser un partido más activo, organizado, claro en su línea política, convocante, movilizador, unido, democrático.
La nitidez del espectro político nacional también ha salido ganando, pues la votación perredista ayuda a dar una mayor claridad a la opción que encarna el PRD. Los bandazos no son, se aprecia, una de las preferencias de la inmensa mayoría de los miembros de este partido, quienes demandan más claridad en las definiciones y propuestas de su partido y, también, una mayor participación organizada.
La dirección que encabezará López Obrador a partir del próximo 3 de agosto tendrá que ser un equipo de trabajo colectivo, con un nuevo código de conducta capaz de otorgar mayor congruencia al liderazgo político perredista. Al mismo tiempo, este partido tendrá que hacer un esfuerzo para contrarrestar la insistente propaganda gubernamental y patronal en el sentido de que las movilizaciones populares son expresiones de violencia. Hoy, como en otros momentos de la vida del país, es necesario reivindicar la acción colectiva y activa de grandes grupos de mexicanos, como un instrumento no solamente válido sino también necesario para lograr los cambios democráticos.
No existe por ahora en el país una fuerza más grande que el PRD para imponer equilibrios o atemperar los excesos de la negación de libertades, el imperio de la impunidad y los estragos del neoliberalismo galopante que afectan severamente al pueblo. Tampoco se aprecia el surgimiento de otra formación que, como este partido, pueda gestar una fuerza alternativa de poder político. Sin embargo, el PRD no podrá llevar a cabo ninguna de sus tareas básicas solo, sin alianzas y convergencias con otras muchas organizaciones políticas y sociales. He aquí otro mandato de la base perredista.
Las otras dos opciones quedaron mucho más abajo de lo que cualquiera hubiera podido suponer. Entre los factores de este fenómeno se encuentran la falta de convocatoria de sus líderes, la ausencia de propuestas concretas, el titubeo en sus definiciones políticas, la falta de claridad y fuerza de sus exhortos. Cometen un error de lado a lado quienes suponen que sólo operó la influencia de los liderazgos locales y el peso de las clientelas políticas. En muchas entidades, la preferencia electoral de la inmensa mayoría rompió con estructuras y liderazgos petrificados y obsoletos, mientras que en otras se alcanzó a expresar en considerable proporción el voto espontáneo en favor de la mejoría del PRD.
Las opciones minoritarias han mostrado también falta de madurez y visión políticas al intentar regatear el reconocimiento del triunfo de la planilla mayoritaria, con lo cual solamente han hecho el juego a quienes buscan desprestigiar al PRD. Denostar para negociar es un método primitivo y antidemocrático que no debería usarse dentro ni fuera de los partidos.
Otra enseñanza de los recientes comicios en el PRD es que ninguna de las agrupaciones más o menos sectarias que operan en el interior de este partido ha alcanzado un nivel de influencia considerable. Los alineamientos de contornos propios y muy bien definidos, dentro del PRD, sólo llevan a la separación de éstos de la gran base perredista y de numerosos dirigentes regionales. El sectarismo está entrando, por fin, a una crisis en las filas del Partido de la Revolución Democrática, lo que debe conducir a redoblar la lucha en favor de una organización abierta y democrática. El paso que es preciso emprender ahora es profundizar esa crisis y llevarla a los espacios regionales, para liquidar la lucha permanente de facciones, a través de la democracia partidista y el apego a las normas.
A partir de ahora, uno de los grandes retos del PRD y su nueva dirección es el proceso electoral de 1997. Este partido es una de las opciones reales del electorado mexicano, pero requiere una más fuerte implantación en la mayoría de las regiones del país. No se trata sólo de una política de organización y propaganda, sino de una propuesta política más clara y de nuevas formas de relación del partido con la ciudadanía, especialmente en los sectores populares donde puede entenderse mejor un mensaje de cambio político y económico.
Las expectativas abiertas para el PRD son muy grandes. Ojalá que la política interna no se coma las grandes tareas políticas nacionales, y no sea sólo el esfuerzo de uno o varios líderes, sino del partido.