Luis Benítez Bribiesca
Descartes, el alma y la inteligencia artificial/I

La percepción intuitiva de que el hombre posee un alma o un espíritu que es inmaterial y por ello diferente a su cuerpo, ha existido desde los orígenes de nuestra especie. Las religiones, la corrientes filosóficas y luego la ciencia han tratado de demostrarla y caracterizarla. Aun en nuestra época tecnificada y cada vez más materialista, la mayoría de la gente cree firmemente en la existencia de alguna forma de espíritu que dé sentido a nuestra vida.

Hace cuatro siglos, cuando se inicia propiamente el pensamiento científico, el problema de demostrar el alma con argumentos objetivos y racionales sin recurrir a la fe, a la teología o a la metafísica constituyó un reto formidable. Algunos pioneros de la ciencia simplemente evadieron el tema, otros fueron castigados por herejes al exponer ideas diferentes, y otros se aventuraron a hacer una síntesis conciliatoria muchas veces desafortunada. Uno de los más célebres fue el gran René Descartes, de quien se conmemora este año el cuarto centenario de su nacimiento en La Haye. Filósofo, científico y matemático, se le considera uno de los artífices fundamentales del cambio de la mentalidad medieval a la de la era moderna. Educado en un colegio jesuita en La Fliche, estudió para abogado en la Universidad de Poitiers pero nunca ejerció su profesión. Viajero infatigable y pensador profundo, emprendió una cruzada intelectual que habría de tener una decisiva influencia que se extiende a nuestros días en el pensamiento científico y filosófico que se extiende hasta nuestros días.

En su primera obra, El Discurso del Método para conducir bien a la Razón y encontrar la Verdad en las Ciencias propone una manera de resolver cualquier problema sobre la base de hechos demostrables y señala que es factible reducir todos los fenómenos naturales a las leyes matemáticas. Su hipótesis la sostienen en la actualidad la mayoría de los científicos ya que se considera que cualquier teoría general sobre el universo deberá ser expresada en términos matemáticos precisos. Si bien en las ciencias fisico-químicas esto constituye una realidad inescapable, en las biológicas la reductibilidad matemática de sus fenómenos parece todavía muy lejana.

En los apéndices de su Discurso, Descartes ilustra brillantemente los resultados obtenidos de la aplicación de su método para guiar a la razón. En la Dióptrica presenta las leyes de refracción de las lentes y explica el funcionamiento del ojo normal y del ojo enfermo. En su Meteorología ofrece la primera explicación moderna de los vientos, las nubes y la lluvia, y explica claramente la formación del arcoiris. En su Geometría desarrolla el nuevo campo de la geometría analítica uniendo el álgebra con la geometría y permitiendo el desarrollo ulterior del cálculo por Leibnitz y Newton, por lo que se dice que Newton y sus leyes de la gravitación universal no existirían sin las aportaciones fundamentales de Descartes. Pero es quizás en el campo de la filosofía y en el de la metafísica, donde su pensamiento se infiltró en el tiempo y fue vector de la dirección que habrían de tomar científicos y filosófos. En sus Meditaciones y en sus Principios Filosóficos además del Discurso del Método, se explica lo que ahora conocemos como duda y dualismo cartesianos, temas fuertemente criticados y en muchos aspectos superados.

Descartes parte del principio de la duda, ya que nuestros sentidos y la razón natural no nos conducen a la certeza. Sólo con premisas fundamentales y un método progresivo y ordenado la podremos alcanzar. Quizás aquí pueda encontrarse el embrión de la ``falsibilidad'' de la ciencia expresado en nuestro siglo por Popper; pero ciertamente esa actitud de escepticismo, como base de todo conocimiento, ha permeado la empresa intelectual hasta nuestros días. La premisa fundamental que plantea como axiona, y de donde debería partir todo conocimiento, es el dubito ergo cogito (dudo luego pienso). Luego pasa a demostrar la verdad inescapable de la existencia individual en su segundo axioma cogito ergo sum (pienso luego soy). Enseguida explica su método racional para llegar a la verdad; luego pretende probar la existencia de Dios y por último expone su concepción dual del universo al que considera compuesto por dos sustancias enteramente distintas: materia y mente. El señala que podría concebirse sin cuerpo pero no sin mente; por ello la existencia de la mente (alma) es lo esencial de una persona mientras la existencia del cuerpo es un fenómeno accidental. La esencia de ser humano debe encontrarse en la mente (alma), a diferencia de todos los otros objetos vivos o inanimados que carecen de ella.

La aparente contundencia de esta filosofía dualista en la que la materia es la única susceptible del estudio científico, permitió un desarrollo sesgado y por ello desequilibrado de la biología humana tanto en la investigación como en la práctica. Los asuntos de alma-mente pertenecían al ámbito de la filosofía, teología, y más recientemente al de la sicología y aquellos referentes al cuerpo serían del reducto de la medicina y disciplinas afines. Así tuvo lugar el estudio del cuerpo humano sano o enfermo, a la manera de un sistema mecánico de relojería ignora la participación de la mente o esfera sicológica en los procesos fisiopatológicos y la influencia de éstos sobre la esfera mental siguiendo el esquema del dualismo cartesiano. Sólo en la última década las ciencias biomédicas han intentado cautelosa y tímidamente cerrar la brecha y ahora resulta que la mente es solo un producto del cerebro humano. Esta idea parecería eliminar el concepto dual de materia y alma y permite concebir la posibilidad de estudiar esa sustancia intangible que llamamos ahora mente, precisamente con los métodos científicos que Descartes decía que solo se aplicarían a la materia. Esto ha generado una conmoción científica y filosófica que alcanza su climax en la atrevida y sorprendente propuesta de generar inteligencia artificial.