Luis González Souza
Nueva unidad latinoamericana

No todo en la cuestionada ley Helms-Burton (HB) es negativo. Gracias a esta ley, calificada de ``estúpida'' por el propio ex presidente estadunidense James Carter, vuelve a activarse el interés por la unidad de América Latina. Pero para ser fructífera, esta reactivación debe partir según creemos de un pensamiento sensatamente renovado.

Como se sabe, por constituir una perla de arbitrariedad y prepotencia, la HB ha logrado unificar en su contra a casi todo el mundo. América Latina no es la excepción. Para repudiarla, aparte de otros propósitos, se acaba de reunir en México el Parlamento Latinoamericano (Parlatino, constituido en 1964 por legisladores de 22 países). Esta es sólo la última muestra de un renovado interés por la integración de América Latina.

Y es que la globalización obliga. Ya casi nadie cuestiona la necesidad de crear nuevos y más amplios espacios de integración. Tan sólo para superar la actual crisis mundial, una crisis histórica, es indispensable sumar esfuerzos y recursos. El problema radica en los tipos de integración: simétrica o asimétrica; para la cooperación o para la expoliación; con la participación y el beneficio de las mayorías dentro y entre las naciones que se integran, o sólo de las élites y las potencias; en fin, integración democrática o antidemocrática.

Ciertamente, el nuevo interés latinoamericanista no ha obedecido a las mejores causas. Más bien parece una respuesta elemental a los estragos resultantes de la necedad en una integración antidemocrática: TLC, el mejor ejemplo; HB, el más reciente. Como sea, hoy parece recordarse que para las naciones latinoamericanas no hay camino más sensato y natural que el de su propia integración, antes que ninguna otra.

Ahora el reto consiste en dejar atrás viejos lastres que no han hecho sino frustrar una y otra vez, e inclusive desprestigiar, el ideal bolivariano. Lo que no significa desentenderse de lo mejor de nuestra historia. Esta, por el contrario, es el único soporte eficaz para reimpulsar la unidad latinoamericana de manera exitosa. Por ejemplo, quién podría calificar de obsoleto este consejo de José Martí, que data de 1891: ``Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas (latinoamericanas)''. Lo más que podríamos actualizarlo es así: abrámonos al nuevo mundo de la globalización, pero no a lo tonto. Diversificación sí, pero con jerarquías: nuestro tronco latinoamericano, por delante.

Y cuál es la sabia que mantiene de pie a ese tronco? Cuál es el mejor activo con que contamos para enfrentar la globalización? Aquí no es preciso regresar a Martí. Basta con escuchar voces actuales y autorizadas. Esa sabia y activo principal del tronco latinoamericano no es otra cosa que nuestra identidad cultural. Porque, en palabras de Carlos Fuentes, ``pocas culturas del mundo poseen una riqueza y continuidad comparables'' (El espejo enterrado).

En cambio, los esfuerzos latinoamericanos de integración no han privilegiado el terreno de la cultura sino el de la economía (CEPAL, ALALC, luego ALADI, SELA) y, en menor medida, el de la política (Contadora, Grupo de Río, Cumbre Iberoamericana). Lo más grave es que esos esfuerzos han sido sobre todo cupulares; diseñados y conducidos por gobiernos y empresarios trasnacionales. Por lógica, la integración latinoamericana ha avanzado más bien en el discurso y no en los hechos.

Si no se superan lastres como ésos, la reunificación provocada por la HB será efímera. En el mejor de los casos, generará reacciones viscerales y, aquí sí, anticuadas. Porque no se trata ya de construir una Patria Latinoamericana para confrontar sistemáticamente a la gran potencia, Estados Unidos. La relación con éste y los demás países es necesaria. Sólo se trata de cobrar fuerza y credibilidad para caminar bien y de frente en este mundo de la globalización. Confrontación no, tampoco sumisión.

``Vino amargo pero nuestro'', decía con razón Martí. Ahora hay que aspirar a que, además de nuestro, sea también un vino dulce. Tenemos derecho y capacidad para lograrlo. Pero no con la vieja integración, sino con una impulsada desde abajo, desde la sociedad civil latinoamericana, y con nuestra fuerza cultural por delante.