De los directores escénicos que en este momento cuentan con menos de 40 años, algunos sorprendieron con un primer montaje que fue punto de partida para establecer una ya sólida trayectoria a fuerza de talento. Otros, menos afortunados --o menos talentosos-- recorren su camino sin llegar a consolidarse. Esto, en sí mismo, no los invalida como generación, que al cabo en todas se dan estas gradaciones, pero sí cabe preguntarse si existen parejos matices generacionales en quienes ya se acercan a su cuarto decenio de vida y aquéllos que empiezan el segundo: esto me lo cuestiono porque en la presentación del programa de Criaturas del aire se habla de un interés generacional.
Como quiera que sea, parecen existir vasos comunicantes entre unos y otros y, en ocasiones, el deseo de participar conjuntamente en algunos proyectos. Tal es el caso de los Directores marca Acme que presentaron entre varios un texto de Carmina Narro. Tal parece ser el origen de la propuesta de Rodrigo Johnson para que cada director interesado eligiera uno de los 33 monólogos del libro del filósofo español Fernando Savater, que serían escenificados en diferentes tiempos, lo que conformaría un programa siempre variado. Aquí debo hacer dos confesiones. Una, que no he conseguido el libro a pesar de la entusiasta recomendación de alguien tan confiable como Gina Ogarrio, por lo que esta vez desconozco los textos originales. La otra, que no pude asistir --por culpa de esas programaciones de sólo un día a la semana, en este caso los miércoles-- al primer conjunto de monólogos, de los que ya salieron unos y se incorporaron otros. Lo visto ahora hace que me pregunte si asistiré a los siguientes.
La muy buena idea original no tiene mucho sustento en los resultados escénicos. El propio Johnson dirige dos monólogos; en el Peter Pan, el tour de force que significa ver al personaje --cuyo conflicto aquí es el tiempo y su temor a él, que lo hermana con Garfio y el tic toc del cocodrilo y lo separa para siempre de una Wendy que sí crecerá-- vestido de tono rojizo y barbado, no logra ser superado por el actor Aarón Hernández; la oscuridad completa en que sume al escenario --con sólo algunos más bien molestos juegos de luces-- para El hombre invisible hace que destaquen las extrañas entonaciones, del susurro al grito sin mayores justificaciones en los parlamentos, con que impostó a Alfredo Escobar.
Rubén Ortiz, de quien ya conocíamos una interesante escenificación de La lucha con el ángel de Ibargüengoitia, no logra que la muy linda pero de muy escasa voz Diana Santini ofrezca una creíble Desdémona, además de los extraños movimientos --perfil derecho al público, perfil izquierdo y vuelta a empezar-- con que la dirige. La Justine de Marta Claudia Moreno, en dirección de María Gelia, a fuer de contenida resulta monocorde. Nadie podría creer que Mefistófeles cupiera en el femenino cuerpo de Claudia Marín, dirigida por Enrique Rentería, más preocupada por asumir falsos modos viriles que por mostrar la grandiosa transgresión del ángel caído, y todavía resulta menos creíble con ese atuendo de music hall.
Si la reflexión irónica se logra traslucir en las muy poco felices propuestas mencionadas, y el teatro apenas aparece --hay que recordar que los monólogos siempre son difíciles, aun para los actores muy formados--, ambos se conjuntan por única vez en ese Habla Mr. Hyde que Luis Eduardo Reyes convierte en Mr. Hyde en boca del Dr. Jekyll, con algunos cambios que el dramaturgo y director introdujo en el monólogo de Savater. Desconozco las adecuaciones que los demás directores hicieron a los textos, pero ésta que hace Reyes permite que el buen actor --a quien ya habíamos visto sin que convenciera del todo, en el fantasma de Bajo distintas formas, dirigido por el propio Luis Eduardo, quien entiendo que es también su maestro-- en que parece irse convirtiendo Arturo Barba, tenga un mayor juego escénico que el originalmente propuesto; Barba transita de una deliberada comicidad en ese Hyde que quiere apoderarse del buen doctor, a la reflexión ética y grave y lo hace de muy buen modo. A lo mejor, lo que puede aparecer tan transgresor como es meter mano en texto ajeno, es en realidad conocimiento del teatro.
La buena idea de Rodrigo Johnson trae consigo un beneficio colateral, consistente en sacar de esa especie de limbo en que se encuentra --sin utilización profesional y en mal estado de conservación, a pesar de las ``manitas de gato'' que de vez en cuando se le han dado-- esa sala Orientación que en los viejos tiempos acogiera un muy buen teatro profesional con el Teatro estudio de Emma Teresa Armendáriz y Rafael López Miarnau y que puede ser tan adecuado para escenificaciones de cámara. Los profesionales, tan necesitados de espacios que incluso se turnan los pocos que existen --hablo de los institucionales, que siempre se ofrecen en mejores condiciones que los privados--, para ofrecer sus montajes uno o dos días a la semana, recibirían con mucho agrado, estoy de ello plenamente convencida, la posibilidad de que esta salita vuelva a ser algo de lo que fue.