La paz estadunidense ha terminado. La percepción de que el atentado terrorista de Atlanta proviene de las entrañas de la potencia tiene significados y consecuencias importantes, en cuanto muestra que en el seno mismo de la sociedad estadunidense se han generado y desarrollado gérmenes enfermos de alta peligrosidad y, al mismo tiempo, porque se endurecerá la actitud del gobierno estadunidense, dentro y hacia el exterior, bajo el argumento de la seguridad nacional y del combate de todo aquello que a su juicio se le enfrente.
Los indicios apuntados ayer por el FBI, al hablar de que habría sido un hombre blanco, de acento inconfundiblemente estadunidense, el que advirtió de la colocación de la bomba en la sede olímpica, romperían con una sostenida actitud del país norteño en el sentido de adjudicar a extranjeros no sólo todo acto terrorista, sino además todo aquello que entrañara cualesquier riesgo o alteración de su sueño americano.
Hoy, la sociedad estadunidense debe asomarse a su interior, y reconocer que más allá de la sonrisa artificial y las luces multicolores con que gustan imaginarse, está la verdad y la realidad de individuos y organizaciones intolerantes, trastornadas por excesos diversos, que impugnan a gobierno e instituciones con fanatismo armado.
Basta recordar los episodios del World Trade Center, de Oklahoma, y de Waco, y mencionar que hay cuando menos 130 organizaciones paramilitares en todo Estados Unidos para entender que hoy, con el duelo compartido por los muertos de Atlanta, le ha llegado a Estados Unidos la hora de voltear hacia sí mismo.