Angel Mercado
Las pistas de PIT II

A Fanny, compañera de HER, quienes hace ocho días fueron asaltados al cruzar por un puente peatonal en la avenida Río Churubusco cuando se dirigían a comprar tamales para la cena.

En su ya larga documentación acerca de la ciudad de México a través de la novela de 1958 al presente, que coincide más o menos con su edad, Héctor Escobar Rosas, voraz lector y escritor de literatura urbana, toca recientemente el tema de la violencia vista por un autor singular: Paco Ignacio Taibo II, PIT II. Dice Escobar que otros autores se han ocupado de ello muy convenientemente, pero corresponda a PIT II el mérito de encabezar el género. En su escritura, PIT II exhibe la corrupción de los cuerpos policiacos. Sus novelas revelan pistas sobre las relaciones entre policía y violencia, policía y narcotráfico, policía y crimen, que cotidianamente confirma la vida real.

A diferencia de otros autores, dice Escobar, a los que las anécdotas suelen atrapar, PIT II narra que la violencia urbana más que individual es institucional y que su práctica proviene de la maquinaria de Estado a través de agentes como los cuerpos policiacos, las autoridades del DDF, los políticos y las guardias personales; y también, en menos medida, pero no menos efectividad, de los líderes sindicales charros, los patrones cobijados por la protección política, los funcionarios corruptos, los periodistas envilecidos por el soborno, los especuladores, etc. Pero no es PIT II quien se sumerge en esos medios para denunciarlos sino un personaje entrañable creado por él: el detective Héctor Belascoarán Shayne, por casualidad tocayo de Héctor Escobar Rosas.

Días de combate (1976), la primera de la serie de novelas que analiza Escobar, es también el primer intento de PIT II por abordar un tema que no es la violencia en sí sino la responsabilidad de las instituciones en su generación. La parte final de Días de combate no contiene ninguna acusación en particular respecto a las causas que dan lugar al comportamiento criminal del protagonista. ``El Gran Estrangulador es el sistema'' es una frase pronunciada por Héctor Belascoarán que culpa a todo mundo en general y a nadie en particular. Se distingue del pensamiento sociológico conservador en que responsabiliza al Estado como promotor permanente de la violencia y el crimen, y no sólo a algunos individuos mentalmente perturbados.

En las novelas que siguen a Días de combate se observa una postura más crítica al respecto. El retrato de la corrupción policiaca en la ciudad de México es implacable en Algunas nubes (1985) y en Sintiendo que el campo de batalla... (1989). Por su parte, la denuncia a la responsabilidad de las altas esferas políticas en el caso de los ``Halcones''' y en el asunto de las armas con que se quiere implicar a los cardenistas de Michoacán, es perfectamente creíble en No habrá final feliz (1981) y en Regresó a la misma ciudad y bajo la lluvia (1989).

El éxito editorial de las novelas de PIT II radica en que las historias están armadas sobre la base de personajes completamente verosímiles. Es más, puede decirse que salvo algunas circunstancias en que los nombres y los detalles han sido cambiados y reelaborados literariamente, el lector está frente a historias reales. Por ejemplo en Algunas nubes, los 14 muertos que flotan en las aguas del canal del desagüe y que, después se sabrá, pertenecían a un grupo de narcos a quienes la policía judicial atrapó y asesinó para quedarse con el botín; y la fortuna del mueblero Costa proveniente de asaltos bancarios cometidos por un ex sargento de la policía del estado de México, en complicidad con un comandante de judiciales que había sido asignado a la captura del asaltante, que no es otro sino Alfredo Ríos Galeana, de quien se afirma durante siete años de robos logró reunir más de mil millones de pesos que entre otras cosas le sirvieron para pagar sus fugas espectaculares.

Sintiendo que... es un retrato del submundo criminal de la ciudad de México que estelarizan nada menos que los policías federales, esos que, escribe PIT II, ``no tienen fidelidad a nadie (...) les gusta joder. No hay nada en el mundo que les guste más que el poder que ejercen cuando aterrorizan a alguien''.

Por eso, concluye Escobar, el tema de la violencia en la ciudad de México no es ajeno a otros como la deslegitimidad de las autoridades, la crisis económica, el desempleo, el deterioro en la calidad de vida, la corrupción de los cuerpos policiacos, la proliferación de bandas juveniles, la cultura de la violencia que promueven el cine y la televisión, el endurecimiento del poder, etcétera.

Son tantos y tan variados ya los rostros de la violencia urbana que desde luego no cabe esperar que sean abordados exhaustivamente en la obra de PIT II; su mérito, que es mucho, además de la prosa, radica en alertarnos contra la violencia institucional, no únicamente del Estado mexicano o del capitalista en general a la manera de Weber, sino del Estado presente, cotidiano, con rostro y apellidos.

Y también, ciertamente, sobre la fragilidad social que se vive en las grandes ciudades. ``Ese puercoespín lleno de púas y suaves pligues''.