En los ultimos tiempos en los medios políticos democráticos ha tenido lugar un debate, abierto o soterrado, sobre el camino a seguir para aumentar la influencia del movimiento democrático y de izquierda y crearle mejores condiciones para disputarle al PRI, pero también al PAN, posiciones político electorales. Esta discusión ha tenido momentos importantes, como el Congreso del PRD en Oaxtepec, y se estimuló, recientemente, durante el proceso electoral interno de ese partido, en el cual se manifestaron con claridad dos posiciones. Una de quienes piensan que para avanzar es preciso un desplazamiento hacia el centro político, ese espacio disputado hoy por el partido oficial y Acción Nacional; la otra considera que el camino está a la izquierda, dicho esto de manera esquemática.
El asunto es de la máxima importancia, pues de que prevalezca una u otra posición va a depender la suerte electoral del PRD y la alianza electoral que vaya con este partido a la cita electoral de julio de 1997. La falta de definición o las definiciones a medias sobre esta importante cuestión han tenido malos resultados en el pasado reciente, por ejemplo en 1994. Ese año, pocos demócratas o gente de izquierda esperaban que la opción representada en la contienda electoral por Cuauhtémoc Cárdenas fuera relegada a un tercer lugar, después del PRI y del PAN. En la peor de las situaciones se preveía una votación más pareja de los principales candidatos, de manera que aun cuando se impusiera el candidato oficial mejorarían las condiciones políticas para impulsar la transición a la democracia. En ese proceso electoral, empero, las fuerzas democráticas sobreestimaron el debilitamiento y desprestigio del PRI y hubo menosprecio a las posibilidades de Acción Nacional.
Más allá de los componentes fraudulentos de esos comicios y de la inequidad de todo el proceso, hubieron fallas diversas e incluso un tropiezo importante: el debate del 12 de mayo. Sin embargo la explicación de los resultados debe buscarse en otro lado. En ese proceso (y seguramente en el próximo) el electorado potencialmente favorable al neocardenismo era la gran masa de millones de mexicanos agobiados por las crisis y las políticas neoliberales desastrosas, especialmente durante el salinismo. Para ganarlos, hasta donde es posible en una campaña electoral, era preciso definir los acentos, subrayar la necesidad de reforma social y económica de cara a los intereses y aspiraciones de las mayorías, la urgencia de la distribución más justa del ingreso, las medidas para avanzar a la justicia social y a la disminución de las desigualdades. En el discurso predominó, sin embargo, la idea de dirigirse a todos los sectores por igual y la propuesta económica del PRD difícilmente se distinguía de la de los otros partidos, cuestión señalada por muchos comentaristas en el momento.
La fuerte crítica de Cárdenas al sistema de partido de Estado; la denuncia de la corrupción agobiante y su reclamo de renovación democrática fueron insuficientes para ganar a millones de electores con necesidad de respuesta y propuesta para sus problemas cotidianos. Se confirmó que la bandera democrática separada de la exigencia de justicia social e igualdad, en un país atrasado y empobrecido como México, con profundas desigualdades, pierde buena parte de su atractivo y potencial transformador.
En los marcos del debate sobre el camino a seguir adquieren importancia esa y otras experiencias semejantes, para ubicar el debate en sus términos más exactos. Inclinarse a la izquierda no es, como afirman los partidarios del desplazamiento al centro, la oposición a ultranza, la dureza contestataria, el culto al movimiento social por sí mismo, la oposición al diálogo, el antigobiernismo estrecho o el rechazo a las vías electorales para ganar el gobierno o conseguir el cambio. Eso es caricaturizar a la izquierda política y social.
La izquierda hoy se define, pienso, por sus propuestas de transformación política, económica y social de cara a los intereses de la mayoría de mexicanos y de la soberanía nacional la cual no debe ser sacrificada en el altar de la globalización; por su rechazo al modelo económico actual y la elaboración de propuestas alternativas de justicia social e igualdad. Su propuesta de democracia política la entiende como medio para la transformación social y económica y no como forma civilizada de perpetuar la injusticia social y las desigualdades, lo anterior además de los valores universalmente admitidos.
Pero los programas de la izquierda sin vinculacion estrecha con el movimiento social real, el de las protestas, de los plantones, las marchas, las huelgas, pero también las urnas, las negociaciones en corto y abiertas, los debates parlamentarios, no pasarían de buenas intenciones.