Hermann Bellinghausen
De auras

1.RomerilloEl viento sopla sobre Romerillo a una velocidad estrafalaria. El bosque de cruces esbeltas en la cima del promontorio agita las ramas que las adornan, y los escasísimos arbustos que las acompañan. En semicírculo, la pendiente tiene tantos chipotes redondeados como crucecitas para las tumbas, y una inquietante alfombra de tablas sueltas, restos del naufragio de la vida, parte de los ataúdes tal vez.

Un panorama que satisface a todos los fotógrafos aficionados y profesionales que han pasado en su peregrinaje a Tenejapa. A contraluz, las cruces son un poema, o una ponencia, según quién y cómo las vea. Y las tablas, esparcidas en aparente descuido, parecen los mosaicos vestigios de la ley. Agrietadas, se secan y pudren a la intemperie, bajo el cielo deslumbrado de la montaña.

Una de tantas cañadas ciegas en este mundo hecho a punta de sierra y montaña se abre a lo bajo y la sobrevuela una zopilotada concéntrica de los también llamados auras, Cathartes aura, el cho'om de los mayas. Ahuyentados por nada, tal vez por el olor de los vivos (son aves olfateadoras, caso raro), la versión local de los buitres se aleja tan en parvada como sus circunvoluciones anteriores, excepto un espécimen, que persevera y baja a averiguar.

2. Meditación del zopilote, también llamado auraLa vibra del aura salta de su diapasón temblando a la crisma de la ceiba en el monte allá enfrente, mero arriba, donde anidan estas aves vastas, cazadoras, antropófagas (pues comen desperdicios). Aves que no serían nada, gallinas feas, sin sus alas, su eje de velas negras, hechas de papalote elástico.

Lo vivo tiene aura siempre, manque no se le vea. El aura negro planea preciosamente y desciende de los cielos cuando un animal deviene fiambre y pierde el aura a que su condición de vivo daba derecho.

El aura está bien volando en su espiral fodonga. En tierra es torpe, se deja atropellar por carros y caballos. Se obstina en la carroña. Se ve que en cuanto deja de volar las alas le pesan como el carajo.

Estamos bien los vivos paseando nuestras auras, alimentándoles su magnetismo, creyendo que diferimos el encuentro con el aura del vuelo virtuoso y lejanero, cuando estaremos también muy bien, y bien muertos.

Lo que ha hecho ahora el aura al posarse en la ceiba es dar temblores al monte, a su parte milpa, su parte bosque, su parte cerro.

Siempre es curioso ver una montaña que tiembla. Con la fama que tienen de inamovibles, de inconmovibles, de macizas las montañas.

Y no sólo eso. Me le voy acercando y la montaña se aleja. Echa para allá, y lo hace rápido. Efecto ya observado de antemano.

El aura desprende la rama de sus garras y regresa a donde pertenece, el aire de aquí a la luna y todas las nubes que se pongan.

Porque el aura, ese puntito negro, vuela encima de la lluvia, usa de tapete las tormentas.

Parece astro pero su materia es sólo plumas. Igual que el aura de las personas y las cosas abajo acá en la Tierra. El de allá, de plumas negras. La de acá de plumas cualquiera pero muy suaves, no sé si claras o luminosas, sombras de la respiración.

Eso es: el aura que es, y la que nomás respira.

3. La flor carnívoraNo sabe si es el viento o los dedos de quién que le hincan el cabello y le acarician el cerebro. Una voz sin rostro, líquida y dulce, susurra, desde lejos, en el reverso de este cuento:``Esta noche brindemos presto, porque el ancla es leve y no se divisa ni necesita puerto, marinero. Los caballos de la distancia agitan sus crines lentas de esponja y espuma.

``La rabia, contenta. La isla, multiplicada en miles. La mano en el vaso y el vaso en la boca. La quietud, marinero, la historia larga que antecede la flor carnívora del recuerdo''.

Algo sucede a sus espaldas, algo que no puede ver pero que sabe. Blando al fin, se adormece. Sueña zopilotes, como todos los viernes. Lo inusual es el arrullo. Le concede trato de ``marinero''. Será licencia, será despiste, será que las lluvias de agosto ya vienen?