Quizá algún día los consejeros y asesores de quienes detentan el poder político en México osen recomendarles aceptar que la violencia de Estado, genera violencia de la desesperanza, que la injustica es el arma más fecuente y eficaz en manos de los socios principales del gobierno, y que la antidemocracia realmente existente es la característica definitiva de un régimen que no desean cambiar.
Mientras sus consejeros hagan a los dominadores el juego de sus propias palabras, los gobernantes seguirán padeciendo de esa verborrea en forma de ruedas de molino que la ciudadanía se traga cada vez con menor frecuencia. Por otra parte, la metáfora castrense que transforma a los instrumentos legales producidos por la imaginación y la pluma en fusiles, cañones y otras máquinas de destrucción, da cuenta de la mentalidad y las concepciones violentas y militaristas de los poetas de la épica oficial de este sexenio, herederos en línea directa de quienes trabajaron para Santa Anna y los dos Díaz.
Una muestra clara de que la justicia y la democracia escasean como siempre en las armerías mexicanas de la política cotidiana la constituye la Cartilla de los Indígenas que en estos días ha distribuido profusamente la Comisión de Derechos Humanos del DF. En ella se consignan los derechos que, como todas las personas, tienen teóricamente en este país los indígenas ``hombres y mujeres, niños y adultos, sin distinción de raza (sic!), nacionalidad, idioma, pensamiento, creencias religiosas o políticas, o nivel económico''.
La emisión de esta Cartilla atestigua la ignorancia persistente entre los indígenas de sus propios derechos provenientes de la Constitución, las leyes y diversos convenios internacionales. Pero, lo que es más grave aún, la necesidad de esa Cartilla es expresión de la permanente violación de los derechos humanos consignados en ella que hace víctimas constantes a las personas que en la estructura social prevaleciente en México están ubicadas en condición y situación de vulnerabilidad.
Entre los hombres y las mujeres de los grupos étnicos mexicanos, cuyas culturas se identifican en primer lugar por el uso o la referencia identitarias de una lengua americana de origen prehispánico, son violentados cotidianamente los derechos que la Cartilla les enumera como propios: a la vida, a la libertad, a la seguridad, al trato digno y respetuoso; a no ser víctimas de tortura ni de detención ilegal; a la aplicación igualitaria de la ley; al respeto a la intimidad familiar y privada; a transitar libremente por el territorio; a no sufrir discriminación social ni cultural; a la propiedad; a la libertad de pensamiento, expresión, conciencia, religión y asociación; a no tener la obligación de afiliarse a ningún grupo o partido; a participar en política, a elegir y a ser electos; a satisfacer las necesidades de salud, seguridad, educación, vivienda y ambiente sano; al respeto a sus derechos laborales y sindicales; al arte, la cultura y la ciencia; a que ninguna autoridad coarte ninguno de estos derechos, a que los servidores públicos no les cobren, los atiendan y los informen sin distición, a que sus demandas sean respondidas por escrito, y a recibir de policías, agentes del ministerio público, jueces y demás funcionarios trato respetuoso, protección y seguridad al tiempo que no abusen de su autoridad.
En una de sus partes más relevantes y originales, la Cartilla consigna la opresión genérica que nadie debiera simular:``Las mujeres tenemos derecho a un trato digno; a que se nos respete como seres humanos; a que no se nos someta a ningún tipo de violencia, sea ésta física, psicológica, moral o sexual, y a que no se nos haga víctimas de discriminación alguna respecto de los varones. A decidir de manera libre, responsable e informada sobre el número y espaciamiento de nuestros hijos''.
Esta Cartilla es una lista pormenorizada de todos los atracos de que son víctimas las indias y los indios mexicanos todos los días, a todas horas: es la constatación de los usos y costumbres opresivos que están vigentes en el México de fin de siglo. Puede ser un instrumento de conocimiento y defensa para aquéllos y aquéllas que han sido marginados de la información. Pero las víctimas de la ignorancia programada y del abuso social y oficial no son sólo indígenas: son o pueden serlo en cualquier momento todos los habitantes de este país, hombres y mujeres, niños y niñas, independientemente de su identidad, su idioma, sus creencias y su filiación política, aunque con diferencias según su nivel económico.
Ya que el discurso del poder afirma que las únicas armas válidas son la justicia y la democracia, caería bien una cartilla semejante a la de los indígenas destinada a toda la ciudadanía, y otra muy especial para que la aprendieran de memoria y quizá hasta practicaran sus preceptos los funcionarios de todos los niveles y los jerarcas de la política.
Alguien tendrá tiempo de pensar en esto mientras el país queda más inerme que de costumbre, atrapado sin remedio por el arma contundente de esta Olimpiada del Centenario que evoca a la de 1968...?