Es evidente que los distribuidores de Showgirls en México pensaban tener en la mano un material explosivo, una cinta de erotismo y franqueza sexual nunca vista en la pantalla. El equivalente en los noventa, de lo que El último tango en París representara a principios de los setenta. Por ello decidieron titularla Showgirls: lo prohibido. Desafortunadamente para ellos, pero sobre todo para el espectador que muerde el anzuelo, Showgirls es sólo pretexto para un absurdo desfile de bailarinas topless o bottomless, presentadas por un muy misógino guionista, Joe Eszterhaz, como irreparablemente brainiess (descerebradas) o histéricas, en una trama que es actualización de las convenciones más previsibles de la comedia musical sobre Broadway en el cine de los anos treinta (Dancing lady, 42th street).
Nomi Malone (la debutante Elizabeth Barkley) es una muchacha guapa y ambiciosa, con un pasado ``inconfesable'', que llega a Las Vegas para triunfar en el lujoso cabaret Stardust, después de un bautizo de fuego en un tugurio llamado Cheetah. Su especialidad es el streap-tease y el lap-dancing (baile a horcajadas sobre los muslos de los clientes), y en opinión de los conocedores, su estilo semeja un orgasmo prolongado. En subtramas bastante torpes, Nomi es constantemente el centro de la codicia, la lujuria y el engaño. Un rápido flirteo con un fracasado bailarín negro (antiguo discípulo de Alwin Ailey) concluye en decepción amorosa; Cristal (Gina Gershon), una bailarina lesbiana, la corteja obstinadamente, resignándose sin embargo a jugar un papel de voyeurista triste, estudiadamente maliciosa; Zak (Kyle Machlachlan), el productor de quien Nomi se enamora, también resulta ser un fraude. Sólo Molly (Gina Ravera), una joven amiga negra, será su compañera fiel a lo largo de este itinerario de explotación sexual.El director Paul Verhoven (Robocop, Bajos instintos) descarta desde las primeras escenas la posibilidad de elaborar una reflexión sutil, inteligente, sobre el éxito, el comercio sexual y el ocultamiento/revelación de la desnudez femenina. Algo en el estilo de Exótica, de Atom Egoyan, o al menos de Star 80, de Bob Fosse. Verhoeven desea, en cambio, ser directo y deleitarse en el tipo de realismo que supone provocará en el espectador el tipo de gratificaciones sexuales que Nomi provoca en sus clientes con su lap-dancing. Lo que el director y su gionista suponen escandaloso y fuerte es una escena sexual en una alberca lujosa, cursi, con fuentes en forma de delfines y champaña a raudales. Allí, la irresistible Nomi seduce, viola y somete a Zak en lo que semeja una rutina de aerobic acuático. El erotismo de Showgirls: el catálogo de senos en las escenas tras bambalinas, los pezones que el frote de hielo pone erectos, los desnudos totales con pubis femenino cubiertos de cera. El realismo y la gracia de Showgirls: "Saben ustedes cómo se llama ese pedazo de piel inútil que rodea a un coño? Una mujer''. Como pertinentemente señala el crítco neoyorkino Anthony Lane (The New Yorker), "Showgirls es la primera película sobre Las Vegas que consigue ser todavía más vulgar que Las Vegas''.
Ese territorio de codicia y mal gusto, que con eficacia mayor han explorado cintas como Adiós a las Vegas (Mike Figgs) o Casino (Martin Scorsese), Vehoeven lo convierte en enorme vitrina de delirios porno soft. Erotismo y perversidad. La imagen de mujer sensual que maneja el director es prolongación de muy viejas fantasías sobre mujeres dominantes y castradoras. Esta idea de la mujer que inspira a la vez miedo y deseo, Verhoeven la conduce a extremos caricaturescos, como el goce voyeurista de una sesión de sadomasoquismo. Al respecto, en la escena en que Nomi golpea a un enorme cantante violador para vengar las afrentas sufridas por su mejor amiga, la cinta se complace en apuntalar una imagen de androginia sexual a lo Madonna, en la que sólo falta un látigo, aunque la navaja lo remplaza ventajosamente. Elizabeth Parkley está muy lejos de ser convincente en este papel de virago encolerizada. Las diversas subtramas de la cinta conducen a un desenlace tibio, convencional, y terriblemente asexuado. Todo se resuelve en las lágrimas de la lesbiana que jamás dejó de ser patética y en el mensaje moralista que recibe Nomi Malone, esa nueva Julieta pretendidamente sadiana, cuyos vicios y prosperidades nunca alcanzaron la turbiedad anhelada. Habrá que recordar que el guionista de Showgirls es el mismo de Flashdance (Lyne, 83), y que una historia es tan superficial como la otra. En una entrevista, el propio Eszterhas señala con candor característico: ``Les gustará la música y el baile, y el mensaje hallará un camino hacia su corazón''.