Luego de comandar una banda tan grande como los Who, Pete Townshend ha hecho la proeza de construir una sólida carrera de músico solista. Este guitarrista experto en despedazar guitarras (cuando las toca y cuando las despedaza), caminaba en 1972, rumbo a su casa, rumiando la desgracia de ser una estrella de rock. El espejismo de ser una celebridad acababa de desvanecerse y lo dejaba en la obligación de ir repitiendo por el camino, a ritmo de mantra, las frases clásicas de quien se encuentra cegado por el motín que van organizándole sus propias debilidades: ``no me pagan lo suficiente, no sirvo para nada, soy feo, nadie me quiere, todos abusan de mí''. El guitarrista llegó a su casa con el río Támesis saliéndole por los ojos, su perro huyó al verlo y el vecino decidió que esperaría mejor ocasión para regresarle su podadora a Mr. Townshend. Entrando, con el ánimo de quitarse lo desanimado, le preguntó a su esposa que si aún lo amaba. Su esposa le dijo que no. Al día siguiente fue con un amigo, le contó su desgracia y lloró otro poco de Támesis mientras su amigo le reviraba el argumento con esta línea filosófica que al paso de los días se convirtió en canción: ``tu esposa dice que no te ama pero sigue en tu casa ¿no es cierto?, debe quererte aunque sea un poco; asumamos que el amor es infinito por naturaleza y concluyamos que un poco es suficiente (a little is enough, dijo su amigo en inglés)''. El guitarrista salió animado y aprovechó el impulso para escribir la canción A Little is Enough, que fue incluida en uno de sus discos solistas. Ahora, en 1996, esa tragedia feliz ocupa el track 12 de su extraordinario álbum de éxito The Best of Pete Townshend.
Paul Bowles, músico y escritor estadounidense, exiliado por su propia voluntad en Tanger, cuenta en uno de sus libros de viajes la historia de Ortiz, un pintor español que sufría en 1947, a cambio de la gloria artística, la miseria económica parisina. Un día de hambruna decidió vender un trozo de oro que guardaba para resolver la peor emergencia económica. Fue al estudio de Picasso y le pidió que colocara los gramos de oro entre sus amistades. Don Pablo le respondió: ``déjamelo unos días y veré que puedo hacer''. Ortiz se fue y el maestro, que en esa época empezaba a apasionarse por la orfebrería, encontró en esos gramos de oro la materia ideal para poner en práctica su destreza. Con un entusiasmo parecido al del alquimista Buendía, que armaba y fundía pescaditos de oro, se puso a trabajar en una pequeña máscara de aspiraciones aztecas. Ortiz llegó una semana después y fue recibido por Picasso, quien muy orgulloso le enseñó la máscara, firmada con la firma millonaria, y le dijo que sus gramos de oro ya valían tres veces más, que vendiera esa máscara y se metiera en un bistrot a luchar contra el hambre. Ortiz le enseñó a Paul Bowles la pieza recién fraguada; el escritor, pasmado ante la belleza de la obra, murmuró en su lengua materna que es el inglés, una idea incompleta (e inconexa) acerca de lo que era capaz de hacer Picasso con unos gramos de cualquier materia: a little is enough.
Pete Townshend tampoco necesitó mucho una tarde soleada de verano londinense. Entró en una tienda de discos y compró el álbum Self Portrait de Bob Dylan. Llegando a su casa puso a trabajar el tocadiscos, se acomodó en su sillón predilecto, encendió un cigarro y trató de ser amable con su perro, que se aproximaba muy servicial con dos botas de piel de víbora colgándole en el hocico. Tommy (así se llamaba el perro) había confundido la orden de traer las pantunflas y su amo, para no desairarlo, tuvo que ponerse las botas. La experiencia de oír el disco de Dylan colocó a Townshend en una euforia creativa que produjo ocho canciones al hilo y una noche en vela de escándalo instrumental. A la mañana siguiente, el mismo vecino que no había podido entregar la podadora, tocó el timbre para suplicarle al músico que le bajara al volumen de la guitarra. Al ver a Mr. Townshend recién bajado de su noche creativa, con la guitarra en la mano, los ojos fuera de sus órbitas y el par de botas de víbora calzadas hasta las rodillas, olvidó la súplica y desapareció entre los arbustos del jardín rumbo a su casa. <>Sheraton Gibson es una de las obras de esa noche eufórica y ocupa el track 6 de su nuevo álbum de éxitos.
Quince tracks escogidos, producidos y temerariamente acomodados por Jon Astley y Andy Macpherson, forman esta colección imprescindible por donde también desfilan: Let My Love Open The Door, Give Blood, English Boy, Pure And Easy, Slit Skirts y Face The Face .
Quince piezas son pocas para una obra tan vasta, y por otra parte las recopilaciones suelen dejar satisfecho exclusivamente al recopilador. Con todo y estos dos enormes inconvenientes, The Best of Pete Townshend raya muy de cerca esa idea suya de que un poco es suficiente.