Julio Boltvinik
Triste fin de siglo

Mientras sigue en aumento la lista de programas especiales de apoyo a deudores de la banca (esta semana se anunció el programa especial de rescate al campo), se hicieron evidentes algunos signos económicos que podrían empañar la tan festejada recuperación. Por una parte, ha habido un comportamiento muy nervioso, con predominio a la baja, en la Bolsa Mexicana de Valores. Las tasas de interés y el tipo de cambio también han estado oascilando. Estas inestabilidades no favorecen la recuperación.

Los aumentos en el gasto público que los programas adicionales de apoyo a deudores representan, involucrarán según El Financiero de ayer un aumento en el gasto público de tal magnitud que las finanzas públicas cerrarán el año con un déficit del 1 por ciento del PIB. En principio, este déficit no debería representar ningún problema, e incluso ayudaría en la recuperación, pero en esta época de la globalización financiera lo importante es lo que algunos agentes económicos creen que pasará. Como se les ha venido ``catequizando'' durante muchos años sobre los efectos inflacionarios de cualquier déficit público, su presencia será interpretada como un mal signo y puede disminuir ``la confianza'' de los inversionistas, particularmente de los inversionistas financieros, de la que depende el frágil equilibrio de nuestro sector externo.

Adicionalmente, no hay muy buenas noticias en el sector externo. Por una parte, ``el sector industrial alertó ayer a las autoridades mexicanas sobre el riesgo de regresar a un nuevo déficit en la balanza comercial, como resultado del desequilibrio estructural de la economía que provoca un crecimiento acelerado de las importaciones en cuanto se inicia la recuperación'' (El Financiero, 24/07/96). Esta es una amenaza absolutamente real. De hecho, el superávit de la balanza comercial (exportaciones menos importaciones) de mayo de este año fue de 557.7 millones de dólares contra 991 millones en mayo del año pasado, resultado de un incremento muy fuerte en las importaciones. Por la otra, la balanza de pagos muestra dos signos preocupantes adicionales. El saldo en la cuenta corriente, que incluye, además de las mercancías, los servicios llamados factoriales (donde sobresalen los pagos de intereses de la deuda externa), y los no factoriales (turismo, fletes, seguros, etcétera) fue en el primer trimestre de este año negativo en casi 500 millones de dólares, habiendo ocurrido lo mismo en el último trimestre de 1995. Esto quiere decir que hemos vuelto nuevamente, sin crecimiento económico apreciable, a depender del financiamiento externo, vía inversión extranjera y préstamos del exterior. Esto significa que la balanza de capital debe ser positiva para contrarrestar el saldo negativo de la cuenta corriente.

Sin embargo, en el primer trimestre de 1996 el saldo de la cuenta de capital fue negativo, por primera vez desde el negro cuarto trimestre de 1994, siendo la explicación la baja en los niveles de la deuda. Es decir, las amortizaciones de deuda fueron mayores que la contratación de nuevos empréstitos, lo cual puede ser una llamada de alerta sobre la necesidad de recalendarizar los pagos de la deuda, es decir, de renegociar la deuda, lo que las autoridades han estado negando. Además, los intereses pagados al exterior fueron en el primer trimestre de este año los más elevados de la historia del país, 24 por ciento por arriba de los del primer trimestre de 1995.

Pero veamos a qué situación llegaremos si, a pesar de los signos anteriores, la recuperación sí tiene lugar. La historia reciente del país en términos económicos puede verse a través del crecimiento del PIB per cápita en términos reales (pesos de 1980). En los años sesenta éste aumentó desde 36 mil pesos hasta 48 mil; en 1981 llegó a 67 mil, casi el doble que 21 años atrás. En cambio, desde 1982 hasta 1995 el PIB per cápita ha disminuido en vez de aumentar, siendo ahora de sólo 60 mil pesos (de los de 1980), lo que lo sitúa 15 por ciento por debajo del de 1981, al mismo nivel que teníamos en 1978, casi 20 años atrás. Si la recuperación tiene lugar y hay un crecimiento económico del 3 por ciento anual durante éste y los próximos cuatro años, llegaremos en el año 2000 a un PIB per cápita similar al de 1979, con lo cual durante 21 años el nivel de vida potencial en el país habrá permanecido estancado. Si a esto añadimos el aumento brutal en la concentración del ingreso ocurrida durante el neoliberalismo, que nos sitúa ya al nivel de las economías más desiguales del mundo, concluiremos que el nivel de vida de la mayoría de los mexicanos será, en el año 2000, inferior al que teníamos en la segunda parte de los años setenta. Esta es la visión optimista de un triste fin de siglo.