Esas dos actividades no pueden evitar el contacto, para bien y para mal. Custine decía, al regresar de Rusia, que la única Iglesia verdaderamente independiente era la católica, y que todas las demás, ortodoxas como protestantes, eran parte constitutiva de los Estados que las usaban como medios políticos para apoyar su poder. Esa independencia de la Iglesia católica ha sido un problema para todos los Estados que comparten con ella geografía y sociedad, pero al final de ese conflicto nace la democracia, el pluralismo.
Es cierto que el cristianismo oriental ha conocido una trayectoria muy diferente: nada de ``conflicto de los dos cuchillos'', de ``querella de las investiduras'', ``del sacerdocio contra el imperio'': el triunfo del cesaropapismo bizantino hizo del monarca el gran sacerdote y de los obispos sus servidores. Lo que le hacía decir a Custine, en 1839: ``Desde las usurpaciones de la autoridad temporal, la religión cristiana de Rusia perdió su virtud; se estancó; es uno de los engranes del despotismo y nada más''. El juicio por ser duro no deja de ser verdadero. Pedro el Grande terminó de domar a la Iglesia ortodoxa rusa que hoy en día está apenas recuperando una libertad de la cual está desacostumbrada. Por eso busca la protección del Estado y la alianza con él; por eso, entre sus filas hay sacerdotes que tienen la nostalgia del poder soviético como cesaropapismo, hay fieles que cargan con los iconos de Lenin, de Stalin y de su víctima Nicolás, el zar mártir, con el viejo estandarte de San Jorge, el matadragones y el estandarte de José Stalin, otro matancero famoso.
Esa confusión explica el reciente conflicto entre los patriarcados de Moscú y de Constantinopla y los extraños fenómenos que suscitó en Rusia. La derecha de la Iglesia brincó sobre la oportunidad y lanzó una gran ofensiva en la prensa nacional patriótica, comunista y fascista, contra el patriarca Bartolomeo. En el marco de la campaña presidencial para Zyuganov, la prensa comunista, acompañada por el antisemita Zavtra y un semanario ortodoxo, despotricó contra el ``seudo patriarca'' de Constantinopla, calificándolo de ``turco'' y de ``masón''. ''Qué clase de patriarca es ése? Vive en una casa muy humilde en la zona más baja de Estambul, donde se cobijan sólo ladrones y prostitutas''.
Según ellos, al apoyar la independencia de la Iglesia ortodoxa de Estonia (frente a Moscú), el seudopatriarca reveló que había dejado de ser universal, para ser sólo turco; además, cosa imperdonable, mantiene estrechas relaciones con el gran pillo de Roma, un polaco (horror!) y con los protestantes; quién lo va a creer? permite a los finlandeses celebrar sin cerrar las puertas del iconostasio, etcétera... etcétera... Se repartió en Moscú un folleto calificando de ``brujos, luciferianos y poseídos'' a personalidades respetadas de la ortodoxia en Francia y América; acusando a los institutos San Sergio de París y San Vladimir en Nueva York de ser ``plazas donde actúa Satanás''.Esa corriente proclama que la Iglesia ortodoxa rusa es la única de todas las Iglesias cristianas que ha conservado la fe. En su integrismo ve en el partido comunista la mejor defensa contra un mundo exterior corrupto, sometido al diablo, a la masonería y a los judíos.
Una nueva cortina de hierro es su principal esperanza. Esos cristianos participaron activamente en la campaña de Zyuganov; ellos colocaron los dos gigantescos iconos arriba de Zyuganov en uno de sus últimos mítines en Sibería; ellos, como el P. Vladimir, jefe espiritual del movimiento cosaco de Novosibirsk, celebraban en Zyuganov el ``patriota'' que quiere devolver a Rusia su pureza y su grandeza. La reconciliación entre los patriarcas de Moscú y Constantinopla ha de ser vista por ellos como una hazaña diabólica. Tan diabólica por lo menos como ese extraño matrimonio entre ortodoxia, comunista y nacionalismo.