Según los sabios tratadistas en demonología, los espíritus infernales, a semejanza de los microbios, se encuentran abundantemente en las televisoras y sus transmisiones y son sus sitios de predilección. Los demonios van a los desiertos sólo cuando los lleva a paraje tan inhóspito alguna tentación de importancia. Si no es en caso tan extremo, los demonios prefieren las televisoras para llegar al mayor número de gentes con los dardos de sus malditas asechanzas.
De esta manera al reflejo de las luces hormiguean, invisibles, agitados y peligrosos, infinitos diablos, yendo y viniendo para sacar el mayor fruto de sus astucias. Pero sucedió que de repente al diablo mayor de la televisión se le apareció un diablillo que no se envuelve en mantos carmesí ni se toca con birretes extravagantes y máscaras a semejanza del vetusto Mefistófeles, cuyo atavío diabólico ya no es compatible en los tiempos que corren. El diablillo se volvio tangible, rojo como ascua, peleonero como el que más y empezó la comedia atizada por la curiosidad, sin papel previo ni argumento de Miguel M. Delgado para Cantinflas.
Y los diablos televisivos dejaron de usar sus antiguas máscaras en sus telenovelas, los artistas se redujeron a dos, de los múltiples que antes las componían. Ilustres, furiosos y graves representaron en la realidad, la fantasía del poder, sin discurso alguno; sólo mentadas. Tiempos, anuncios y lugares se van de la Olimpiada y los goles futboleros al combate de los diablos.
Los tiempos mudaron las cosas y el diablo mayor y el diablillo deambulan por todas las teles, radios, fotonovelas, telenovelas y diarios. Se exhiben lenta y majestuosamente con la fijeza inescrutable de sus miradas que quieren ser maliciosas. Y ¡oh detalle mexicanísimo¡ ¡Oh invención delicadísima¡ ¡Oh refinamiento de la magia! llevan en su pecho una bandeja cuajada de dólares, créditos puros --billetes inmaculados, místicas concesiones y cheques en blanco. ¡Oh que detalle tan fino! Porque lo quiere así el uso, ya no se sujetan ni al arte ni al escrito. Representan las mil caras, las máscaras, más caras. No en relación como antes, si no en hechos y fuerza. Se mudan de personajes y la telenovela es un mapa donde un dedo distante busca dónde apuntar, sin ser el antiguo apuntador, ni el atenido a las reglas del arte.
Pero, quiso el destino que de tal encontronazo sobre los dólares y las máscaras, les aparecieran los cuernos debido a que se desmelenaron en la revuelta y no les quedó otra que repartirse cornadas como los toros bravos a los cinco años, al enfrentarse en el campo. Pero la parte diabla generada vía la tele, por el diablo mayor y el diablillo, ya sin máscaras, curiosamente prendió en la población que, si algo le gusta, es que haya sangre. Tan afectos como somos los mexicanos al toreo, al boxeo, y a la sangre; el chiste, el chisme, el chisguete, y of course la muerte. ¡Por fin¡ le pusieron la sal, realismo y suspense a la tele, los diablos --mayor y diablillo-- y estamos tan divertidos, que la Olimpiada se ve muy, pero muy aburrida.