José Agustín Ortiz Pinchetti
Una gran reforma

El jueves 25, bajo el patrocinio de Santiago Apóstol, el gobierno y los partidos políticos con representación parlamentaria arribaron finalmente al puerto de la reforma electoral. La firma de la iniciativa de cambios constitucionales se realizó en el reverberante Salón de Embajadores del Palacio Nacional. Aquelos los de ahora ya no eran los mismos... los que el 17 de enero de 1995 firmaron en Los Pinos el primer acuerdo. Sólo Porfirio Muñoz Ledo, moderno Moisés, alcanzó a ver la tierra prometida de la reforma a punto de dejar de ser presidente del PRD.

No faltó el detalle de suspenso. Minutos antes de la firma del acuerdo el PRD se negaba al gesto final porque Porfirio consideraba que la Secretaría de Gobernación había introducido sorpresivamente cláusulas que no estaban en el acuerdo. Por fortuna el consenso prosperó.

Se han exaltado las virtudes de la nueva estructura política. Coincido en que es una reforma profunda y si se me apura un poco, superior a las normas imperfectas y con un fuerte sabor porfiriano de la Constitución del 17. El antecedente quizás tendríamos que rastrearlo hasta el espléndido Congreso de 1857.

Podemos saludar estos logros:

1) El Ejecutivo no tendrá injerencia en la composición y en el funcionamiento de las autoridades electorales.

2) Todos los funcionarios que tendrán a su cargo la organización de los comicios serán nombrados por las dos terceras partes de la Cámara de Diputados (derecho de veto a favor de la oposición).

3) Normas jurídicas que garantizaban la equidad en materia de financiamiento y de acceso a los medios de comunicación.

4) Se limita a términos razonables la sobrerrepresentación que hasta ahora ha tenido el partido mayoritario en la Cámara de Diputados y se introduce en la de Senadores la representación proporcional.

5) Se reorganiza y se integra la justicia electoral al Poder Judicial Federal.

6) Se garantizan los derechos políticos del pueblo mexicano.

7) Los actos de las autoridades electorales no sólo federales sino locales, estarán sujetas por primera vez al control constitucional (golpe severísimo a los cacicazgos).

8) Las legislaciones electorales de los estados tendrán que sujetarse a los lineamientos democráticos establecidos en la Constitución (otro golpe a feudos).

9) El recambio de todos los cuadros en la administración y en la impartición de justicia electoral (sin demérito de la calidad profesional y la rectitud de quienes desempeñaron estos puestos en los últimos ciclos electorales y la posibilidad de conservación de los cuadros intermedios para los siguientes procesos).

10) La reforma del Distrito Federal también es radical. Los capitalinos seremos ciudadanos de cuerpo completo al grado inaudito de poder elegir a nuestro gobernador (jefe de gobierno) en 1997 y a los alcaldes de nuestras aldeas (delegados) a partir del año 2000. Tendremos Congreso local y una autonomía que nos acerca mucho a la de un estado.

Hay un cambio en la ética: Hasta ahora todas las reformas electorales se hacían con el avieso propósito de crear una legalidad para garantizar la permanencia indefinida de un sistema autoritario. Esto era una contradicción salvaje. En esta ocasión, hasta donde alcanza la vista, hay una coincidencia entre el propósito democrático y la ley. El gradualismo quedó atrás.

En fin, una victoria en toda la línea que deberíamos de exaltar, disfrutar y deleitarnos con ella. Falta mucho: la reforma a la ley. Falta mucho más. Para que se transforme en una cultura. Pero no cabe duda que, como diría Don Daniel Cosío Villegas ``la vida pública ha empezado a dejar de ser vida privada''.

En otros artículos he resaltado los méritos de las autoridades y de los líderes de los partidos y los negociadores. Quisiera ahora recordar a los movimientos pioneros de los agrupaciones ciudadanas. La lucha del doctor Salvador Nava, ``Los 20 compromisos'', El Plebiscito Ciudadano, y a la mesa de prenegociación del Castillo de Chapultepec, entre cientos.

Algunos me han preguntado por el ``sacrificio'' de los actuales consejeros ciudadanos del Consejo General del Intituto Federal Electoral (IFE). Les contesto con una anécdota: Hace tiempo un amigo mío tuvo que dejar un cargo muy importante, muchísimo más que la modesta posición de consejero del IFE. Recuerdo que me dijo: ``Si uno se empeña en una lucha por la democracia y la modernización de México, sabe a lo que se arriesga. En cada batalla hay bajas de los dos lados. Finalmente ser una baja por la causa de la democracia, no es un destino tan malo''.