La Jornada Semanal, 28 de julio de 1996
(Versiones de Eduardo Lizalde)
Amiga de las horas en que nadie más queda
y todo se rehúsa al corazón amargo;
consoladora de presencia que atestigua
tantas caricias que en el aire flotan.
Si a vivir se renuncia y se reniega
de todo lo que era y de lo por venir,
no se piensa bastante en la insistente amiga
que al lado nuestro cumple su labor de hada.
XI
Tengo una tal conciencia
de tu ser, rosa completa,
que mi consentimiento te confunde
con este corazón de fiesta.
Y te aspiro además como si fueras,
rosa, la vida toda,
y ya me siento este perfecto amigo
de amiga tal.
Somos los únicos que percibimos
el ruido extraño que una rosa hace
cuando deja caer en fresco mármol
toda su vida, el dulce cuerpo que era.
Lo han escuchado ustedes y lo creo,
dentro, en mi oído Mito que nos roza,
ala antigua que vuelve a nuestra espalda.
Día de verano
La casa blanca, las persianas corridas,
cerrada como boca tras el grito,
sobre el cuadrante el pavorreal reposa,
del mediodía todas las horas eclipsando.
Se presiente: esta tarde se deshojarán las rosas,
de ellas mismas tan plenas, en dulces agonías.
Anda, oh, mi niña, oh mi amiga:
la vida se ilumina en la muerte de las cosas.
Qué vas a hacer, Dios, cuando me muera?
Yo soy tu tarro (y si me vuelvo añicos?)
Yo soy tu pócima (y si me pudro?)
Yo soy tu ropaje y tu creación,
conmigo pierdes tu razón de ser.
Sin mí no tienes una casa
en la que te saluden palabras
íntimas y cálidas.
De tus pies fatigados
cae la sandalia de seda que yo soy.
Tu gran manto te abandona.
Tu mirada, que recibo cálida,
como con una almohada, en mi mejilla,
vendrá, me buscará por mucho tiempo
y depositará, a la puesta del sol,
piedras extrañas en el regazo.
Qué vas a hacer, Dios? Yo tiemblo.
Mi vida no es esta hora escarpada
en la que me ves presuroso.
Yo soy un árbol delante de mis trasfondos,
yo soy sólo una de mis muchas bocas
y soy aquella que se cierra más pronto.
Yo soy la calma entre los sonidos
que con dificultad se acostumbran uno al otro,
pues el sonido muerte quiere sobresalir
pero en el intervalo oscuro
se reconcilian temblorosos los dos
y la canción permanece hermosa
Tu primera palabra fue: luz;
entonces apareció el tiempo.
Después callaste por mucho tiempo.
Tu segunda palabra fue: hombre
y tiemblo (nos oscurecemos aún con su sonido)
y seguido recuerdo tu faz.
Pero no quiero oír tu tercera.
Con frecuencia rezo en las noches:
Sé el mudo, que cuando crece
se queda en gestos y a quien
el espíritu impulsa en sueños
a escribir la pesada suma de su silencio
en las frentes y en las montañas.
Sé el refugio de la ira
que rechazó lo indecible.
Anocheció en el Paraíso:
Sé el vigilante con el cuerno
y uno cuente sólo
que él lo sopló.
Lo veo sentado y reflexionando,
pero no va más allá de mí;
para él todo es interiores:
cielo, páramo y casa.
Sólo se le han perdido las canciones
que ya nunca más comienza;
de muchos miles de oídos
se las tragó el tiempo y el viento,
de los oídos de las puertas.
Y sin embargo: me sucede
como si yo cada canción
se la guardara en mi profundidad.
Él calla detrás de temblorosas barbas,
quisiera ganarse para sí mismo
desde sus melodías.
Entonces voy a sus rodillas
Y sus canciones pasan susurrando
de regreso a él.