En el transcurso de las transformaciones económicas que han venido experimentando las economías de América Latina, el crecimiento de la producción ha sido más lento que el de las décadas anteriores; la distribución del ingreso polarizado, que caracteriza a la región, se ha tornado aún más inequitativa, a la vez que se ha ampliado la incidencia de la pobreza. Es así que la tasa de crecimiento del producto interno bruto para el conjunto de la región, que en la década de los setenta era de 3.4 por ciento anual, cayó a -1.2 por ciento en los ochenta, recuperándose levemente en el periodo 1990-1994, en el que alcanzó un promedio de 1.8 por ciento. Los datos correspondientes a México en el comportamiento de este indicador fueron, durante los tres periodos señalados, de 3.6, -0.6 y 0.6 por ciento anual. En otras palabras, aunque el decremento económico en los años ochenta fue en México menos pronunciado que el del continente, la recuperación posterior ha sido sensiblemente más lenta.
Con respecto a las tendencias distributivas que han acompañado las transformaciones económicas, datos para nueve países latinoamericanos señalan que, a comienzos de los años noventa, en siete de ellos la distribución del ingreso se había polarizado aún más en comparación con el cuadro vigente en 1980. Las excepciones las constituyen Colombia y Uruguay. Uno de los países en que el reparto del ingreso ha mostrado una tendencia persistente, a partir de mediados de la década pasada, a tornarse más inequitativa es México. Los datos de las encuestas de ingreso y gasto entre 1984 y 1994 así lo están señalando.
Por último, también la apertura de la economía y la menor participación estatal en la actividad económica han ido al paso con la ampliación de la incidencia de la pobreza en América Latina. En 1980, el 35 por ciento de los hogares de la región eran pobres, mientras que en 1990 en esta condición se encontraba el 39 por ciento de ellos. Esto significó que si el primer año 140 millones de latinoamericanos eran pobres, en 1990 su número había ascendido a 196 millones de personas. La expansión de la pobreza ha sido particularmente explosiva en el sector urbano: en 1980, en la ciudades vivían 63 millones de pobres, número que en 1990 había subido 116 millones.
Entonces, con respecto al comportamiento de los tres indicadores que aquí han sido destacados crecimiento, distribución y pobreza América Latina ha mostrado tendencias completamente negativas.
Este cuadro es contrastante con el que tenía lugar en el periodo en el cual la región se industrializaba con protección comercial y activismo estatal, cuando se logró un crecimiento dinámico y en el que fue disminuyendo la proporción de la población en situación de pobreza. Sin embargo, debe destacarse que en este periodo la distribución del ingreso no se fue tornando más equitativa. De modo que el descenso en la amplitud de la pobreza no fue ocasionado por la distribución equitativa de los frutos del crecimiento económico, sino porque éste, en alguna proporción, también fue beneficiando a los pobres, aunque fueron los sectores acomodados los que captaban la mayor parte de sus frutos. De esta situación se ha pasado a la actual en la que el reparto del ingreso se torna más desigual, pero dado que la economía está casi estancada, la gran vía para permitir esta mayor inequidad es el traslado de ingresos desde los pobres hacia los ricos. Esto, inevitablemente, va acompañado de descomposición social, que ya está a la vista en la multiplicación de la delincuencia, y de tensiones sociales y políticas cada vez más abiertas.
Esto pone de relieve la extrema prioridad de atacar el problema de la pobreza a través del único mecanismo sostenible en el tiempo: el crecimiento económico que genera empleos. En este momento, esto es lo más importante porque en este proceso la distribución del ingreso tiende a romper con su carácter inequitativo.