Nuevos y preocupantes hechos de violencia y desasosiego social tienen lugar en Chiapas, en momentos en que se realiza el Segundo Foro Nacional Indígena en Oventic, y en vísperas del ``Encuentro Intergaláctico'' convocado por los zapatistas y que habrá de realizarse en unos días en tres regiones de ese estado. Los sucesos de Sabanilla y Simojovel ocurren también, significativamente, unos días después de concluida una ronda más del diálogo en San Andrés Larráinzar entre el EZLN y el gobierno.
Los sucesos de ayer se inscriben en algo que puede definirse casi como una constante: cuando los contactos entre los rebeldes y el gobierno federal registran avances significativos, o cuando los primeros realizan preparativos para llevar a cabo alguna actividad política de importancia, suelen brotar síntomas de degradación política que con frecuencia toman la forma de enfrentamientos en localidades chiapanecas no necesariamente incluidas en lo que ha dado en llamarse la zona de conflicto.
Esta tendencia permite sospechar, fundadamente, que existen en la entidad sectores que buscan a toda costa descarrilar el diálogo de San Andrés; sectores que están apostando a la exasperación de los campesinos chiapanecos zapatistas o no y que querrían acorralarlos para no dejarles más camino que la violencia; sectores, en fin, que atizan la guerra.
Los sucesos mencionados debieran poner en evidencia la necesidad de reforzar, consolidar e intensificar los contactos entre los insurgentes zapatistas y el gobierno. En la medida en que los conflictos sociales y políticos de la entidad puedan ser abordados en un espíritu de diálogo, conciliación y negociación, se reducirá el margen para la provocación y la violencia.
Pero es urgente, también, que de las mesas de San Andrés empiecen a fluir acciones concretas para atender las causas profundas que originaron el alzamiento del primero de enero. A dos años de ese suceso, por medio del cual los indígenas de Chiapas cambiaron el curso de la vida política nacional, sacudieron las conciencias ciudadanas e introdujeron bruscamente nuevos temas en la agenda nacional, las condiciones de opresión, miseria, marginación, racismo e insalubridad que produjeron la rebelión siguen presentes en gran medida.
Detener el conflicto, a unas semanas de iniciado, mediante la búsqueda del diálogo, fue un paso sin precedentes y de enorme trascendencia que suscitó la aprobación y la admiración mundial. Haber mantenido los fusiles los de los zapatistas y los del Ejército en silencio por más de dos años ha sido, también, un logro político importantísimo por el que debe darse crédito a los rebeldes, al gobierno, a la sociedad civil y a las instancias de mediación y conciliación. Pero ahora es preciso ir más allá. Los dilatados plazos de la negociación empiezan a gravitar de manera negativa en el panorama chiapaneco y los problemas de fondo de la entidad no han sido desactivados. Si no se les atiende y soluciona, los explosivos ingredientes de la circunstancia chiapaneca podrían propiciar una regresión en el proceso de pacificación o, peor aún, desbordar y rebasar a los interlocutores de San Andrés.
Por ello, además de investigar, esclarecer y resolver los sucesos ocurridos ayer en Sabanilla y Simojovel, las autoridades federales y estatales deben redoblar esfuerzos para solucionar, con apego a derecho y respetando la dignidad de los indígenas y campesinos, una conflictualidad social que sigue siendo una asignatura pendiente. Por su parte, la generalidad de los actores políticos y sociales en la entidad han de esforzarse por mantener la serenidad y por aislar las actitudes de provocación.