Eduardo Montes
La elección del PRD

Las elecciones internas del PRD del pasado 14 de julio son, sin duda, aleccionadoras. La decisión de organizar este novedoso ejercicio de democracia partidaria, para elegir al presidente y consejeros de esa organización, fue un acierto. No se confirmaron los malos augurios de sus adversarios, ni los cálculos catastrofistas de columnistas desinformados o de mala leche; tampoco las dudas de algunos de sus dirigentes sobre la viabilidad y conveniencia de una elección abierta.

Las actividades de propaganda de los candidatos Heberto Castillo, Amalia García y Andrés Manuel López Obrador, la exposición pública de sus propuestas políticas y de sus ideas sobre organización; la confrontación de puntos de vista sobre cuestiones de táctica y asuntos políticos del momento, el debate en Multivisión, el someterse al escrutinio de la opinión de franjas importantes de la opinión pública, y el interés que ese proceso original despertó en los medios de comunicación, especialmente en la prensa que durante varias semanas se ocupó de este ensayo de democracia partidaria, es algo en verdad saludable para el PRD y para el movimiento político de izquierda.

Más allá de las fallas organizativas, comprensibles en un partido con débil organicidad (pues predominan no las corrientes sino los grupos) y de los verdaderos o supuestos hechos de ilegalidad, se consiguió una participación masiva de cerca de 350 mil perredistas en esta elección de dirigentes. No acudieron a los centros de votación todos los perredistas, pues según el dicho de los encargados de organización de ese partido, suman más de un millón sus afiliados. Pero es una demostración indudable del democratismo del PRD.

Para cambiar al presidente del PRI sólo se necesita un voto, el del Presidente de la República; al presidente del PAN lo eligen unas decenas de cuadros. El sucesor de Muñoz Ledo pudo ser electo en un Congreso Nacional mediante un arreglo de los representantes de los grupos existentes en el PRD, pero en buena hora se optó por pedir el voto de los militantes de ese partido para elegir a quien habrá de encabezarlo en los próximos tres años. La respuesta de los militantes fue entusiasta, pues por primera vez se les consulta para resolver un asunto de tal importancia. Y aunque hay protestas, fundadas o sin fundamento pero explicables de los representantes de las planillas perdedoras, al parecer no tendrán mayores consecuencias. El PRD salió ganando al elegir a la luz del día a su nueva dirección.También salió ganando por los resultados de la elección. Al inclinarse de manera abrumadora, y hasta cierto punto sorpresiva, en favor de Andrés Manuel López Obrador, los electores del PRD quisieron definir sin lugar a dudas el rumbo, el perfil y estilos de este partido en los próximos años. La decisión democrática en favor del líder tabasqueño significa el apoyo a una línea y a propuestas organizativas y de trabajo; es un capital político puesto en manos de la nueva dirección para enfrentar los complicados retos y tareas internas y externas; es, pues, un mandato muy claro de la mayoría de los miembros de esa organización de la izquierda mexicana.

Fuera del PRD, sus críticos de siempre no cuestionan la forma democrática como fue electo López Obrador, pero sí les irrita su victoria y apuestan a su fracaso. Esperaban otros resultados y al fallar sus cálculos, pueden reanudar su campaña de falsificaciones y ataques encaminados a desprestigiar a esta formación política y a sus nuevos dirigentes.

Si esa reacción es natural y comprensible en los adversarios del PRD, ya no lo es tanto en quienes dentro de este partido regatean legitimidad a la victoria de López Obrador y ponen en duda el buen tino del 75 por ciento de los perredistas (unos 250 mil) que al votar por la planilla tres expresaron su exigencia de redefiniciones, una política más clara y firme, un partido más comprometido, todos los días, con los intereses populares y la defensa de la soberanía del país la cual no debe ser postergada a nombre de la globalización.

En todo caso, las elecciones internas del PRD y sus resultados, revelan nuevas posibilidades para que esta organización dé una contribución más importante al desarrollo de la lucha por la verdadera democratización del país y por los cambios económicos y sociales que están madurando en la sociedad a toda prisa. Este partido creó mejores condiciones para que en convergencia y alianza con otras fuerzas de la democracia y de la izquierda, enfrente las importantes tareas y retos de los próximos meses y la confrontación política de 1997.